Crónicas desde la Luz Serena. Hacia la mar.
28 junio, 2016La reina de la felicidad. La oxitocina
19 julio, 2016Era de noche. De noche afuera, en la ardiente ciudad que anhelaba la tormenta y el refresco. Era de noche adentro en el teatro la Latina. Las luces apagadas y el telón negro al fondo lo oscurecía todo, como esa tiniebla fundadora que es el útero de lo femenino, el escenario esperaba sin un fondo claro a los ojos que naciera un movimiento, de esa negrura, de ese abismo de la espera hasta que no se sabe cómo acontece el acto que lo recrea y crea.
Poco a poco, como sale la luz del sol inundando de alegría la mañana, el escenario de la latina se fue iluminando de un poderío, de una alegría y de una belleza que la noche estalló a pedazos y ya sólo había el calor de una pasión gitana y la luz de unas raíces que se pierden en el origen de los tiempos y de las geografías lejanas cantando y bailando palos posibles del flamenco puro, aderezados de baile contemporáneo, de contorsión y vuelo. Tradición y novedad se iban ensamblando en un escenario que parecía enmarcar cuadros, ahora oníricos, después orientales. Fusión de yoga, de artes tradicionales que como el chikung buscan raptarle al aire su esencia divina. Más flamenco, gitanas bravas, gitanas de arquetipo, profundas como su cultura, embadurnadas de lunares y vuelos en sus alas se cosían, no sabemos cómo, con bailes urbanos, contemporáneos que hacían pirueta y contorsiones en el espacio negro, negra negrura, útero fecundo que volvía en la siguiente escena a hacerse tablaos o retablos ancestrales.
Rafael Amargo inundaba el escenario cuando bailaba, casi una deseaba que volviera a salir para que se inundase todo de nuevo de su genio, de su pasión, de su chispa encendida en mil fuegos, varonilmente femeninos, una extraña androginia capaz de derrumbar la tierra de un violento taconazo y desgarrar al cielo en lágrimas por sus manos acaracoladas, un maestro de la escena, libre y milimétricamente calculado. Un gitano que al danzar caligrafía el espacio con sus bríos, que expande al viento una cultura orgullosa, que enamora.
Pero también estaba el Amargo que miraba desde los laterales del escenario lo que su amada compañía ejecutaba, se le sentía en cada una de sus bailaoras, que de tan versátiles viajaban del planeta flamenco a las antípodas de la danza más urbana. Ellas, en cada movimiento también le contaban a Amargo, le reintrepretaban y mientras su compañía escenificaba sus coreografías, cuidadas, poéticas, visuales, plásticas, atrevidas, apasionadas sus músicos invadían totalmente la esfera auditiva de un ritmo que colonizaba el ser de arte.
A veces en ese tremebundo mundo de ritmos que encendían fuegos en las entrañas se engarzaban pequeñas perlas de esa melancolía que hace hermosa la pérdida y la llena de esperanza de otros cielos y la poesía pasaba a ser la señora que señoreaba sus versos, su música y aritmética de letras, mientras los ojos se llenaban de abrazos, caricias y ternuras no disimuladas.
Progresivamente el espectáculo se fe convirtiendo en una escalera hacia el cielo de la alegría, donde todo relumbra, donde cada taconazo, cada castañuela, cada toque ritmado con esas palmas imposibles del flamenco percutían en ese lugar del cuerpo que tiene su propia alma y que de buena gana se hubiese subido a cantar y bailar en el corro que a veces se abría en la platea, para formar parte de ese clan humano que frente al fuego, y la libertad de la pobreza construyeron uno de los actuales patrimonios de la humanidad. Bendito y primordial flamenco, la sangre herida hecha ritmo, palmada, pasión de un pueblo indómito, estratosférico que aplaude a la vida, la ritma, la hace bulerías y alegrías, la llora y desgarra con sus amores.
El escenario, o mejor dicho la constelación de estrellas del planeta Amargo, iban colonizando el centro, como hacen los gitanos en sus fiestas, que todos tienen a la lumbre del clan su momento de brillar en solitario, gitanas cantaoras emergían de la negrura y se hacían dueñas del espacio, moviendo los palillos y las manos como recogiendo el duende que agazapado las observase desde el espacio que todo lo es y que todo lo propicia.
Tan bello era ver esos cuerpos de danzarinas disciplinadas esculpidos a esfuerzo buscando vestirse el arquetipo gitano y transfigurarse en mujeres sin fronteras, como ver a las gitanas mayores hacer un par de movimientos de cadera y abrirse el imaginal donde entrever la raíz, el exilio, el antiguo mundo de carreta, de cielo abierto, de hoguera, de abuelo y abuela. Un solo movimiento de sus faldas y podía asomarse uno a su sentido de familia, de tantos hijos dados a la vida, que las da un substrato de mujer salvaje, indígena que ya no queda en nuestra domesticada cultura de la familia monógama, sin riesgos, sin penas y alegrías compartidas.
La última pieza la celebró Amargo con todo el público en pie, pudimos por fin unirnos a su fiesta, las guerras del mundo quedaron apagadas por la alegría del arte que todos ser humano encierra en el centro mismo de su corazón, pudimos participar en una tradición que se renueva, pudimos dejar de ser publico y pasar a ser familia celebrando al sol, el sol que Amargo encendió anoche en nuestro corazón narrando la historia de un pueblo, que con muecas y gestos estilizados hablan quizá de su exilio como pueblo errante en sus orígenes, o quizá del exilio que todos llevamos en el alma hasta que regresamos a casa y el arte es uno de los viáticos más dulces para regresar al centro. Gracias Amargo por iluminar la noche de un mundo que muere de sed.
Beatriz Calvo Villoria