En este monográfico había un texto que no podía faltar, habida cuenta de que estamos hablando de la búsqueda del bienestar, tanto físico como emocional. En ese laberinto… un camino de luz es el que simboliza la oxitocina, la hormona del amor.
Andan algunas almas nobles midiendo el éxito de este mundo con índices de felicidad, en vez de con índices de poderes brutos, esos que no atienden a la felicidad genuina -eudaimonia, le llamaban los griegos- independiente de cualquier circunstancia externa, que emerge directamente del manantial interior, produciendo dicha, claridad y paz, pues es la plenitud del ser.
OTRA FORMA DE MEDIR
Buthan se ha convertido en el símbolo de otra forma de medir la medida que nos hace humanos y en el título de este monográfico que indaga en la felicidad. Yo vengo a contarles de un símbolo bioquímico de esa felicidad que todos anhelamos: la oxitocina, una hormona que ha salido del armario oscurantista de la ciencia moderna, que está empeñada en medir sólo las hormonas del estrés, la agresividad y la competitividad.
Y ha salido para alumbrar un mundo que perdió la calma, la alegría, el contento en una actividad desenfrenada por competir contra las propias sombras y que ha dado como fruto una sociedad violenta, desmesurada, voraz, de conciencia insular, profundamente egoísta; insensible a la dulzura y la ternura y con una pérdida de contacto con la identidad profunda que somos que integra el rigor y el amor en un mismo verso.
Hablar de oxitocina es adentrarnos en un mundo interno, suave, pacificado, pasivo, donde habita la calma, la sanación, la creatividad, la intuición, la confianza. Cualidades desdeñadas por un sistema de pensamiento que ha necesitado para edificarse en su castillo de naipes infravalorar la caricia, los niños revoloteando entre las piernas, la ternura de un abrazo, la lactancia, la maternidad, la amistad, la cooperación, la sexualidad abrigada de amor que une. Cualidades que nos relajan, nos hacen sanos, fuertemente vinculados los unos a los otros, que trasmutan el mundo propio y el ajeno cuando enferma de estrés, ansiedad o fobia.
BUSCANDO EL EQUILIBRIO
Pero este sistema enfermo no quiere medicina. Con su vestido de cáncer asola el huésped que lo aloja y prefiere los poderes brutos y prefiere estudiar el sistema simpático, el encargado de la lucha, la defensa y el estrés. Una vez más al pensamiento desequilibrado de nuestra cultura solo le interesa una cara de la moneda, la actividad dirigida a la consecución de un objetivo, enfocada hacia el éxito, la que construye y modela la sociedad masculinizada, externa, agresiva, competitiva y depredadora.
La otra cara, el sistema parasimpático, el cual está relacionado con el descanso y el crecimiento, apenas se ha llevado el 10% de los estudios científicos contemporáneos, pero los que hay nos hablan de “los procesos y efectos de este sistema de «calma y relación» no son visibles a simple vista, pues su proceso es lento y gradual, y no son tan fáciles de aislar o definir como los espectaculares mecanismos que se producen en la defensa y el ataque, pues funciona sobre todo cuando el cuerpo está en reposo”… pero que esta aparente quietud llena de una actividad no dirigida al movimiento o al esfuerzo sino a la restauración y al crecimiento es profundamente sanadora y transformadora. Justo la transformación que quieren evitar las inercias de una cultura desconectada del amor.
Y la oxitocina se produce cuando das amor, unión, tacto y cuando se cuida a los demás, sin condiciones, sin necesidad o expectativa, este es un detalle muy importante. No hace falta que vengan las investigaciones a decirnos que, si no hay relaciones amorosas, aunque todas las otras necesidades básicas están siendo satisfechas, los seres humanos no pueden prosperar; ya lo estamos viendo, sintiendo, sufriendo.
MATERNIDAD Y LACTANCIA
Así que combatamos a los “brutos” con la polifacética oxitocina, que hace que las mujeres alumbren y queden perdidamente enamoradas de sus vástagos en una sola mirada. Combatamos dando hijos al mundo, que nuestras casas se llenen de risas y alegrías; y defendamos con uñas y dientes la defensa del parto natural, respetado; la no separación madre-bebé después del nacimiento y la lactancia materna, porque en esos momentos milagrosos se producen altas descargas de oxitocina que desencadenan una respuesta maternal hacia el “Sí quiero” incondicional y favorecen un fuerte vínculo.
Defendamos ese periodo sensible que sucede después del parto, en el que el recién nacido repta hacia el pezón, guiado por el olfato y el tacto haciendo caricias con su cuerpo, sonidos con su alma y derramando su olor sobre el pecho de la madre, para disparar con sus impetuosas succiones una neuroquímica del amor llamada oxitocina y prolactina, que teje el vinculo seguro, la impronta para toda una vida. No dejemos que esta cultura de la seguridad que inculca miedo y ha convertido el parto en una enfermedad nos siga raptando la oxitocina que teje amores.
Combatamos pues a un sistema que financió estudios para que las mujeres dejaran de amamantar, abrazar y consolar los lloros, promoviendo la lactancia restringida para desmantelar los vínculos, desmantelar familias, desmantelar oposición humana a su objetivo de maquinarnos a todos entre sus tripas tecnológicas de márgenes y beneficios haciendo estallar la impronta que se escribe en cada amamantamiento y amamantemos exponiendo esa sexualidad bendita de la lactancia, del pecho expuesto y la boca jugosa de leche, que tanto abruma a los timoratos… y produzcamos oxitocina, bombas de emociones positivas.
MÁS MADERA
Además de los estudios sobre la función de la oxitocina en el parto y la lactancia, esta hormona ha llegado para inundar todos los ámbitos de lo relacional. Nuevos estudios le han sacado del ámbito de la obstetricia y ha llegado para inundar nuestra vida y, como no, el mercado. Siempre haciendo objeto de consumo cualquier realidad sagrada de lo humano, sin saber que éste trasciende el plano de lo bioquímico y lo integra en una totalidad mayor, donde se enhebra con lo energético, lo sutil, lo emocional, lo espiritual…. Cuantos más picos de oxitocina tengamos más calma y restauración producirá nuestro sistema parasimpático, así que los científicos nos animan a buscar picos acariciando, mirando con amor, con masajes… Así que aquí va más madera, para que arda el fuego de la paz, la acción más meritoria y activa que existe sobre la tierra, como nos enseñó Gandhi y, en general, las ciencias tradicionales orientales que llevan cultivando la paz y el equilibrio desde hace milenios con técnicas como el Qi Gong, el Tai-chi, el zazen.
El orgasmo es otro de los grandes productores de oxitocina, siempre que lo practiquemos con una conciencia lo más elevada posible, pues, igual que el beso erótico, que forma parte de su orquesta apoteósica, necesita tener lo que en el zen se llama la “mente de principiante”, que es una atención tan plena que hace que la realidad sea siempre asombrosa. Si no, el pico de oxitocina irá disminuyendo su cantidad, aunque siempre dejará ese sabor a felicidad y relajación. La conciencia sigue siendo la reina en todos los estados, emocionales, bioquímicos y mentales.
HAY QUE TOCARSE
Dentro de la sexualidad no puede faltar el tacto amoroso que también produce picos y que podemos llevarlo a nuestras relaciones personales. Dicen que los niños de los orfanatos que no pudieron establecer vínculo alguno con un cuidador suelen tener síntomas propios del autismo y responden con menos oxitocina de lo normal a sus madres adoptivas. Su alma no conoció la confianza que da la mano amable que mima y ama. Hay que tocar y tocarnos mucho y suave, y lindo, y tierno… Sin olvidar los últimos estudios que verifican lo que siempre ha sabido la ciencia tradicional de los masajes, que tocarnos produce una fiesta de oxitocina.
EL AMOR CAMBIA EL CEREBRO
Elevémonos ahora hacia las esferas de lo humano donde residen varios de los cuatro estados inconmensurables que describe el budismo como océanos al que todos deberíamos llegar para derramar nuestro río vital. Hablamos de la poderosa grandeza del amor bondadoso y el compasivo. Y sí, aquí también encontramos a la oxitocina haciendo de las suyas, pues tiene una función protectora sobre el corazón y se activa, simplemente, cuando una persona tiene un gesto de bondad con otro ser humano, subiendo los niveles de esta reina bioquímica no solo en la que lleva a cabo el acto bondadoso, sino en la persona que lo recibe y en la persona que lo contempla.
A medida que uno practica las meditaciones de amor bondadoso, compasivo y altruista, como las propias del budismo, o las cristianas que tienen en el amor al prójimo la medida del propio, o la familiaridad divina en el Islam con invocaciones como “Ya Wadud”, el cerebro empieza a cambiar su modo de funcionamiento, fortaleciéndose la región que tiene una estrecha relación con dichas experiencias de amor. “Estos nuevos receptores hacen que las neuronas se hagan de alguna manera `adictas´ a experimentar dichas emociones de benevolencia, compasión y amor altruista. Eso quiere decir que, de forma cada vez más natural, nuestro cerebro nos va a impulsar a experimentar esos sentimientos positivos y a buscar esas experiencias de afecto y cercanía”, dice Juan Manzanera.
Beatriz Calvo Villoria