La última frontera
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9 diciembre, 2023Decía el maestro Zen Ehihei Dogen en “el Sutra de las montañas y aguas” que “las montañas azules están caminando constantemente”.
Meditar la enseñanza recibida forma parte de cualquier vía sapiencial, la remembranza, sati, smriti, de lo que nos ha sido trasmitido puede transformar, en un instante, una experiencia, como la de adoptar la postura de la montaña, del arte alquímico taoísta del Qi Gong, y convertir una forma material, en este caso corporal, en una forma sutil con la que viajar por el universo de los significados y más allá. Para explicar esa conversión, de la materia en espíritu, me valgo de una palabra prodigiosa en la lengua árabe, el barzaj, y que es explicada por los sabios sufíes como ese lugar de encuentro del ámbito inmaterial de los significados y la experiencia sensible de los cuerpos. Es el lugar donde los cuerpos se espiritualizan y los espíritus se materializan. Es un mundo intermedio donde se opera a la vez cosiendo los tres planos, el del intelecto, con sus abstracciones, la imaginación creadora, con las visiones del alma y los sentidos con sus sensaciones. No es un mundo de fantasía, es una Imaginatio Vera, donde la enseñanza espiritual y, en principio, indescifrable, de un maestro como Dogen, que nos es trasmitida en la forma de una “montaña azul” que se convierte en un símbolo que funciona como un puente, capaz de unir lo inteligible y lo sensible.
El alquimista taoísta trabaja refinando la energía que está escondida y almacenada en el cuerpo, en la materia, como si de un embrión de otro plano se tratase, al que hay que gestar y hacerlo crecer, para ello, usa ese mundo intermedio y visualiza con la potencia del alma las metáforas con las que despierta al cuerpo.
Es en el barzaj, en ese mundo imaginal, donde se puede materializar, darle cuerpo visionario a una enseñanza valiosa como la de este Sutra del Zen que nos habla de cómo caminan las montañas, de cómo todo está en movimiento, a la vez que se entreteje con un cuerpo capaz de adoptar una postura estática como si fuera una majestuosa montaña. Es al mismo tiempo un alma que imagina creativamente ser esa montaña simbólica, que señala, por tanto algo más allá que la montaña, y un cuerpo, su vehículo, que pone en acción el símbolo, aderezado y/o amalgamado con la fuerza de su presencia, que es como decir de su sacrificio de todo lo que no sea esa visión y esas sensaciones en el altar de la Conciencia. Todo ello para saborear la sabiduría encerrada en las entrañas de la santa materia que nos constituye, “donde existe un mundo de seres sintientes”, dice Dogen, y que según la Tabla Esmeralda de Hermes Trimegisto es lo que está abajo y que para ser como lo que está arriba y “hacer milagros de una sola cosa” se ha de rectificar, trabajar, refinar, santificar con el cincel de las virtudes, reflejos de los atributos de lo superior en este polvo que somos y con la sabiduría que se vierte a los que estudian cuidadosamente y reflexionan sobre las enseñanzas recibidas.
La postura, llave que abre
Los taoístas tienen una metafísica de la naturaleza muy natural y su observación del cosmos es asombrosa. El Qi Gong es un arte alquímico que empieza imitando a la naturaleza, sus elementos, fuego, agua, tierra, sus animales, para acabar siendo uno con su espíritu, con el mundo de seres sintientes que hay en una minúscula brizna de hierba, en un dragón que sobrevuela un lago numinoso o en una majestuosa montaña. Como todo arte alquímico busca la concentración de nuestras potencias en el quid del ser. Hace carne la palabra, hace experiencia la sabiduría que trasmite, pues la palabra revelada, transmitida no es nada hasta que convive con la experiencia que lo vivifica.
Para hacerse montaña, según este arte, el aspirante planta los pies bien extendidos, y visulaiza como se van hundiendo en la maternidad de la tierra, y “ve”, con el ojo interior como surgen raíces que se expanden hacia el centro de la tierra, donde mora un mundo de seres sintientes, que comunican su saber, su sabor a mineral esperando ver con la luz la joya que contiene. Las piernas bien separadas más allá de los hombros, asemejando la base de una montaña, descienden. Las rodillas se atornillan, girándolas ligeramente hacia el exterior, todas la extremidades inferiores quedan arraigadas a una corriente telúrica que empieza a brotar y ascender por un punto del meridiano del riñón denominado fuente burbujeante, que está en la planta de los pies, en la almohadilla, que ha quedado ahuecada por un leve movimiento de los dedos que se agarran como garras de águila, para poder inclinarse y asentarse ligeramente en los talones y que va inundando, como un río dorado, poco a poco, el cuerpo energético, el gran olvidado de occidente, subiendo por canales invisibles, pero tangibles al ojo interior, que recorren las piernas hasta llegar al abdomen, donde empieza su primera transformación, su refinamiento, su espiritualización, el pulimiento de la joya que el reino de la tierra esconde, mientras se va nutriendo otras dimensiones, como la fisiológica, que beneficia, por ejemplo a los riñones.
Las manos miran extendidas hacia la tierra, la perciben, la acarician, la succionan, el dedo corazón desciende unos milímetros para ahondar en la palma de la mano un punto maravilloso llamado el Palacio del trabajo, que pertenece al meridiano del corazón, de esa manera es más perceptible como el corazón del Hombre puede percibir lo telúrico, acariciarlo, nombrarlo “in divinis”. Los brazos descansan relajados desde los hombros dibujando con su carne las laderas de una montaña que se sigue imaginando al interior de ese mundo intermedio, como si fuera un firme eje axial que une los mundos, lleno de majestad y belleza, mientras se construye, gesto a gesto, en el cuerpo una analogía hecha de tendón, músculo, hueso, energía, respiración y presencia de esa ascensión que el símbolo de las montañas nos muestra. Una base ancha y estable que se adentra en la intimidad de la tierra, oscura y profunda, y misteriosamente cálida hasta una cúspide elevada que mora en el cielo y en nuestro cuerpo, en la cabeza, que permanece como suspendida, religada por un hilo de oro que penetra los cielos más profundos, los reinos superiores, llenos de frescura, desde donde, si Dios quiere, realizar, como dice nuevamente Dogen, el poder espiritual de cabalgar las nubes y seguir al viento del espíritu, que solo se puede hacer siendo montaña, pues lo inferior y lo superior se han encontrado unidos.
De esta forma, la alquimia del Qi Gong va entretejiendo Intelección, visión y sensibilidad, surgiendo un tapiz milagroso sobre el bastidor del presente, el aquí y el ahora, que es siempre nuevo, Original, pues desde ese aparente no hacer de una postura estática como la montaña, miríadas de micro gestos interiores están cosiendo un bordado para el Señor de los Mundos.
Ahora solo resta mantener la postura, con humildad, con entrega a la enseñanza recibida, fe en su eficacia redentora, hay perseverancia, volición que aquieta los humores, calmando el dolor de las articulaciones, estableciéndose instante a instante firmemente en la postura, que se va convirtiendo en un signo, en un ayat que escribimos en el horizonte, para que el Señor del Día del Juicio, alcance nuestra mirada, ya que la nuestra no le alcanza. Es una asana, dirían los hindúes, es una llave que nos abre, es un símbolo del cielo que se busca ser aquí en la tierra.
El Rey del Vacío
Decía Dogen que estar “en las montañas” significa “una flor abriéndose al interior del mundo”. Y recalcaba que todo mundo está lleno de seres sintientes. “Y allí donde exista un mundo de seres sintientes, allí inevitablemente está el mundo de los buddhas y ancestros”. Estar en meditación, cultivando la mirada contemplativa es estar en las montañas, en las entrañas del eje que comunica e hilvana los mundos, el inframundo, el mundo y el supramundo. La montaña visible es su símbolo por excelencia, la montaña del cuerpo que busca como el chamán imitar el arquetipo sutiliza el símbolo macrocósmico en el microcósmico, para colocarte en el umbral donde presenciar ese “antes de cualquier signo sutil”, ese “otro lado del Rey del Vacío”, que gesta el caminar continuo de la montaña y nuestro caminar, el de todos los seres. Todo es movimiento entre el yin y el yang, todo es una continúa Danza de Shiva. Las tradiciones sapienciales se cosen al tapiz y el bordado muestra sus dorados más elevados.
Y así es y deviene, si Dios quiere, después de un tiempo en esta postura llave, se va refinando la energía primaria que asciende, al primer lugar de transformación, localizado por la alquimia china en el abdomen y va subiendo a su segundo centro de rectificación el corazón y de este al tercer campo de cinabrio, en la cabeza, en la cúspide de la montaña, donde la energía se refina aún más y se transforma en conciencia, en espíritu, el Shen. Es un viaje de la materia a la luz, el cuerpo ya no está más, ya no duele, ya no pesa, se ha hecho montaña inconmovible, en la tiniebla del interior de la tierra, en la opaca materia, se ha ido despertando una especie de luz natural en el entendimiento que permite alumbrar un camino que estaba oculto, por el que se cruza un umbral y se empieza a ver el Cielo descubierto, esa luz natural de todo hijo de Adam está ahora en el claro del bosque, intentando alumbrarse, y es un lugar en un no-lugar, un llamado irresistible a la luz de la Gracia, es el cabo inferior de la cuerda unido al cabo superior que desciende del cielo para iluminar el recipiente que ha sido horadado para recibirla y, entonces, en un atisbo sin tiempo, se sabe porque las montañas azules caminan, uno se sabe montaña, y uno saborea un dulce fulgor enamorado chisporreteando en su interior y en su exterior, pues todo se une, y sabe entonces que todo átomo está enamorado de su atractor que lo mantiene unido a sí mismo y a todos los sí mismos donde el Sí mismo se refracta.
Todo átomo gira alrededor de un centro innominado, todos los seres sintientes de las diez mil direcciones lo hacen, nosotros las montañas, por tanto, también giramos en nuestra nuclear intimidad con Dios, El Creador y caminamos, caminan contigo hacia su consumación última. Los tiempos son distintos pero la esencia de esa danza cósmica, macro y micro es la misma, todos los fenómenos expresan una misma danza un mismo caminar en la misericordia existenciadora de Dios.
«Con el ir y el venir, una persona en las montañas
comprende que las montañas azules son su cuerpo.
Las montañas azules son el cuerpo, y el cuerpo es el ser,
entonces, ¿dónde puede uno colocar los sentidos y sus objetos?
Volver a casa
El cuerpo hecho montaña empieza ahora a sacar la llave de la cerradura abierta, el yin deviene yang, el yang deviene yin, la noche sigue al día, la quietud da a nacer el movimiento, el silencio a la palabra…. La luz inunda la mirada que tiene los ojos cerrados. Las piernas se enderezan, los pies se juntan, las manos se recogen para cerrar la práctica. Sigue una interioridad encendida, hay combustible aún para un nuevo umbral alrededor de otra metáfora, otro símbolo, otra postura, un nuevo tapiz sobre el lienzo del aquí y el ahora se borda, en la postura del wu wei , el Hombre pontífice entre el Cielo y la Tierra ahora saborea ese ser un eje para la luz en su descenso nutricio, que se visualiza como una cascada de un agua visionaria que mana de la coronilla cayendo sobre los hombros, los brazos, llegando hasta los dedos de las manos que gotean ese flujo vital que es a la vez en el barzaj y en el cuerpo, vasija de barro donde se inicia un casi imperceptible y sutil movimiento de izquierda a derecha. La montaña camina, el eje está pulsando vida, se percibe una danza continua entre los dos lados del cuerpo, un balanceo entre los polos que nos constituyen, apenas son unos milímetros, pero su polaridad es tan nítida, tan rítmicamente hermosa, el lado izquierdo se afirma y deja espacio al lado derecho para que haga lo mismo, posicionarse, es como el vaivén acompasado de un agua lustral que se trasladase de un lado al otro por vasos comunicantes, es tal su contraste que se puede percibir con detalle el istmo, el eje que hace de fiel de la balanza, que como una nueva puerta invita a adentrarse en ese más allá, que ahora se presenta como una quiescencia simultánea a la danza, pero más allá de ella.
Se percibe, entonces, que ese eje vertical es el mismo istmo que expresa la respiración cuando meditamos, esa tierra misteriosa de ningún aliento sino el vacío del que surge todo aliento, esa otra puerta que la polaridad de la vida en su inhalación y su exhalación presentan para el que se aquieta, sosiega, renuncia al estrépito del mundo desreligado de su esencia y cruza la invitación de los umbrales.
Cruzar esos umbrales es iniciar el camino de retorno a casa, en un lugar donde lo invisible se hace visible y lo oculto manifiesto, es el lugar de la interioridad. Allí mora la paz, el contento, la contemplación de las maravillas, la certidumbre nacida de la confianza que te hizo entregarte a la práctica que el camino quiere llevarte sano y salvo hacia tu auténtica naturaleza, tan divina y tan hermosamente humana. En esos umbrales se comprende el misterio de los milagros, la levitación de los santos, la salvación de las almas, pero sin extinción, sin humildad amable, sin pobreza, sin fakr, tal como se presenta la puerta se desaparece tras los velos de quien lo quiere apresar más que dejarse invitar por su llamada a un paso maravilloso de cercanía a sus infinitos grados de majestad y belleza. Solo su Luz es real entonces, y tu luz vuelve a la corriente ígnea de su luz, te desaparece, y solo lo real se pronuncia con una nitidez asombrosa.
Y termino otra vez con Eihei Dogen, pues todo lo que hasta aquí he dicho solo se descifra en la escritura de la propia experiencia, si quiere la Gracia que devenga, nada podemos sin ella, acaso asomarnos al pozo donde se nos dona el agua.
“Las voces del valle y el río son la amplia y extensa lengua de Vida.
La forma de las montañas no es más que su cuerpo puro.
Durante la noche suenan ochenta mil versos.
Al otro día ¿Cómo puedo trasmitirlos a los demás?”
Beatriz Calvo Villoria
Imagen de portada: 內经图; Nèijīng tú– El cuerpo taoísta
La Ilustración del Entramado Interior (Nèijīng tú), una de las representaciones más fascinantes de la tradición taoísta del cuerpo humano, es una imagen rica en simbolismo que, desgrana las diferentes etapas de la práctica contemplativa, y lo hace mezclando imágenes y versos, que ayudan a los practicantes a llegar a los diferentes niveles de conciencia.