La llamada de las amantes de las flores
19 mayo, 2023Crónicas de Amalur. La Garrotxa
18 julio, 2023La expresión es de Shaij Nazeem, un maestro sufí e ilustra de forma magistral la ciencia del conocimiento que surge de la fricción cotidiana de la convivencia.
La estructura egoica se construye alrededor de una experiencia de separación paulatina de la Fuente de la que todo mana o se crea en la existencia. Esa separación dependiendo de los mimbres con los que se nos ha creado -algunos son tendentes a la elevación, otros a la expansión, otros al abajamiento de lo concreto, a la densidad de la sola materia- va produciendo una sucesiva red de capas de protección de esa herida que tan bien canta el ney: «separado del cañaveral que me vio nacer, dejo que el espíritu sople en mi vacío la nostalgia del regreso al hogar del que surgí».
Esa red de reflejos condicionados al dolor y al miedo y al ansia de protección; la perdida del paraíso, del útero matriz que nos alimenta con todo lo necesario para la vida, construye una estructura caracteriológica basada en la defensa de nuestra particular ilusión.
Estoy solo y desamparado, necesito los recursos necesarios para sobrevivir en esta selva de fieras. La de mis hermanos con las que compito por el alimento, por el refugio, por el calor de un hogar, por el amor de una madre, de un padre, quizá ausentes, heridos por la misma herida de la separación y de la ignorancia del camino de retorno.
Y ahí empieza la tarea del regreso, la ciencia fricción que nos permite conocer lo que no somos, la estructura egoica pacientemente construida durante años, taimada y controladora en todos los aspectos, que cree proteger el pequeño reino del yo, mi, mío, se confronta en la convivencia con otra estructura igual de pertrechada con una imagen ideal, que bajo sus máscaras disimule su pobreza espiritual, que no es sino nuestra ausencia de sabiduría de esa otra parte del Ser mucho más profunda, en el hondón mismo de nuestro corazón, capaz de satisfacer ese vacío que no se llena con nada que no sea el ser mismo y que se se expresa en una ignorancia acerca del otro del que intento protegerme o herir para consolidar mi parcela exigua de poder.
La ignorancia de sabernos el mismo Aliento Misericordioso que alienta la Vida, un otro yo, una otra parte que expresa el único Yo en todos los seres, un Dios en el hermano que se aproxima y tiende la mano para compartir juntos distintos tramos del camino.
La ciencia fricción va desgastando las aristas del encuentro, la paradoja del erizo que se muere de frío si no se acerca lo suficiente al corazón caliente del hermano, que se queda herido en demasiada cercanía por las púas ardientes de su sistema defensivo.
Fricción tras fricción, si el marco es una Ciencia del Conocimiento para a través de conocerse conocer lo Real, uno va desvelando las propias mentiras, ilusiones, caen las máscaras y la intemperie de nuestra propia pobreza alza la mano adecuada parea recibir del Cielo y de la Tierra el pan nuestro de cada día, hecho de carne, sí, hecho de espíritu, Sí. Hecho de Amor, sí, hecho de Sabiduría, sí.
Por debajo de ese marco, de esa Ciencia del Conocimiento, la fricción lleva a la separación y el Amor pierde la batalla de la Unión.
Beatriz Calvo Villoria