Sobre la Ciencia Fricción
14 julio, 2023Tribulación y Oración
18 julio, 2023Como un animal acostado, como el gigante Pangú de la cosmología china, que cede su cuerpo para que crezcan de su vello los bosques, de sus fluidos los ríos, de sus ojos la luna y el sol, de su aliento los vientos, incluida la palabra, los bosques de la Garrotxa son un animal cósmico que cuando respira le habla a todo mi ser.
Habito por un mes las entrañas de un volcán, un útero telúrico, que gesta un bosque a cada instante. Cada segundo es un nuevo bosque, a veces tan misterioso como la luz del anochecer que lo baña de un no se qué, de otro mundo que se trasluce, tras su danza de sonidos y movimientos en verde verdeante; a veces tránsido de un calor que pareciera surgir del magma infernal del interior de la tierra y que apenas logra refrescar, aun poseyendo el mejor refrigerador del mundo, el tejido hecho de luz de las hojas milagrosas que penden de un entramado de ramas que es un todo orgánico, un tapiz inconcebible, donde los avellanos lucen ya los pendientes verdes de lo que será un fruto de dioses, confundiéndose entre las encinas que se retuercen por falta de agua, fusionándose en un concierto de cortezas con los robles, cuyos troncos unen majestuosamente los cielos con la tierra, matrimionándose con los fresnos que lloran sobre los lechos secos de los otrora arroyos cantarines. Los elementales se duelen de nuestra negligencia y se les percibe enfadados, entristecidos o ¿es mi propio enfado el que se proyecta sobre los cauces sedientos de la hermana agua que vivifica todo a su paso?
No distingo ya quien habla a través o sobre mi cuerpo, la información me recorre con intuiciones, percepciones, reflexiones cosiendo lo de afuera y lo de adentro en un solo sentido que me asalta.
El verano es un fuego que quema una península avocada hacia el destierro de vida del desierto y este bosque cósmico me rodea y me susurra hoy, con este viento tórrido, insoportable, futuros posibles de fuego y amenaza, Dios no lo quiera, pues este hermoso cuerpo verde alberga miríadas de seres, zorros, ciervos, jabalís, nutrias, bandadas eternas de pájaros interpretando un lenguaje de paraíso ya olvidado, además de un pequeño grupo de masías diseminadas, y avanza como un ejército sobre el abandono de los pocos huertos, pastos donde ya no se rumia y esculpe el mosaico que vistió estas tierras y todas las tierras donde el campesinado ejercía su cultura, en una época dorada, ya muy lejana, de residuo cero, de aprovechamiento de todos los recursos para la vida, para la economía de supervivencia que daba hombres y mujeres recios, úteros de diez hijos que remaban a una, para que estas arcas de Noe navegasen en el mar de dificultades que es la existencia vinculada a la tierra, recordando con esas campanas que eran el tañido de un código mistérico que todo vuelve a la tierra, que el polvo regresa y el alma se eleva en la misma dirección que apuntaban los campanarios, hoy solo reliquias de un pasado que no puede volver, ante la ausencia de un lenguaje simbólico que los interprete..
El payés es una especie de raza extinta, como todos los aborígenes que viven a pie de tierra, están siendo extinguidos con premeditación y alevosía por el ídolo del dinero, nada nuevo bajo el sol. La glotonería, la concupiscencia gesta el amor al dinero que arrasa con el recuerdo de los trascendentales, la Verdad, La Bondad, La Unidad y la perfección de su expresión en la Belleza, atributos de ese fondo de Realidad que somos.
La verdad ha sido desterrada por la mentira, que campa a sus anchas en todos los órdenes de realidad, negando incluso que el color de la hierba es verde, como apuntaba el genial Chesterton, o que los dos polos de la danza de la vida son femenino y masculino, invirtiendo el orden, el dharma de las cosas. La bondad por el egoísmo que firma un contrato de indiferencia con el prójimo, negándole la caridad al hambriento, al enfermo, al necesitado. La unidad con la división en dialécticas que construyen una historia plagada de violencia, una ingeniería social que divide para vencer como príncipe de este mundo, hombres contra mujeres, mujeres contra hombres, padres contra hijos, hijos contra sus padres desterrando el amor que procura la unión de los contrarios. Y a la belleza con la fealdad que viste con modas aberrantes la pureza de nuestros niños, nuestros jóvenes que se mutilan sus pechos o se hormonan para ser lo que nunca podrán ser desde el negocio de los químicos o se marcan como el ganado con los signos de sus falsos héroes, con tintas cargadas de veneno pasando por el arte, expresión de la neurosis de un yoísmo exacerbado hasta el patetismo de un Arco que celebra una defecación humana como una obra de arte por la que ciertos dementes pagan miles de euros. La fealdad de una manera de hablar, de pensar, de actuar que es la expresión de la ausencia de esos atributos trascendentales que se reflejan en las hermosas virtudes que constituyen un cuerpo de presencia atenta a lo que cada situación demanda.
Sin el reflejo de esos pilares en nuestra vida cotidiana la vida se derrumba, sin honestidad, sinceridad y objetividad hacia nuestros vicios ocultos, nuestras limitaciones, constatación que nos lleva a la pureza de la humildad, sin sobrestimarnos, sin subestimar al prójimo, nos desequilibramos en el engaño de nuestras falsa imagen ideal, que con un esfuerzo ingente pretende esconder nuestra vulnerabilidad humana y nos cierra a nuestra sobrenaturaleza. Sin bondad nos secamos en el egoísmo de solo yo, separado de la red cósmica que nos enhebra con el origen de todos y todo al mismo tiempo y nos deshidratamos. Sin Unidad, nos disolvemos en la multiplicidad sin eje, sin centro, en una circunferencia de miríadas de fenómenos sin sentido, sin religación con el Centro, el Reino que somos, donde reina el Amor que todos anhelamos.
Pongamos en el centro de nuestra vida, los principios eternos, los atributos de la Realidad, de lo Divino y encarnémoslos en esta efímera vida, que es una puerta a la Otra Vida. La Vida Eterna.
Beatriz Calvo Villoria