Amarás al prójimo como a ti mismo
19 enero, 2024En esta nueva casa que me ha traído Dios para habitar en el Mediterráneo, había algo que nunca había tenido, una pantalla de esas modernas, muy grandes, aparatosas, que surgen de la pared y no la puedes retirar sin dejar un gran boquete. Durante meses ha estado apagada y buscaba cómo hacer un marco con una tela para tapar su oscuridad.
Desde que leí a Jerry Mander hace 30 años, “En ausencia de lo sagrado”, tiré la tele en una especie de rito iniciático, a una vida sin propaganda, sin ingeniería social en el sacro templo del Hogar.
Pero hace una semana, casi sin querer queriendo, encendí el botón rojo y apareció misteriosamente, pues pensé que no había antena, un programa de naturaleza que me atrapó totalmente la atención.
Caí en una especie de absorción meditativa, esas que algunos maestros de vedanta llaman de concentración externa, en el que el sujeto desaparece ante una presencia tal de la conciencia en la observación del objeto que solo existe lo que acontece. Como cuando lees un buen libro y te extingues en la comprensión.
Los animales se convirtieron en símbolo, reflejo de lo sobrenatural; se me agolpaban las enseñanzas del Amado mis montañas. El libro Primordial de la naturaleza abrió sus hojas, sus versos, sus signos, sus ayats, los hilos de su trenzado milagroso, y entré en asombro, en anonadamiento, en adoración, me faltan postraciones para honrar la maravilla. El mundo, a veces, se hace transparente develando al Absoluto en su dimensión más inmanente.
Solo Dios en el zorro puede alinearse magistralmente con las líneas electromagnéticas de la tierra, para percibir la ubicación exacta del ratón enterrado a más de dos metros de nieve, cuyo palpitar llega a un sofisticado sistema de recepción auditiva, que hace que en un instante sublime, solo ejecutado por lo divino, el Único Jugador que existe, un ser de piel de belleza roja arrebatadora salte sobre el fondo inigualable del fulgor blanco de la nieve y hunda su hocico, con la fuerza de un proyectil orgánico, hasta el caminar sorprendido de un ratón, que se dona, como único jugador también, a esta extraña danza del hambre que signa nuestro planeta, donde todos somos alimento y depredador al mismo tiempo.
Solo Dios puede volar durante cuatro años seguidos sin pisar tierra, gozar bajos las olas rugientes en el coral como un león marino, oler a 30 kilómetros la comida nuestra de cada día, respirar solo una vez cada hora para poder hibernar, bajando la temperatura de la sangre, otrora caliente, a la misma que hay en la cueva de miles de murciélagos en el frío más invierno.
Solo Dios es en las escamas de la serpiente el que se mueve por las arenas ardiente del desierto, solo Dios es en el albatros que se inmola en su primer vuelo en las fauces de los tiburones que llevan meses sin probar bocado, en un encuentro anual de precisión astronómica. Solo Dios en el insecto diminuto que incuba sus huevos en la articulación de la pata de una hormiga con una precisión asombrosa que se sacrifica como alimento para la nueva Vida.
Todo es donación de unos a otros, estamos en comunión con la Natura, todo es economía divina, Incognoscible.
Todo es como la última vida del Budha, antes de su iluminación, cuando se ofrece como comida a la leona hambrienta, pues se sabe uno.
Sólo Dios basta decía Teresa de Jesús, sólo Dios, decía el Hermano Rafael, Hu dirían los sufíes.
Cada aliento está preñado de su Verbo glorioso que dice al colibrí que sea quien es, rasgando con su belleza sus cielos imposibles. Cada aliento está preñado de oportunidad para rasgar el velo y ver danzar a los opuestos, el dulce pollo bajo las alas de mamá, arrebatando del pecho la ternura y al instante siendo el alimento en la serrada boca de su depredador. La belleza salvaje del oso en las montañas y las garras aceradas que extraen la grasa exquisita del salmón en busca del origen. La majestuosidad del león antes del combate por la supervivencia y la sangre de la carroña que deja saciado, donde hiende su hocico la fiera hiena, el inquietante buitre.
El juego amoroso de los dingos para generar vínculo de manada, antes del brutal despedazamiento de su presa y la jerarquía precisa ante cada pedazo. El vasto campo de bambús ondeando haikus de una perfección sublime y la perfección de blanco y negro de un oso panda que mastica apaciblemente su verde casi esmeralda.
Todo es a la vez, entrelazamiento, de sujeto y objeto, en esa vacuidad que explica Juan Arnau en la entrevista que le hice en Ariadna Tv.
El Misericordioso se tiende en los distintos estratos de su Ser, en el mapu de la Montaña que dirige los destinos de un valle con su hierática majestad, en el rumoroso río que nos cabalga hacia la vastedad de azul del pacífico, metáfora existencial de lo insondable que aumenta inexorablemente la percepción que tenían los taoístas cuando pintaban al ser humano como un diminuto punto en medio de un cosmos conmovedor.
“Para estar en armonía con la Tierra, es necesario estarlo con el Cielo”, diría Husseyn Nasr, al que también entrevisté y que nos insta a renovar la percepción directa de la naturaleza como realidad permanente de lo sacro.
Estamos en un gran escenario donde todo el cielo y la tierra nos están mirando. Es hora de regresar del exterior al interior y hasta la más diminuta hormiga nos devuelve a lo Absoluto que inunda, entonces con su Luz, el significado profundo que tiene existir sobre la tierra.
Aumenta la Maravilla. Alabado sea Dios
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