La Revelación Primordial
18 mayo, 2020Crónicas de la Tierra Media
21 julio, 2020El Titanic se hunde y nosotros seguimos bailando en cubierta al son de una música superficial y profana, la tierra se resiente, cruje, se deshiela, se calienta, se extingue en su diversidad y nosotros seguimos pasando el fin de semana en las grandes superficies consumiendo sus exiguos recursos, ajenos a la reflexión y a la acción contundente que los acontecimientos reclaman.
En este Al Descubierto queremos invitarles una vez más a la reflexión y a la movilización de sus voluntades, a cambiar sus hábitos de consumo respecto a la alimentación, respecto a un sistema agroalimentario que no funciona y les daremos todo tipo de razones para argumentar esta sentencia.
Discerniendo la elección con inteligencia
Ya que somos lo que comemos hablemos primero sobre la diferencia entre la alimentación industrial y la alimentación ecológica, para elegir con conocimiento la argamasa de nuestro Ser.
La alimentación industrial se abastece de una ganadería, una agricultura y, en definitiva, de una economía que contamina medioambientalmente y alimentariamente al planeta y a sus habitantes. Concentra el poder en muy pocas manos con las consabidas injusticias que eso conlleva, destruye paisajes, pueblos y culturas, uniformiza las mentes, globaliza un deseo de codicia e inocula en el alma una eterna insatisfacción. Se cimenta alrededor de un olvido primordial, el aspecto sagrado de la Vida y de la Madre Tierra; sagrada por venerable y por digna de respeto, nadie puede negarle los innumerables dones que derrama en cada uno de los misterios a los que asistimos indiferentes cada día, y los convierte a todos, y nos convierte a todos en mercancías de un mercado sin escrúpulos.
La alimentación ecológica, lo hemos dicho muchas veces, y no nos cansaremos de decirlo como un eco perpetuo que llama a las conciencias, respeta el medioambiente, cuida la salud, porque es más nutritiva y está más viva; guarda y garantiza la biodiversidad; genera menos gasto energético; está más rica y sabrosa; mantiene la fertilidad del suelo a largo plazo; tiene futuro y es un derecho de todos los pueblos y por ello debería ser instaurada por decreto.
Pero para que la agricultura ecológica sea realmente una revolución de las dimensiones que requieren estos momentos de hundimiento, necesitamos que se inserte en el marco de una economía local y campesina, que proteje lo rural, que garantize la salud urbana, que respete el medio y a sus pobladores… “Un mundo basado en lo local, lo pequeño, lo sencillo… es un mundo de escala humana, regido por estructuras sociales y familiares unidas” como tan bien señalan los ecoactivistas de The Ecologist
Razones para el consumo Biológico y local
Hay que relocalizar de nuevo la economía, descentralizarla, hacerla realmente sostenible. Porque el consumo de productos biológicos locales ahorra energía y nos hace menos dependientes del petróleo. Porque crea redes de economía local y combate a las grandes corporaciones que expulsan con su tecnología a miles de trabajadores. Porque una economía local fuerte y sólida evita las migraciones que desestructuran nuestras familias, átomos de nuestras sociedades en todas las direcciones del planeta. Porque si el campo se desertiza de humanos campesinos desaparecen las semillas, las razas autóctonas, la diversidad biológica y cuatro corporaciones sin conciencia pasarían a manejar el hambre del mundo con sus semillas alienígenas y terminator. Porque el consumo local protege nuestros pueblos y la biodiversidad cultural; porque protege lo propio, lo cercano, y mira siempre con suma responsabilidad a las generaciones futuras.
Así, es una responsabilidad de todos apoyar a los que recuperan los métodos tradicionales que funcionan, y a los que investigan y añaden nuevas técnicas que tienen en cuenta los equilibrios propios de la Naturaleza, a los que guardan las semillas y las mejoran al ritmo lento de las cosechas consecutivas, a los que intercambian conocimiento y no patentan la sabiduría propia de la Naturaleza, a los que cooperan, a los que se unen en redes de consumo, a los que aun miran a la luna y plantan en consecuencia. A los campesinos de toda la vida que están siendo extinguidos por el hombre tecnológico y moderno.
Una se pregunta si ante el estado actual de desarrollismo y urbanización del campo existen todavía ese tipo de héroes en comunidades como Madrid. Hemos rastreado, y todavía hay alma rural en algunos de sus pueblos. Son héroes anónimos que se mantienen firmes y cercados por una megalópolis que extiende su manera artificiosa de entender el espacio y la vida. Luchan a diario con muchos enemigos: Las grandes superficies que dictan los pecios y reducen drásticamente el margen de los campesinos y ganaderos y les hace sentir que casi no merece la pena producir. Las nuevas biotecnologías que con sus transgénicos contaminan su esfuerzo de siglos por mantener semillas autóctonas adaptadas. Las leyes que prohíben el intercambio de semillas, de conocimiento; la falta de primas por su labor medioambiental encomiable. La amenaza de las patentes, las leyes foráneas que desde Europa regulan sus vidas, sus ganados, sus trashumancias. Necesitan refuerzos, y nosotros como consumidores podemos ofrecérselos en forma de legión anónima en una verdadera y legítima revolución verde.
Fundamentos económicos para la vuelta a Casa
Pero antes de que inicien ese combate diario con su conciencia, la lucha se va a establecer cuando suene en su mente el contraataque de que la producción ecológica es más cara, y que es más cómodo, pues no tenemos tiempo ni para vivir, ir a las grandes superficies y comprarlo todo de una vez. Hemos querido presentarles más razones firmes y económicas de la necesidad de cambiar el rumbo, pues la alimentación es solo la punta del iceberg de nuestra salud, de nuestra cultura, de nuestra identidad, de nuestra economía, de la vida rural, de nuestro futuro. Le hemos pedido a Oscar Carpintero, profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Valladolid que nos argumente. Pertenece a esa categoría de pensadores que devuelven a la economía abstracta del mercado financiero mundial su verdadero significado de administración sabia de los bienes de la casa, y a estas alturas, por mucho que el dios dinero quiera contarnos fantasías de un crecimiento sin límite, no tenemos otra casa más que la Tierra y la estamos dejando sin paredes, sin tejado, sin vida. ¡Cuánta intemperie para cuantos seres¡
-¿Cuáles pueden ser los argumentos científicos y filosóficos para apoyar la agricultura ecológica y el consumo local?
Serían los mismos -pero en sentido contrario- que sirven para eliminar los apoyos a la agricultura convencional actual. Conviene subrayar que, a priori, no tengo problema en que la agricultura en general pueda ser una actividad que reciba apoyo público, pero siempre y cuando cumpla tres requisitos: a) que sea económica y socialmente justa, b) que sirva para evitar la despoblación rural, y c) que sea respetuosa con el medio ambiente.
El problema es que la agricultura convencional actual, fuertemente «industrializada» no cumple con ninguno de estas condiciones. Más bien se da de bruces con cada una de ellas. No es social y económicamente justa, tal y como pone de manifiesto la desigual distribución de las subvenciones que, en promedio, reparten el 80 por 100 de los fondos entre el 20 por 100 de los propietarios. Pero tampoco ha servido para frenar el proceso de despoblación, que es un fenómeno complejo, pero ha tenido a la agricultura moderna como un potente instrumento de expulsión de población del medio rural.
El énfasis productivista (o mejor, produccionista, como acertadamente ha recordado Enric Tello) de la actual agricultura —espoleada en Europa por la Política Agraria Común (PAC)— ha fomentado un tipo de negocio agrario en el que el factor trabajo se va convirtiendo en un elemento marginal, donde predominan las grandes explotaciones de monocultivos, altamente dependientes de la industria, tanto para la compra de factores productivos (maquinaria, fertilizantes, herbicidas, …) como para la venta de la producción agraria a la industria. De hecho, energéticamente, la moderna agricultura es mucho más ineficiente que la agricultura ecológica o tradicional, pues casi consume más energía en forma de fertilizantes, maquinaria, etc. de la que se obtiene en forma de cultivo para la alimentación (de ahí que se pueda afirmar, con razón, que en el fondo «comemos petróleo») Y qué decir, en fin, del impacto ambiental desde el punto de vista de la contaminación de las aguas, suelos y ecosistemas que redunda en una mala calidad general de los alimentos.
Tal y como se puede comprobar, la agricultura ecológica presenta justo el panorama contrario: Es mucho más eficiente energéticamente, proporciona alimentos de calidad, conserva la salud de las personas y los ecosistemas, y podría permitir el mantenimiento de la población en el ámbito rural, habida cuenta de la estructura y forma de organización de las explotaciones. Algunos ejemplos alentadores que lo demuestran ya se pueden encontrar.
-¿Puede la sociedad consumir de forma equilibrada, consiguiendo armonizar consumo y conservación del medio natural?
No solo puede, sino que debe hacerlo si le importa mínimamente su futuro como especie humana. Pero aquí conviene saber que la distribución justa de los recursos a escala planetaria exige de los habitantes de los países ricos una modificación drástica de los patrones de consumo. Modificación que debe ir encaminada a la reducción en el uso de recursos, como medio para reducir también nuestra huella ecológica sobre la biosfera.
Es esta reducción la que permitirá «liberar espacio» que podría ser aprovechado por el resto del mundo en su tarea de satisfacer las necesidades más básicas. Existen muchos ejemplos claros de esta estrategia que, no lo olvidemos, no tendría que ser sólo una esforzada tarea individual, sino que debería formar parte activa de las políticas públicas y la acción colectiva: Desde la modificación de las pautas alimentarias (favoreciendo las dietas vegetarianas), hasta el cambio en los patrones de movilidad (reduciendo el uso de vehículo privado), etc.
-¿Qué es la Bioeconomía? ¿Cómo se valora desde esta economía nuestra cultura del consumo?
La bioeconomía es un concepto que se ha utilizado para vincular economía y biología desde varios puntos de vista. Sin embargo, el enfoque que me parece más adecuado es el propuesto por el economista rumano Nicholas Georgescu-Roegen, cuyos planteamientos coinciden en lo esencial con lo que, en la actualidad, se conoce como economía ecológica (he profundizado en este asunto en mi libro La bioeconomía de Georgescu-Roegen, Barcelona, Montesinos, 2006) Georgescu-Roegen entendía la actividad económica como una extensión (en sentido amplio y sin reduccionismos) de la evolución biológica de la humanidad. Al igual que en el caso de la economía ecológica, la bioeconomía entiende que el sistema económico forma parte de un sistema más amplio (biosfera) y su funcionamiento está restringido y condicionado por las leyes que gobiernan ese dicho sistema (leyes de la termodinámica y la ecología). En la medida en que el tamaño ambiental del sistema económico se incremente con la extracción y consumo de recursos (y los correspondientes vertidos de residuos) la presión sobre la biosfera será mayor, y los problemas de insostenibilidad ambiental se agravarán. Así las cosas, la actividad de consumo de las sociedades ricas, lejos de ser analizada en términos complacientes y de aumento del bienestar, es vista con preocupación por el enfoque bioeconómico, al resaltar la amenaza que esta actividad supone para la supervivencia colectiva. O como recordaba Georgescu-Roegen pensando en el despilfarro consumista: «La especie humana parece decidida a llevar una existencia corta pero extravagante».
-¿Nos puede decir si el enfoque que tiene nuestro sistema económico sobre el “precio” es un enfoque con sentido ecológico, es decir es realista y equilibrado con el gasto natural?
Lo primero que conviene saber es que los precios «no caen del cielo», sino que son un lenguaje en el que se plasman las relaciones de poder económico en una sociedad (relaciones de compra-venta, jerárquicas, etc.) Por ejemplo, los precios dependen de la distribución previa de los recursos en una sociedad y, por tanto, allí donde un país es más igualitario sus precios son diferentes a los que se obtienen en una sociedad más desigual (entre otras cosas porque las prioridades que se reflejan son diferentes y la consideración de unos bienes y otros, también distinta).
Conviene recordar, además, que el precio de un producto o recurso natural debería reflejar, cuando menos, todos los costes que genera su fabricación o extracción. Por lo pronto, los precios incluyen una serie de aspectos como los costes de producción (o extracción), la amortización de capital, los salarios y un porcentaje en forma de beneficios. Sin embargo, el precio de ninguna mercancía o recurso natural incorpora, hasta el momento, los costes ambientales que produce sobre el entorno físico o social. De hecho, si la mayoría de las mercancías que utilizamos (desde un frigorífico hasta un automóvil, etc.) incorporasen una valoración de los daños ambientales que producen en forma de contaminación del aire, las aguas y la salud de las personas, el valor de esos bienes sería, por lo menos, mayor y muy diferente al actual. Y, si esto es así, si los precios actuales sólo reflejan una parte de los costes, entonces es que su valoración no es correcta y debería aumentar su precio.
En el caso del petróleo como materia prima, o de los carburantes como bien de consumo final, parece evidente que aunque su precio sí incorpora la extracción, refinado y distribución hasta la estación de servicio, no incluye la contaminación en forma de CO2 u otros compuestos que genera su combustión, que contribuyen a acelerar el cambio climático y el deterioro del planeta, e incrementan las afecciones sobre la salud de las personas. No digo que esto sea sencillo pero sí que es necesaria una importante corrección ecológica de los precios, para que estimulen el uso racional y se reduzca considerablemente el despilfarro. Hay mecanismos interesantes para lograrlo (reforma fiscal ecológica, incentivos y penalizaciones, etc.), aunque hace falta también el coraje político para ponerlos en marcha. Por otro lado, estas medidas deben complementarse con un marco institucional adecuado (reglas de juego) que faciliten y promuevan una urgente reconversión ecológica de las sociedades industriales.
Apoyar al Madrid ecológico.
Todavía hay muchas más razones, pero no nos alcanza este reportaje para enumerarlas todas. Les instamos a que las mediten, que sigan con su investigación y vayan a conocer a sus vecinos rurales de Madrid. Conozcan las historias de los que cultivan salud en forma de vitaminas y nutrientes, sabores y colores, olvidados. Prueben sus productos, compren el queso artesanal hecho con amor y comprueben la diferencia, coman las calabazas o los tomates de los biodinámicos que atienden a las matemáticas de las estrellas para que todo esté en armonía y sorpréndanse de su sabrosura y energía. Premien la labor del agricultor que se ha reconvertido hacia una agricultura con sentido común y elijan sus productos en los comercios especializados. Exijan que sus hijos coman sano en los comedores escolares, y así los precios bajaran para todos. Apoyen las cooperativas cercanas a su localidad; consuman fresco, de temporada, no seamos caprichosos y comamos uvas de China en plena primavera. Infórmense, hay bibliografía espléndida sobre la relación de la salud y la alimentación, y sepan que la Naturaleza es tan sabia que da los alimentos en el momento justo y adecuados a cada geografía. Afíliense a los grupos de autoconsumo que hay en la Comunidad de Madrid, vayan a los restaurantes ecológicos, compren en los mercados locales la verdura de huerta, busquen los supermercados respetuosos con el medio que hay Madrid. Compren directamente. Revolucionemos nuestro consumo, despertemos del sueño de este sistema que alinea conciencias y nos convierte es sujetos pasivos de consumo compulsivo, y neguémonos a ser alimentados con comida basura.
Hay un libro que puede facilitarles esa tarea: “Rutas ecológicas por la Comunidad de Madrid” escrito por Miguel Ángel Acero, editado por el Comité de Agricultura Ecológica de la Comunidad de Madrid (CAEM) y la Asociación de Productores y Elaboradores Ecológicos de Madrid (APRECO). Este libro presenta 14 rutas ecológicas en las que se incluye el paso por las instalaciones de algún agricultor o productor de alimentos ecológicos, ofreciéndose la posibilidad de poder conocer el proceso productivo y probar productos: fresas, miel, hortalizas, queso, vino…
Oasis en medio de un desierto de químicos y pesticidas, de antibióticos y anabolizantes. Desiertos donde se han secado las fuentes de la cordura y los manantiales de la sensibilidad y donde se practica la crueldad sin límites con nuestros congéneres los animales. Tierras yermas por el abuso, donde ya no llueve el sentido de lo trascendente, de lo que es realmente esencial en nuestra relación con Gaia. Oasis en cambio donde las costumbres ancestrales del calendario celeste, aun se saben leer en las estrellas, pedazos de planeta donde el hombre entiende el lenguaje de la naturaleza, de sus simbiosis, de sus sinergias inimitables, y se siente unido, profundamente unido, como nunca podrá sentir el hombre desarraigado de la tierra. Lugares libres de transgénicos, de tecnología suicida e irresponsable, por donde fluyen ríos de sentido común, y donde los vientos que soplan ideas sobre las cabezas de los hombres, susurran enfurecidos miles de advertencias, porque saben que serán escuchados y secundados y donde las brisas todavía hablan de promesas para el que cultiva sobre la Tierra el Bien.
Beatriz Calvo Villoria. Redactora Jefe de Agenda Viva