LA REVOLUCIÓN DEL CONSUMO BIOLÓGICO Y LOCAL
4 junio, 2020Permacultura. Un camino de retorno a la Naturaleza
9 diciembre, 2020Hace tiempo que no escribo sobre lo que sucede en el presente haciendo esa hemenéutica poética que mi alma se ve impelida a labrar con las palabras para poder ordenar en un cosmos propio la vastedad del macrocosmos que nos circunda, que nos atraviesa.
El fin del confinamiento fue el inicio de un nuevo romance con una nueva tierra que me ha dado acogida en medio de este exilio de todo lo conocido que la historia nos ha propuesto.
Todo cambio es una muerte, toda peregrinación tiene algo de exilio; una deja atrás la torpe almohada del hogar externo, en el que el hijo del hombre busca descansar de las fatigas cíclicas del mundo. Salir de las tierras del faraón, de la pétrea cotidianeidad, que asegura al miedo unos barrotes dignos para transitar la incertidumbre de existir, es siempre un dolor hecho de jirones.
Dejar la alcoba de lo amado en busca de lo que hace amable todas las alcobas. Salir en medio del estruendo de las plagas que anuncian un cielo que alza la voz en un desierto de corazones de piedra.
Abandonar las lentejas y cebollas que alimentan lo conocido, por una extraña fuerza de destino incendiada de una fe que sabe que ese alimento de la dulce cotidianidad también alimenta los aferramientos, impidiendo que el río de la vida se pronuncie como un camino infatigable, un camino recto, si Dios quiere, hacia la morada santa.
Salir porque el río fluye hacia el océano, y el nómada Abel detesta el sedentarismo de Caín que petrifica el espacio, matando al tiempo vasto, matando al espíritu que sopla dónde quiere y cuando quiere y que a veces dirige nuestros pasos hacia el abismo de lo desconocido.
Dejar sí, el hogar amado y volver a empezar.
El diluvio de emociones es tan intenso que un mundo está siendo anegado ante nuestros ojos, solo queda huir hacia la luz que yace en el punto de buceo más profundo de nuestro ser, ese punto que es siempre el que es, siempre inamovible núcleo de luz y claridad.
Las vacas flacas, que nos anegan como ciclo compensatorio de tanta mala gestión de los bienes de la casa común en la que hemos derrochado el tiempo sin rectificar nuestros vicios como sociedad, nos llevan a un hambre abisal de cordura, de corazón Y eso acelera la construcción, con la presencia que da la catástrofe, de un arca de Noé en el interior, en la cueva del corazón. Un arca hecha de virtudes que no son más que el reflejo de lo divino y sus atributos en nuestro corazón donde mora el huésped del alma, el espíritu, y que para que iluminen desde la santa ecuanimidad la caída del imperio como la inevitabilidad de un cuerpo corrompido y enfermo que ha de morir, solo hay que ir retirando a cada día, con cada afán, los velos, los obstáculos que impiden su irradiación. Básicamente nuestro egocentrismo, nuestra egoicidad que firma por un ignorante sentido de supervivencia un contrato de indiferencia absoluta con todos los seres que constituyen su interser.
En el confinamiento dediqué muchas horas a la construcción de ese arca en mi interior. Mi buril y formón fueron básicamente y con la sencillez del sentido común, mucho trabajo con el cuerpo, a nivel físico y energético, con el chi kung como ciencia, buena alimentación, fortalecimiento del sistema inmunitario, mucha meditación e indagación en la presencia que nunca cesa y llamea en cada experiencia y mucha oración, como una alabanza ante la belleza que se derrama cuando los ojos se abren al misterio y como una plegaria, un quejío profundo y hondo desde la constatación de la vulnerabilidad, desde la pequeñez ante los atributos de Justicia de un cosmos y un Hacedor de mundos que infunde el temor de lo desconocido, de la majestad de un universo que habla de un único verso real que sobrecoge.
Al finalizar el confinamiento el destino me precipitó lejos de mi hogar, me colocó en un nuevo centro, en una nueva tierra desde la que hace un mes un arca de Noé externo está iniciando su construcción. Las aguas suben rápido y todas las dudas y los miedos son disipados por cierta urgencia de morir plantando árboles, morir a todo lo que se amó y se descompone ante nuestros ojos, morir antes de morir para cuando la hermana muerte venga a decirnos: – ya está-, podamos entregar multiplicados todos nuestros talentos.
(Continuará)