Nueva Cultura Rural
29 marzo, 2020Discernimiento, amor y sabiduría para el nuevo virus del miedo.
8 abril, 2020Hace días hice un retiro de meditación de once horas gracias a la nube de internet. Lo primero que reflexioné antes de dar el paso fue sobre la oportunidad que este aumento de actividad en línea está deparando a las grandes corporaciones de la economía digital, la economía de los datos se frota las manos ante este ensayo de sociedad sostenida por la mátrix. Sus activos suben en la bolsa, mientras miramos sus aplicaciones, diseñadas para transformar la vida tal y como la conocíamos.
Dicen los amigos que miran el cielo que un ejército de nuevos satélites parecen estar tejiendo una nueva maya más tupida, contaminando el espacio cósmico de las luminarias, su música de las esferas, con artefactos de esos que, cuando su obsoloscencia programada se active, pasarán a ensombrecer la poética de las estrellas con sus detritus espaciales. El Homus tecnologicus es incansable en su capacidad de generar basura si detrás hay un buen negocio.
Esta red de insospechadas consecuencias para la salud (el debate, como siempre, está servido, entre sus defensores y detractores, con informes a los dos costados de la polémica) está, hoy, perfectamente justificado, porque ante el encierro global solo nos queda la comunicación de ceros y bits, y hay situaciones tan dramáticas en las que lo único que podemos ofrecer a nuestros abuelos es un mensaje de despedida en un whatshap si tenemos la suerte de que un ángel se lo ponga al oído de quien dice adiós al mundo en absoluta soledad.
El mundo de la mátrix virtual está de boda con la pandemia, teletrabajo, teleescuela, telenoticias, teleformación, telepensamiento único, con la cabeza baja, andamos todos, dominados por una pantalla que reduce el mundo, que lo ajusta a las nuevas aplicaciones, a la nueva economía, que como héroe cibernético, como noosfera redentora ante el dolor de la plaga nos ofrece solución al trauma de que abrazar y besar a los prójimos es peligro de enfermedad y de muerte. Ufanas las acciones suben y suben sobre los lomos del sufrimiento.
Aunque según algunas profecías y, según algunos analistas del colapso, cualquier día estalla la red por varias razones. Desde la dimensión vertical o espiritual, porque necesitamos conectarnos al núcleo de lo real si queremos sobrevivir como humanidad y si seguimos exteriorizándonos, ahora virtualmente, no sosegaremos a la loca de la casa que seguirá agitada de deseos, ahora satisfechos desde las pantallas y no podremos escuchar a ese huésped del alma que habla en el susurro del sosiego, del silencio diciéndonos de las causas más profundas de esta crisis, en las que cada uno podremos encontrarnos siendo partícipes por acción o por omisión en muchos escenarios.
Desde el plano horizontal por el aumento de tráfico, de tantas ofertas que están surgiendo, algunas muy loables como las que nacen para ayudar a las personas a consolarse, calmarse o a interiorizarse, para mantener la mente en equilibrio en un confinamiento que como toda celda puede ser un umbral a la liberación de las condiciones con las que negociamos la felicidad o un hoyo profundo donde la privación se vive como una muerte imposible de asumir.
Otras ofertas siguen la misma inercia de siempre, pero ahora digitalmente, seguir entreteniendo, cuya etimología es muy reveladora del signo de los tiempos: “estar fuera del centro” y producir por distracción la evitación que supone ver que el mundo que habíamos edificado estaba construido sobre las arenas movedizas de la hedonía, que más allá de su justa medida de alimento, hogar y vínculos se convierte en la plaga que ahora nos vuelve como símbolo coronado de nuestra manera de habitar el mundo, desacralizándolo a cada paso, a cada recurso esquilmado, por tierra, aire, agua, profanado.
Si la red estalla, me temo que solo se salvaran, y salvar comparte etimológicamente con sanar todo su profundo sentido escatológico, los que hayan peregrinado hacia el centro, solo los que, ante este aviso se encaminen humildes en ese camino de mil pasos hacia la tierra prometida, hacia el jardín del alma que es el que con su perfume hace posible una biografía de plenitud y una transmigración sin demasiados infiernos y purgatorios. A las plagas, al tsunami de soledad y desarraigo, al diluvio de catástrofes en cadena, a la muerte solo se sobrevive desde el centro que somos, el eje axial que vertebra los mundos.
Sin la red del artificio virtual que sostiene el sueño dentro del sueño, el samsara, la rueda del destino girará entonces a tal velocidad, que solo el que haya cultivado la destreza con ayuda de Dios o de la Gracia, para los no teístas, de sostenerse en el reino íntimo del corazón, en la vacuidad, en la auténtica naturaleza, en el fondo de realidad que somos, en el hondón del alma, sobrevivirá viendo las olas agitarse por el sino del rigor, por el boomeang que regresa, anclado a lo único que es real y que sostiene incluso esta trama de plagas y pandemias, de colapsos económicos, de rufianes y mafiosos, de este olvido cósmico de quién realmente somos que nos ha llevado a la debacle, pues en nombre de un ficticio progreso hemos arrasado el sistema defensivo de nuestro cuerpo y de nuestra alma.
Y aquí retomo el inicio de esta nueva reflexión, para hacer una defensa de convertir este confinamiento en una oportunidad de seclusión, de retiro espiritual, de escuchar cerrando las puertas de la casa de los sentidos a nuestro propio corazón.
Hace unos días hice un retiro con un maestro que llevo en el corazón desde que le entrevisté hace años en Hilo de Ariadna, Juan Manzanera. Meditación a meditación nos llevó con mano compasiva hacia la sabiduría, durante horas de entrega construyó una escalera de Jacob desde la dimensión esencialista del budismo, convocando al Maestro Universal que aparecía según la forma que cada uno le concebía, como símbolo de la sagrada Sophia.
Nos sumergimos una y otra vez en las aguas uterinas de la interioridad inseminando una semilla de despertar, buscando sin buscar el fruto de un despertar que sirviera para ayudar a todos los seres a conocer las causas del sufrimiento y su extinción, a conocer las causas de la verdadera felicidad, el regocijo y la santa ecuanimidad.
Me senté con la agitación de la prueba, con la hermana muerte como consejera de estos días en que la pandemia, la plaga avanza y va tocando a muchos de mis queridos amigos y ya han muerto varios de los ancianos de mi tribu, me senté con el temor de no haber hecho bien los deberes, de haber ofendido a la hermana agua y haberla contaminado cada vez que mi tibieza me hizo usar un tinte o un champú que oscureciera mis canas, o a la madre tierra con mi velocidad de coche y de petróleo, a mis hermanos árboles, con tanto papel desperdiciado en tantas palabras inservibles para edificar la única lengua que palpita en la oralidad del corazón, de no haber luchado más por las injusticias que sangran el corazón de la comunidad humana, de haber ofendido a mis amigos, a mis hermanos, de no haber honrado a mis padres…
Mis faltas se asoman en esta prueba en un ajuste de cuentas que me hace temblar, a veces, de no haber aprovechado la vida a cabalidad en lo único que es realmente necesario, de no haber multiplicado mis talentos y ver venir al dueño de esta casa, de este préstamo prodigioso, que es la vida en el cuerpo y no poder darle a imagen y semejanza de su ejemplo el céntuplo de lo heredado.
Me senté a meditar intentando bucear hacia lo profundo para que mi temblor encontrase reposo, soy de natural miedosa, y la enfermedad, la vejez y la muerte son asignaturas que aún hoy sigo sin aprobar, así que busqué su medicina en el océano de su Misericordia.
Tras once horas y con lágrimas en los ojos, puedo deciros que su medicina existe, siempre está disponible para el que se convierte, el que gira su mirada de la exterioridad desconectada a la interioridad religada para buscar la perla, el punto inmóvil desde el que cualquier fenómeno se vincula desde la periferia en la que se expresa al dador de la Vida, al núcleo, al centro, al punto, al Uno, a Dios. Hasta se religa este virus, este correctivo cósmico para todos los que nos alejamos una y otra vez de la vía recta que asciende a la verdad de lo que somos y descarriados nos debilitamos y debilitamos nuestro vínculo con la natura y con el espíritu. Se redime el dolor del sufrimiento en el amor de la unión, aunque solo sea acortando la distancia un poco entre la periferia y el centro que la dinamiza.
El sufrimiento es inherente a la vida, a la existencia, que es estar fuera de la matriz que engendra, del Uno sin segundo. En el momento en el que la dualidad se ejecuta, en el que el principio femenino y masculino empiezan a danzar generando los diez mil mundos. En la manifestación de los infinitos fenómenos que el Absoluto puede concebir en una omnipotencia creadora que no tiene límites empieza la separación del origen en que somos nos movemos y existimos, y tal como duele alejarse del útero caliente de la madre, duele alejarse de esa Madre Dios que nos concibe y el paso de lo indeterminado a lo determinado de una línea biográfica, implica una nueva gramática de opuestos en las que siempre hay un eje, que si se pierde de vista, si nos desreligamos de ese origen, del recuerdo de lo que realmente somos, de dónde venimos y adonde regresamos tras cada noche, tras cada día, empieza el sufrimiento del olvido, y la danza sin equilibrio entre la sombra y la luz que configura la gramática, la textura de este don paradójico que es existir fuera del útero del Sobre Ser, en el ser nos anega en un océano de fuego que quema, quema en una alquimia prodigiosa para producir en quien quiere ser guiado el Recuerdo de lo esencial.
Meditar, contemplar es querer peregrinar a ese lugar donde se pronuncian estas verdades y se convierten con la disciplina y la gracias en el sabor sublime de la certeza. Escribir sobre lo inefable, cuando aún sigue vibrando, cuando es luz y energía derramada, cuando la piel se ha hecho tan fina que no se distinguen los contornos férreos de la anterior vasija. Cuando se intuye que quizá falta un toque de gracia para romperse en mil y un añicos y dejar que el afuera se haga el adentro, que el afuera nos preñe de un centro ubicuo en todos los fenómenos. Donde cada sensación vivida en sí misma es umbral y espacio al mismo tiempo de una nueva vida, donde la forma es la plenitud expresada del vacío y no hay frontera.
La medicina existe, somos la medicina para el mundo. Es un licor de ambrosía, un soma que resucita a los muertos, los saca de los sepulcros. Estoy ligeramente ebria, no estoy acostumbrada a esta taberna, el vino que se sirve en la oscuridad de la noche de los sentidos, que no es más que volverlos hacia el interior de la conciencia que los contempla y buscar la unión con ella, dejarse caer en ella, en el espíritu insondable que la ilumina es propia de la mesa de los santos y todos estamos llamados a esa santidad que sostiene al mundo.
Por la oquedad del que se retira de sí, y sus infinitos deseos, puede soplar el espíritu que todo lo vivifica, todo lo resucita. Esa es la única salida, hacer un hueco, hacerse un útero de nuevo, volver a las raíz de las raíces y gestar un fruto que no es de este mundo, pero que se expresa en él con amor y justicia, verdad y belleza.
Beatriz Calvo Villoria
2 Comments
Me encantó… todo un descubrimiento dar contigo, Beatriz! ☺
Me alegro mucho Edu. Un abrazo virtual