
Ayuno y oración
1 marzo, 2025Crónica de un viaje hacia el estado del Amor en Luz serena
«Ninguna de las maravillas de la tierra y del cielo que contemplas en el estado de la visión está fuera de ti. Todas ellas están en el reino de tu alma» Semnani
La crónica es mi género favorito, le da a la realidad la respuesta a esa espera paciente de que la definamos, le demos el marco de sentido. Mi mirada gusta de nombrar in divinis la experiencia. Le sirve a mi alma para enhebrar palabras en un telar de verticalidad hecho de una urdimbre misteriosa de principios invisibles, capaces de soportar los hilos de la trama de Dios, que se van haciendo carne, carne de vida, pues el verbo se hace carne para mostrar sus tesoros ante los ojos que quieran ser guiados hacia el ver, el revelar tras cada fenómeno la trascendencia que constituye este universo, que como un signo tremendo no deja de anunciarnos la buena nueva de la Libertad a través de su belleza que es pura promesa de sanación y de salvación.
Carne del cosmos tendido como un vasto territorio donde los signos de la belleza se van intercalando en miríadas de sonidos que surgen del silencio para sorprendernos, en su contraste incesante, en como danzan los opuestos. Se traman en tejidos de experiencia con miríadas de formas y colores, el pino inmenso que se pierde en las alturas, la zorrita Maribel que ha hecho de Luz Serena su hogar, su Shanga, la luna lunera que cascabalea en la noche sacudiendo los puntos de encaje cotidianos, pues la rotundidad de su luz es metáfora del sol que nos aguarda. Todas esas formas que surgen como nuevas ante la mirada que atiende abierta, que es como decir receptiva, que es como decir amante del banquete que se celebra a cada instante van tramando un tejido ante nuestros ojos, en nuestra piel cuando abraza las texturas de lo otro, la alteridad espejo; en nuestro olfato cuando es asaltado por la lavanda o el café de la mañana.
La carne del cosmos es un ágape, un banquete, un sacrificio de lo uno en lo múltiple infinito, un continuo festín de fenómenos, sacrificio de separación de lo divino en sí que se despliega para ser conocido en tesoros que dan de comer a los sentidos, las puertas del reino del hombre, legítimamente abiertas para estar en el mundo, pero sin ser del mundo del todo, por un recuerdo activo de la urdimbre que llega desde la tierra hasta el cielo, desde donde bajan los hilos dorados de la perfección divina que firmes reverberan en cada sonido, en cada color, cada perfume, cada textura, cada sabor, cada pensamiento. Libre, por tanto, por el recuerdo de lo que permanece frente a lo que perece, de las ataduras que las tramas configuran, pues la verticalidad de la urdimbre está tan presente que le impide ser solo para el mundo. Cielo y Tierra.
Estas compresiones se actualizan cuando uno entra en un tiempo y en un espacio sagrado en lo terriblemente cotidiano. Cuando uno escucha y obedece el canto de la luz serena que acoge a todos los seres. Mardía, mi amiga, mi hermana condujo sin conducir un encuentro de hermandad transversal en Luz Serena, Rafa su esposo, mi amigo, mi hermano, y sus cinco hijos vinieron a desplegar sin desplegar la familia que son, las flores de su discernimiento, de su anhelo, de sus síntesis magistrales que son medicina. A través de la lectura sosegada de uno de sus muchos libros, Amarás, en la carne del cosmos que es también el Templo Zen Luz Serena, la carne del Hombre, cada uno de nosotros, pequeños microcosmos, se fue abriendo como una flor de rojo carmesí, con llamas que salían desde su templo, el corazón, hacia los otros seres que como espejos y como llaves abrían las compuertas del amor.
Apenas hacen falta dos días con presencia para que el no-tiempo se tienda en el tiempo y haga eternos los instantes. Apenas dos noches con sus lunas craquelando un mosaico de nubes son suficientes para transformar el espacio cotidiano en espacio sagrado, donde sucede el despertar de la conciencia que como una amante fiel está siempre abrazada a cada experiencia. Y no a la grande y excesivo, sobriedad en la ebriedad, el vino que escanció el espíritu en el concierto de Patricia la bella leona de la música encantada, era sutil, refrescante y ardiente a la vez. El círculo de desconocidos que éramos los unos para los otros se iba disolviendo, y surgía el sentir de ser como esos bancos de peces que giran de izquierda a derecha como un solo corazón por las corrientes de belleza que la música vehiculaba. Y en la noche celebrábamos la magia de Abrahan y de Rafa, ante la atenta mirada profunda de Omar, que nos devolvían la niñez, tantas veces perdida, las risas impactaban en el silencio de un templo Zen que ha abierto su corazón a todas las formas.
El paseo siguiendo la vena del río Cabriel, con las huellas de la Dana pasada, hilvanaban pasado con presente de una bandada de almas bajo la lluvia, sin importar el profuso barro que se iba adhiriendo a la caminada, como otro elemento más del tejido de nuestro encuentro. Las batallas de los cachorros de Mardía con los palos y las cañas, la imaginación desbordante de Nuri, la más pequeña, que mostraba el barzaj donde la materia, una simple caña en sus manos, se espiritualizaba en un nuevo instrumento con el que reencantar el mundo. Los encuentros con los otros se iban alternando, se iban entrecruzando los hilos y cuando las palabras faltaban para expresar el sentido los abrazos llegaban para sellar el encuentro. Viajábamos hacia el amor, con el amarás de Mardía, con el amarás de Jesús, con el amor del Budha, con el amor del Islam.
Y como en todo banquete el postre hizo de colofón, en medio del canto del carbonero, de las gotas de agua luminosa que vestían los pinos tras la lluvia, los guardianes del templo acostados en las puertas como mastines del silencio, con el domingo como tiempo de comunión, Rafa honró el Ramadán de su esposa y de su preciosa hija Fátima, desvelando el lecho teológico de este ayuno universal y el espacio se vistió de árabe, de Fatihas, oraciones que abren el espacio del corazón para que entre Dios a reinar en el reino del hombre que es su propio, reino, en el centro del fuego de su hogar, el corazón.
Y la síntesis metafísica de sufismo empezó a tronar, la ilaha Illa Lah, no hay más verdad que la Verdad, lo Real incendia todos los ídolos, todas las formas y precipita en lo supraformal. Monjes zen, niños y niñas, laicos y consagrados, tal como ordenó el maestro que les dio la iniciación, abrid el islam, la entrega a Allah, a lo Real, a todos, sin distinción, a gacelas, pastos, templos y kaabas y, así fue, todos invocando y danzando con los nombres de Dios, mientras el tambor arremolinaba el ritmo de la invocación que se fue haciendo expansivo, como un pequeño tornado, del centro hacia afuera, del cielo hacia la tierra, del fuego del amor a Dios en uno mismo al prójimo, próximo, donde se encarna.
Raquel la bailarina de Gaia danzó y se enhebró a las paredes del templo, que contienen decenas de años de meditación silenciosa y en quietud, sus manos hacían poesía con las manitas de la danza de la pequeña Nuri que giraba alrededor de su pequeño gran corazón, y el giro derviche de Moisés el bello, y el maestro Zen de voz rotunda acompañaba la recitación de otra manera de entregarse a lo Real. Rafa, Mardía, Abraham, Omar, Fátima, Moisés, Nuria, Francisco, Camilo, Ángel, Sonsoles, María, Ángel, Juani, Pepe, Mariano, César y Karla, los enamorados, Beatriz, los residentes del templo en plena inmersión Zen, como los infinitos nombre de Dios que se hacen Hombre para que el Hombre se haga Dios, carne que se espiritualiza, devolviendo el sacrificio de lo uno en mucho, regresando al Uno, y al perder sus fronteras arder en el Amor, lo único que es, el único verso, el último signo del Sobre ser en el Ser, lo que une al universo, al cuerpo del cosmos y al cuerpo de cada uno, parte y todo. Amarás.
Imagen: Comunidad Buddhista Soto Zen.
Beatriz Calvo Villoria
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