
Amarás al prójimo como a ti mismo.
17 marzo, 2025Sumo mi mirada a su mirada
Cuando un alma ha dado el último paso y cruza el umbral entre la vida y la muerte, en nuestra propia tradición y en muchas otras escatologías se le acompaña, -durante un número diferente de días en cada lecho teológico-, y se cuentan en el velorio las anécdotas relevantes que perfilan lo que fue. De alguna manera se escenifica en el último acto de ese ser, que ahora vuelve al misterio del que surgió, a través de la palabra que cada uno le dedica, el resultado, la nota final de esa asignatura por la que nos califican la vida entera, por el amor nos examinan.
Me uno al velatorio de esta alma grande que se ha levantado en el orbe de esta tierra que caminó, como pocos. Ayer para acompañarle en su vuelo de regreso y que mi plegaria le sumase más amor a sus alas y mi asombro se engarzase en la corona de su deber de estado realizado a través del arte y sumase escalones hacia el Cielo me puse ante el féretro de su cuerpo, a través de la película homenaje “La sal de la tierra”, para sumarme a la entrega de flores de reconocimiento que estaba realizándose por cientos de miles de personas que quedaron conmovidos por su obra, adornando la caja de su final, con miles de su chasquidos fotográficos, destellos de una mirada privilegiada que recorrió el orbe de la tierra retratando la dualidad de este mundo que habitamos, a través de ese Blanco y Negro, tan lleno de matices de los colores intangibles, que permiten transparentar, entre las líneas, en la infinita gama de grises, lo que hay detrás de cada forma:
El espíritu de los retratados, hombres y animales, árboles y collados, nubes y cielos imposibles, el espíritu oculto tras las guerras, la crueldad y el odio de los príncipes de este mundo realizando genocidios, el espíritu salvaje tras las hambrunas, las selvas majestuosas de vida plena aún no olladas por la máquina y el maquinismo más atroz quemando la superficie de la tierra entera. La pureza inmaculada de la naturaleza virgen y la destrucción implacable de sus ciclos de sequía y de desierto inmisericorde, muerte y vida, odio y amor, héroes y villanos. Con esa técnica del blanco y negro que Salgado la llevó a las cumbres de lo sublime fue capaz de mostrar en el ying, el punto del yang y en el yang el punto del yin.
En medio de la barbarie más absoluta en Ruanda, en cada foto de la tiniebla del mal cuasi absoluto, su mirada dibujaba un punto de bien que hacía girar la maldad en su extremo hacia el polo totalmente contrario. El valor de estar ahí, el coraje que habita en algunos hombres de mirar las montañas de miles de muertos hacinados y olerlo en vivo, oler el miedo, palpar el terror, ver la sangre tiñendo esta tierra hermosa de odio y genocidio y poner en cambio la belleza de una mirada, bañada tras las lágrimas derramadas ante lo atroz. Poner la capacidad de encuadrar un cuerpo troquelado por el machete del odio en las cunetas de la indiferencia internacional y convertirlo en testimonio de la atrocidad -yo te he visto, te he escuchado y te he retratado en los límites donde el hombre se hace demonio-. Convertirlo en un homenaje visual a la muerte más terrible, en la belleza de los hilos del blanco y negro con los que su fotografía escuchaba a los desheredados de la tierra y con los que la creación mueve la historia.
Su valor de ir más allá, de asomarse al horror y tender puentes ante la indiferencia de una civilización perdida en el hedonismo feroz y dibujar en cada fotografía un testimonio de amor y de entrega, el amor de dignificar a los que sufren la fealdad extrema del hombre cuando esclaviza al prójimo, o cuando el propio oro nos esclaviza a todos frente al becerro de oro. Salgado es la belleza de un encuadre, la entrega de dar la vida entera para mostrar la sal de la tierra, él buscaba dar sabor de sentido a su existencia, y nos invitó a no olvidar que todos podemos ser sal en medio de la nada.
Salgado se entregaba, entregaba sus días, sus meses, sus años, en cada serie en la que quería mostrar el mundo a los que no llegábamos a conocer de los exilios, las hambrunas extremas, la explotación de los nuevos esclavos y aun así, mostrar la paradoja de la grandeza en los trabajadores que construyen el mundo para todos. Decían de él que verle trabajar era como contemplar cómo crece la hierba. Solo alguien con ese tempo interno puede reflejar el tesoro escondido en la pata de una iguana, en la ceguera total de una mujer bereber olvidada en los márgenes de la historia.
Salgado viajó repetidamente a África para poner una y otra vez la mirada compasiva ante los cuerpos famélicos ante el desierto de la nada, de la ausencia total de ayuda humanitaria, de los hilos visibles de la geopolítica mundial. Un punto de bien, en medio del abandono más extremo, en ese porqué Dios nos has abandonado, que tantas almas pueden decir en su particular monte de los olivos. Encuadrar a esas almas en una narrativa de escucha y testimonio, ya casi cadáveres, en la majestuosidad de la vida toda. Era capaz de transformar el desierto implacable, en el escenario terriblemente bello del Misterio que signa nuestra vida, la muerte y en ese instante robado a la fugacidad del tiempo captar la dignidad del moribundo, del niño que mira el horizonte del desierto a 50 grados, y aún sin agua, sin comida, sin ropa, sin padres, sin tribu, con la compañía de un miserable perro muerte de hambre sabe dónde tiene que ir, hacia los prójimos, para sobrevivir en la comunidad que somos, hasta el último aliento de su vida su porte se convierte en enseñanzas para un mundo de obesos y deprimidos que no saben que van al matadero del nihilismo moral, mientras ese ser vacío de todo va con la dignidad que queda fijada en la eternidad por el ojo compasivo y ecuánime de Salgado que lo retrata como signo del yang en el yin. Dios le bendiga por esa alquimia.
El camión que mezclaba moribundos con supervivientes, se convertía en su mirada, que es como decir su corazón, en el escenario arrolladoramente bello donde su compasión y su presencia en el aquí y ahora más salvaje, elegía encuadrar en medio del horror lo que devolvía dignidad y belleza a los cuerpos masacrados por la injusticia y la pobreza. Ante la desidia del resto del mundo de la hambruna en el Sahel, cada muerto retratado tenía un funeral para la gloria de no ser nunca olvidado en la cuneta del olvido. Daba lugar a las voces acalladas por el estruendo de la obscenidad de la riqueza en los primeros mundos mostrándonos una África hambrienta y empobrecida, pero digna y sorprendentemente bella a la que ayudar.
He usado durante dos días esta película homenaje de Win Wender y su hijo Juliano Ribeiro para recordarlo en esta sala global que lo velaba. Y llevo tres noches viajando con su alma ante el Creador con las preguntas que sus fotografías revelaron en lo más profundo de mi alma y de la suya. La Teodicea, el problema del mal me interpelaba en sus fotografías de éxodo, de exterminio en Ruanda o en Yugoslavia, en el corazón de una Europa “civilizada”, con todo lo necesario para ser feliz, pues el odio no tiene fronteras, no solo es hija de la injusticia y de la pobreza, que también, está como una semilla latente dispuesta a despertarse en el corazón de cada hombre.
Y años tras años, durante meses cargados de dolor Salgado cosía su vida con los más desposeídos y nos daba, de nuevo, con cada fotografía, un testimonio ante el horror que inundó la tierra de infiernos en Ruanda, cuando los millones de refugiados que habían sido masacrados fueron obligados a volver a la tierra testigo de tantos crímenes, fotografiando el levantamiento de los campamentos de refugiados que mostraban el fracaso de la actual civilización que ha firmado un contrato de indiferencia absoluta con el prójimo.
Se le acuso de poner esa mirada llena de arte, «con un altísimo nivel estético y un consecuente aire lírico a la crueldad, al sufrimiento, a la indigencia, al éxodo y al desamparo», pero el no reveló en el papel lo que vió para hacer arte, la belleza era el exorcismo del horror, que el compartió y vivió, era el espejo en el que nos obligó a contemplar lo social, que no nos puede resultar ajeno y despertar las preguntas que a él le suscitaron todos aquellos escenarios.
¿Tenemos el derecho a la división de recursos que hay en el mundo? ¿Tengo el derecho a tener la casa que tengo, a vivir donde vivo? ¿Tengo el derecho a comer cuando otros no comen? Estas son las preguntas sustanciales.”
Su obra es un milagro, pues solo puede haber providencia en sobrevivir a Ruanda, a Yugoslvacia donde la locura, la crueldad extrema campaban a sus anchas, demonizando la tierra, los elementales, los incendios de Kuwait, sobrevivir a la gran tribulación del apocalipsis, quedar vivo para dar testimonio de los más pobres del planeta.
Después de África su corazón se enfermó, su Santo Job quedó asfixiado ante el horror del odio y su poema visual, la epopeya poética de Salgado, que llevaba medio siglo tejiendo con su vida de aventurero y reportero social quedó vencida, la máquina, el ojo mecánico cayó a tierra y necesitó enterrarse en la tierra de sus ancestros y hacer de su pregunta en medio de la noche más oscura, el porqué de tanto mal y tanto sufrimiento en el hombre, ¿dónde quedaba la salvación en este desierto de amor?
Los brazos de la mujer con la que se hizo una sola carne, la María de su Cruz, su esposa fiel al pacto de amor hasta la muerte, le recogió en los mismos brazos que le sostuvieron, como solo lo femenino sabe hacer durante todas sus aventuras vitales, dirigiendo su mirada a los objetivos más acuciantes de testimoniar y le dirigió la fuerza de su titán hacia la tierra, las semillas de una futura selva atlántica en el hogar que le vió nacer.
Este capítulo de su vida, muestra la grandeza de Dios y del Hombre, en el extremo de la muerte más salvaje, la del alma, herido por el mal y precipitado en sus abismos, la vida más salvaje le devuelve la esperanza en la divina danza del bien y del mal. Salgado y su esposa Lélia se convierten ahora en el testimonio vivo de que la degradación de la tierra por el hombre, puede ser revertida por el mismo hombre que la violenta con su afán dinerario. Ante la tala, la profanación de la tierra por el hombre y su codicia, la plantación masiva de más de dos millones de árboles, en medio de grandes pruebas, convirtieron la hacienda de su padre en un milagro de restauración ecológica.
Ante la muerte, la vida. Su mayor foto la hizo con las manos embadurnadas de tierra, llamando al agua de su infancia que había desaparecido por la sequía por el canto alegre de los nuevos árboles. Una reserva natural de jaguares, pájaros, fauna y flora agradecida, que ofrecieron a sus compatriotas y a todos aquellos que quieran visitar el milagro del yang en el yin. Su mirada salió del laboratorio de revelado y reveló en la arcilla de la tierra sus mejores fotografías, el misterio anonadante de lo Vivo. La Verdad primera
En su etapa de derrota, la eterna primavera del alma inmortal del ser humano y de la naturaleza con la que comparte viaje en el cosmos le hicieron volver a nacer, y darle las fuerzas para complementar el horror de la muerte y de la guerra con los últimos trabajos que signarían la apocatástasis de su obra. El mundo de la naturaleza virgen Génesis, en el que hace hablar a las rocas, las nubes, las iguanas, los pájaros, los leones marinos, las tortugas milenarias y Amazonía, un último canto a los pueblos originarios y a la amaneza de quedar todo reducido a las cenizas.
Que Dios bendiga tu vuelo querido Salgado, tu obra te trascendió, anidó en millones de retinas, como contemplación y acción en un mundo necesitado de nuestro despertar y alcanzaste la gloria de los poetas que son capaces de revelar la maravilla primordial en medio de la oscuridad. La danza de lo dual apunta directamente al Misterio que a todos nos convoca, único capaz de aunar en un solo acto el bien y el mal, que a tantos nos atormenta. Como dice Dilgo Khyentse Rinpoche: “Samsara y Nirvana permanecen dentro de la expansión de la naturaleza absoluta de la misma manera que el universo con sus diferentes continentes todos aparecen en el espacio.” Blanco y Negro, son misteriosamente una única cosa, gracias por tu epopeya visual.
Beatriz Calvo Villoria
Le cedo la palabra a Sebastião Salgado 1944-2025:
“Nuestra historia es la historia de la comunidad, no de la individualidad. Ése es el punto de vista de mi fotografía y el punto de partida de todo mi trabajo.” “De alguna manera mi punto de vista –muy centrado en la social y en la comunidad- no es muy diferente de los conceptos básicos de la mayoría de las religiones.”
“Lo que quiero es que el mundo recuerde los problemas y las personas que fotografío. Lo que quiero es crear una discusión sobre lo que está sucediendo en todo el mundo y provocar un debate con estas imágenes. Nada más que esto. No quiero que la gente los mire y aprecie la luz y la paleta de tonos. Quiero que miren dentro y vean lo que representan las imágenes y el tipo de personas que fotografío.»
“La fotografía fija resume con claridad un pasaje de la historia. Cualquier fenómeno tiene puntos de intensidad cargados de poder.”
“La foto de la vida. La posibilidad de participar siendo tú mismo, con todo tu ser, tu cultura, tu ideología, tu manera de hacer las cosas, en definitiva, con coherencia, en un momento histórico determinado. Participar viviéndolo y contándolo. ¿No es magnífico?”
Los reporteros gráficos son aquella gente que sigue la cresta de la ola de la historia y la cuenta. (…) Un reportero gráfico es un vector que une determinados acontecimientos de la vida de determinados grupos humanos con otros agrupamientos humanos que no han tenido la posibilidad de ver y entender esos acontecimientos de forma directa. (…)
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