
Smriti. La remembranza de la enseñanza
27 febrero, 2025
Amarás al prójimo como a ti mismo.
17 marzo, 2025Decían los padres de la iglesia que todo se arreglaba con ayuno y oración. Ayer, cuando lo oscuro se tendía sobre el día, en el cielo se alineaban siete planetas como no se volverá a ver en muchos siglos. El éter del cielo estaba cargado de mensaje. Tantos planetas irradiando su esencia parecía el telón cósmico de fondo perfecto y bello para que los budistas celebrarán su Año Nuevo, rezando mantras bellísimos por el bien de todos los seres y los musulmanes se asomaran al cielo a ver si la luna nueva les daba el permiso para empezar el mes lunar más importante de su calendario, Ramadan Mubarak.
Me decía un querido amigo que la diferencia entre el ayuno de Ramadan y el de la Cuaresma -que empieza en cinco días y también precipitará a muchos cristianos en esta ascesis y en la oración, falta le hace al mundo- se podía explicar con una metáfora de fuego y agua.
El fuego de la Cuaresma sería, como un fuego paulatino y persistente, que no es sino la unidad en Dios convirtiendo la madera, la materia que somos, en fuego, quemando toda desigualdad con la imagen divina que va disolviendo la falsa identidad con el cincel del hambre y la sed como escultor misterioso de la maravilla de la unidad.
Ramadán, en cambio, es fuego y agua, los elementos que se utilizan para forjar una espada, la espada del discernimiento. Un fuego que se inicia con la salida del sol, en el que se introduce la espada en una forja de llamas de hambre, cansancio y sed, atendiendo los obstáculos que se van presentando y atendiendo, a su vez, las bendiciones que el hambre va develando, una paz que hacía mucho no nos visitaba en nuestro trepidante vivir hacia el afuera. Al llegar la noche, se introduce la incandescencia de la prueba en el frescor del agua de la vida, celebrando los dones de Dios a través de la naturaleza, la delicia del dátil, la delicia del agua en la boca, la sopa que reconforta, sus especias.
El ardor de la ascesis al que ha sido sometida la espada es templada cada atardecer en la celebración de la alegría y tal como el acero se va volviendo más sólido en una fragua, el discernimiento se torna cada vez más capaz de distinguir en todo instante lo real de lo ilusorio, lo que beneficia al objetivo que al ayuno se ha proscrito, la cercanía del Amado, y lo que aleja de lo que más profundamente anhelamos. “Estarse amando al Amado.”
Cada día, la ascesis se complementa con el gozo de volver a yacer en los brazos del esposo o de la esposa, la alegría de la cocina como centro del hogar donde se preparan las esencias que nos mantiene vivo el cuerpo, mientras que el alma, profundamente agradecida y regalada profiere como una niña alabanzas a Dios por cada nuevo bocado, cada infusión que apaga el frío de los huesos, cada grano de arroz y va destilando un elixir de renovación para todo el año.
El ego ha encontrado su sitio, apaciguado por el hambre y la sed, descansa en algo mayor que lo sostiene y lo guía a lo largo de las turbulencias propias de cada día. Serena la parte del alma que sabe a lo que sabe la Paz que anhela, va dirigiendo los arrebatos de rebeldía, cada vez más tibios, pues va comprendiendo que su guía es suave y firme a la vez. Comprende que cada atardecer el ayuno se rompe, todo pasa. Que su pequeña voluntad se ha entregado a Su Voluntad de purificarnos, de aliviantarnos, de probarnos, de revelarnos.
Todo pasa, todo cambia como la noche y el día, la secuencia existencial de los astros comulga con el cuerpo cada día en una develación del misterio de la dualidad que se aúna como un único verso cósmico en el corazón que ora, en la noche y en el día.
La oración se hace por tanto el hilo del collar de perlas que se van descubriendo en el océano de la existencia que transcurre atravesando las horas del tiempo. Cada inmersión en el sentido profundo, trascendente de las cosas que nos ocurren, que devienen a la presencia, se engarza en un hilo que no cesa de recuerdo, ¿porqué ayuno?, por amor, ¿porqué oro? por amor. ¿De dónde surgió ese canto asombroso entre los árboles, esa dicha, esa lluvia, ese otro nuevo mañana? ¿Quién me conduce? Solo tú Señor de los Mundos, solo tú mi Amado la montaña, mi amado en cada cosa.
Lo Real en cada evento unifica todo en la atmosfera del ayuno que ha desdibujado los contornos firmes de la vigilia y ha asemejado el día a un sueño, donde todo está más difuso, lo natural no tiene suficiente energía para coagular el alma, ha decidido voluntariamente extinguirse y, a cambio, en compensación cósmica, lo sobrenatural viene a dar de comer al hambriento maná del cielo.
Ayunar en un preámbulo de ese morir antes de morir para no morir cuando se muere.
Ojalá Ramadan ayude a purificar la profunda tribulación que recorre el mundo.
Ramadan Karim.
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