Las implicaciones éticas de la contemplación
17 julio, 2019Luz sobre luz
31 agosto, 2019La sabiduría es un brote inteligible de una belleza que sabe a verdad, que a veces se asoma desde del humus humano. Es una verdad que se derrama, como de a poquitos, en el suceder de un instante, y que por el efecto de su presencia queda religado al siguiente instante en un continuo que es un sabor, un saber que se está sabiendo con certidumbre. Es como un torrente de comprensión que baja literalmente del cielo de las ideas, del cielo de los atributos, de los arquetipos, como un sol que despejado de nubes empezara a bañar con su luz lo que en ese momento el espacio santificado por su presencia tenga entre las manos.
Hoy la sabiduría se pronunció en mi alma y despertarme en la mañana fue levantar un velo. El cuerpo amado se reveló como una teofanía, un templo, y el camino del medio del budismo, se hizo más medio, se hizo a mi medida, la de mi propia comprensión, que manaba como una fuente cristalina del manantial del aquí y el ahora. El Sutra, el tejido, el hilo del que mi conciencia tiraba era sabio, sabía a verdad y me decía que el elemento ascético no puede ser en demasía, hay que ajustar su medida. Qué esa sentencia terrible que esconde una parte de la verdad de “que todo está maldito salvo la Faz de Dios (lo Real)”, no puede ser sin su complementaria “allá donde mires encontrarás la faz de Dios”.
El cuerpo por impermanente que sea es. Y mientras está vivo vehicula la Vida y es soporte de contemplación para conocerla. Para que el elemento ascético no se radicalice, la abstención de lo que nos aleja de lo real en nosotros se ha de neutralizar o compensar con el contento sereno, que produce, desde la calma, la mirada contemplativa que viene a iluminar que la forma es vacío y que el vacío es la forma.
El contento contemplativo, desde la pura receptividad, al acariciar un cuerpo, percibe en su contacto que todo es templo de Dios, que la carne está hecha de átomos que giran adorando al núcleo que las aglutina, que las reúne e impide su caos y su dispersión; que cada célula es un templo que vibra diciendo sí al misterio del amor, y que el cuerpo tendido de quien se ama, el cuerpo tendido de un hijo, de un esposo, de una esposa, de una hija, el cuerpo tendido de la materia es luz coagulada y Dios está tendido en ese cuerpo, en ese templo, jugando entre los vacíos de los átomos, a pronunciarse existencialmente, vitalmente.
Cuando uno vive la paradoja del Enso, un círculo que de un brochazo negro delimita un espacio del vacío, sucede que al acariciar la piel todo habla de ese Misterio de que lo trascendente sea inmanente y que sea tan milagrosamente y , a su vez, tan cotidianamente expuesto a nuestros ojos del día a día. Solo hay que elevar la mirada, profundizarla, serenarse, aquietarse y sosegarse y la mano que acaricia acaricia a Dios tendido en el mismo lecho en el que uno duerme y se despierta cada día. Con la posibilidad que una mañana luminosa el despertar no solo sea externo sino interno. Cada trazo de tinta negra que delimita el espacio, el vacío, es una forma de Dios que se pronuncia, el espacio se retira, o mejor, el espacio se hace forma, o mejor el espacio se hace sostén invisible de la forma, se cose al trazo y le da visibilidad al misterio.
Y, entonces, como un regalo, la dulzura de las sabanas hablen de la dulzura de Sus atributos de belleza, y la sutilidad de un solo cabello iluminado por el sol de la mañana habla del atributo de su fineza y la inteligencia de los dedos son la inteligencia intelectiva que reconoce que toda forma palpita henchida de lo divino. Y es tan pura la sabiduría, es tan cotidianamente real, acontece en lo micro y en lo macro, y es tan pequeña que es inasible, y si la quieres atesorar, para después, se desvanece como una bruma y te insta a preñar cada instante del único sentido posible. Todo lo baña en oro, el más leve suspiro, el más leve movimiento de la mente queda iluminado y como el agua te reconduce, más allá de las piedras que aparezcan como obstáculos, como pruebas para su ductilidad, en el curso de su río.
Ella sopla en nosotros libre, pero el cierre de la caña de bambú, que es nuestro cuerpo y mente, por donde suena su espíritu de verdad, belleza y bondad es como un dique que impidiera su fluir. Como un objeto que impidiera el paso de su luz en el túnel que somos y solo se pudiera proyectar su luz en forma de sombra, más opaca y más difícil de ver, de intelegir. Cada una de nuestras tendencias, aflicciones, etiquetas son obstáculos a ese flujo natural de la sabiduría de las cosas cuando son reales. Toca por tanto purificar a diario ese canal divino que une el cielo con la tierra.
Ella se dona en una apertura sin condiciones, sin estricciones, ama la desnudez de conceptos, de teorías, ama la infancia del alma que juega con el misterio de las sombras sobre la pared y descubre el misterio de la luz. La sabiduría gusta de un observador asombrado que la ve derramarse en cada instante señalando lo que es y lo que no es, de lo que hay que abstenerse para que no se vele, y de lo que hay que aplicar internamente para que pueda seguir pronunciándose.
Así que esa mañana me retiré de mi, me abstuve de mi querer algo y vi que la luz de la ventana se proyectaba hermosa sobre una mosquitera enrollada, el blanco refulgía iluminado, pero más allá de la mosquitera la sombra de la mosquitera proyectada en la pared me convocaba a indagar en su naturaleza ¿Era la materia un obstáculo para que la luz inundará todo, esa sombra la proyectaba la luz o la proyectaba la materia? La materia ocupaba el espacio vacío con su forma, y pareciese interponerse entre la luz y la pared, produciendo una sombra. No era la luz, sino la luz y la forma la que recreaban las sombras. ¿Esa sombra era menos que la luz, menos que el objeto que le permitía dibujar sus contornos? La sombra de un árbol es delicia para los sentidos y para la vida bajo el sol del verano.
La observé y era semejante al objeto, pero era otra cosa, tenía vida propia, aunque una vida difuminada. De hecho su intangibilidad evocaba una especie de reminiscencia acerca del misterio de la luz y de la materia, convergían ambas en esa sombra pronunciándose de otra manera. La pared y mi indagación fueron adquiriendo la lucidez de ciertos sueños. La sombra era liminal, era como un umbral entre distintos planos del ser y su observación e indagación me acercaba más al vacío, a la dimensión intangible, que la propia forma visible y tangible de la mosquitera, que también me hablaba, pero de forma más opaca.
La transparencia metafísica del fenómeno de la sombra empezó a pronunciarse con más fuerza cuando mis manos empezaron a jugar como cuando era niña, el asombro transformó el plano unidimensional de la pared en un plano de tres dimensiones, e incluso diría que de cuatro, cuando las sombras de las manos que volaban por el cielo de la pared y de mi imaginación creadora destelleaban comprensiones sin palabras acerca de la naturaleza de la realidad. El signo visible en el horizonte de mi dormitorio se escribía al unísono en un signo inteligible en mi corazón. Las manos de las sombras tenían espíritu, tenían el mismo núcleo de amor palpitando y haciéndolas posibles. Todo se convirtió en un vasto juego de luces y de sombras, de la Luz jugando a ser todo lo que había en el espacio y en ese tiempo que por el asombro y la frescura infantil se hicieron sagrados. Todo era forma y era vacío al mismo tiempo.
Después de la experiencia vino la enseñanza. Abierta es como te quiere encontrar la sabiduría La sabiduría produce una alegría serena y es inagotable si el alma se abre y no se cierra. Está derramándose a cada instante y la velocidad no permite verla. Por eso las montañas, los retiros en la naturaleza, cuando son prolongados, al lentificar la velocidad interior permiten si la Gracia quiere que acontezca su enseñanza reveladora. Si quieres provocarlo, si quieres quererlo, si quieres poderlo obtienes otra cosa. Ella es una Reina, y aunque te llene de orgullo ser su paladín y poder contemplarla, por un instante beatifico de su presencia no puedes poseerla, no te pertenece, ella es pura gratuidad, solo tienes que quitarte de en medio, calmándote, sosegándote y esperar sin esperar mientras acaricias la vida en una vía del medio que ama el amor derramado en todos los cuerpos, por inmpermanentes que sean.
Beatriz de Sálama. Agosto 2019, Sierra de Gata bajo una montaña sagrada.