Permacultura. Un camino de retorno a la Naturaleza
9 diciembre, 2020Colapso. La segunda caída del alma
3 febrero, 2021Vuela el águila del espíritu sobre un océano de imágenes, de flujos y reflujos, abrazando cada fenómeno con su ver alturado, nombrándolos con un lenguaje sin palabras, en una intelección instantánea y los conecta, los urde en el tapiz universal de la existencia que se sucede como un río continuo de imágenes, de sabores, ensoñaciones, recuerdos, cosiendo los archivos propios de la memoria con los archivos propios de la memoria de una unidad que navega sin ser afectada por miríadas infinitas de aconteceres, que van desgranando sentidos, como frutos que se desprenden de su efímero sueño de ser sin ser uno con el Uno, cada vez más profundos, simétricamente elevados, aunque no alcanza aún el vuelo al logos para preñarse de certeza.
El ver de este águila revela la esencia de cada forma que se cose al instante a la experiencia, que se cose a su vez a las infinitas experiencias que están aconteciendo a un unísono inaudible, incognoscible, pero aunque son aún inteligibles para el ojo de este águila, no lo son para el Ojo que todo lo ve, el Ojo de ese ojo contractado, nada escapa para esa Mirada que todo lo alcanza y nos convoca, que nos alcanza a cada instante, aunque nuestra mirada aún no pueda alcanzarLo, pero es que acaso hay otra mirada que la suya, no es el ver torpe de este vuelo su mirada entre el sueño y la vigilia de quien anhela fervorosamente ser despierto.
Vuela el águila de mi comprensión intelectiva entre nubes y hojarascas de recuerdos, de conceptos, de nociones, de mapas de regreso a casa, todo en un solo acontecer que va tomando altura. Inafectado por cada brizna de sentido que atestigua, ese desapego enamorado del hilo que cose todas las perlas, le permite volar cada vez más alto, más libre, sin dejar de abrazar ni uno solo de los fenómenos. Apresa en un instante y en el mismo instante está soltando la presa para embadurnarse de aire, de espacio, de infinito, libre, libre de condiciones, libre del cuerpo que lo atalanta desde la raíz al cielo.
Vuela alto hoy el águila del espíritu por lo más profundo de la tierra donde reposan nuestros ancestros, nuestros amigos, amados y amadas criaturas que construyeron cada anillo de este árbol que es el Hombre. Cada hombre, cada mujer es un árbol de frutos de vida donde toda la creación puede refugiarse para entonar el mismo canto, “ven, ven, sálvame en el lomo alado de una palabra Tuya que me trascienda desde el mismo núcleo de tu inmanencia en cada átomo, en cada aliento que expande nuestros pechos sobre tu pecho”.
Anillos del árbol humano hechos de la savia del amor, que no es sino el anhelo ontológico de recogerse en el centro de cada círculo, de cada experiencia en la periferia, de sumergirse en el punto de buceo más profundo, por el bendito radio, sí, de la experiencia. Soy un árbol humano con millones de anillos como eones que me aprietan contra la columna de este mundo, el axis mundi.
Me anillan cada uno de mis amores y desamores, no puedo huir del sufrimiento, pues si ves siempre es el mismo y único verso buscando pronunciarse como miel en los labios de mi boca. Hacer audible ese canto que unifica, que religa, que asciende desde lo más bajo hacia los más alto, siendo ambas categorías una ilusión que se desvanece en el vuelo del águila que enhebra los mundos sin diferenciarlos, siendo arriba y abajo una entelequia, una amalgama de fusión sin confusión. Un magma de conciencia en la que navega hoy, porque así la gracia lo quiso, presto el águila del espíritu, sobrevolando tiempos y espacios que no se acaban en lo tangible de mi cuerpo enamorado de presencia sino que reverbera en otros planos intangibles, conectándose unos a otros, por simpatía, por vías secretas que aún desconocemos, pero que el propio sabor del vuelo sabe cómo encontrar, como en un laberinto de abstracciones que son a su vez dimensiones que me esperan para rozarme las alas con el sabor de otras realidades, ignotas.
Istmos, umbrales, pasillos por donde la conciencia se eleva y se eleva y toca ya nubes de otros mundos, de otros planos, otros sentidos cosmogónicos se cosen ahora al sonido del perro que aúlla, del alma del gato que navega hacia un retorno inexplicable, al recuerdo de una herida, la herida que palpita en luz, la luz que todo lo sabe. La luz que todo lo es siendo el infinito que nos escribe en un proceso eterno.
Beatriz Calvo Villoria