
El vuelo del águila
13 diciembre, 2020
Vuelve a la raíz de las raíces que es tu propia alma
8 febrero, 2021Me acojo en este breve artículo a la etimología de colapso para poder hacer una radiografía de la civilización dominante que, por ser uno de sus sellos la globalización de un pensamiento único cubre como un velo asfixiante la divina diversidad de un mundo que ha quedado opacado a su ojo interior. Un ojo o una visión cegados por la ilusión de la materia, de lo tangible, de la dimensión más densa en la que la divinidad vibra manifestándose, causa por la que ha perdido la mirada que religa las formas con sus esencias y a ambas con el substrato genésico que procura la danza de las ondas y las partículas, del yin y el yang, la oscilación perpetua del polo femenino y el masculino y, en definitiva, de todos los pares de opuestos que el árbol de la ciencia despliega para entender un cosmos que se le presenta como un secreto a desvelar. Desvelamiento o conocimiento que solo deviene uniendo el entendimiento que la razón procura con la sabiduría, de ese otro símbolo maravilloso que es el árbol de la vida, cuyo fruto exige unir lo que la ciencia separa, en una paradoja divina que rompe todos los esquemas con las que se quiere aprehender su Seidad.
Expulsados del jardín donde todo comulgaba en una unidad y perdida la visón de comunión, el ser humano contemporáneo vaga por la historia como ciego, con un solo ojo, sin profundidad ante el campo que se le tiende y pierde, por tanto, la actitud de asombro y adoración que la manifestación procura al despierto ante la maravilla del cuerpo cósmico de Dios sacrificado en la existencia para su deleite. Esa pérdida de profundidad le hace violentar lo sagrado que toda vida lleva en su núcleo faltando así al respeto debido a cada criatura, incluyendo entre ellas a la hermana agua, la Madre Tierra, el Padre Cielo y tantos hermosos y simbólicos nombres con los que la sabiduría de todos los tiempos ha señalado el portentoso mosaico de realidades que configuran este universo.
En esa pérdida de visión, en esa ignorancia no rectificada esta civilización lleva ejerciendo el mal a lo largo y ancho de la historia conocida, en la que todos los pueblos tienen el sello de la división, de la fragmentación, de tomar su parte como un todo que hay que defender con la violencia de quien cree que su frontera individual, grupal, tribal, nacional marca un istmo infranqueable con el otro, con lo Otro. Realizando el mal, por tanto, al dividir lo que aparentemente está separado a su ojo de polifemo y adquiriendo en el descenso progresivo y exponencial una velocidad diabólica de destrucción.
La segunda caída
Y aquí retomo el significado etimológico de colapso: resbalarse hacia una caída global y completa, pues esta imagen me permite articular un relato donde el concepto caída nos advierte del gran peligro de volver a perder en un grado más el paraíso perdido. De sumergirnos aún más en el olvido ontológico de nuestro origen; de desconectarnos aún más en una soledad abrasivamente existencial, de estar fuera del núcleo redentor, separados de la dimensión raigal que nos une al infinito, a lo divino. Perdiendo en esta nueva caída incluso nuestra racionalidad, nuestro discernimiento entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo que es verdad y lo que es mentira, entre lo que por un lado nos acerca a ser un kósmos que ordenadamente gira en rededor de un núcleo majestuoso, que reina, entonces, en nuestro jardín con paz, armonía y deleite y lo que por otro lado nos aleja de la luz que sana y salva, la luz que redime y rectifica, dejándonos caer en el abismo de una humanidad que pierde su alma.
Pues del alma va este artículo, y casi todos mis artículos, de esa parte del ser que somos que oscila entre lo material y lo espiritual, que viaja por la existencia cosiendo lo mejor de cada uno, espiritualizando la materia y dándole carne al espíritu para poder ser conocido, asido, comido, bebido. Esa parte del alma que es suceptible de rectificación, de ajustes, de cultivos y que ante el panorama de colapso que vivimos tiene dos opciones. La primera es cerrar aún más los ojos, y caer en una corriente de abandono de los pocos principios que aún se recuerdan en el corazón y perderlo en un fango social, civilizatorio que algunas escrituras sagradas describen como una sociedad sin centro, que hará que los seres humanos se comporten como bestias, sin principios profanando aún más la tierra que pisamos desembocando en la destrucción casi total de la humanidad actual.
La segunda opción es tratar de abrir los ojos, no escondernos de la maldad que se extiende, de ese desbordamiento de vicios que decía Ovidio, del fraude, la traición, la violencia y una avaricia insaciable. Mirar a los ojos a los planes de los nuevos imperios que sirven al príncipe de este mundo. Poner toda la potencia en el despertar, en el conectar con la dimensión trascendente que nos convoca desde el paraíso que somos y hemos fatalmente olvidado para volver a nombrar y contemplar el cosmos como teofanía.
Para esta segunda opción el colapso, cumple la función indirecta que tiene el mal de llevarnos al bien. Ante una caída tan visible la luz refulge con más fuerza si quiere para quien se gire hacia ella buscando respuestas. Como Job ante el mal que preguntaba insistentemente a Dios en un diálogo lleno de frutos de sabiduría el porqué de la prueba.
Y para saber de ese porqué traigo a colación este fragmento de Titus Burckhardt que nos recuerda «… si Virgilio le dice (a Dante) que para él no hay otra vía hacia Beatriz, la Sabiduría divina, que la que pasa por el infierno, esto significa que el conocimiento de Dios se alcanza por la vía del autoconocimiento; el autoconocimiento exige que se tengan en cuenta todos los abismos de la naturaleza humana y que se eliminen todas las ilusiones sobre uno mismo radicadas en el alma pasional; no hay expiación mayor que ésta». 1
El cataclismo, personal y planetario, el infierno que alza sus llamas ante nuestros ojos atónitos nos ayuda a descubrir la verdad, a ver las cosas como realmente son y enciende un fuego de tal magnitud que ilumina las áreas en sombra y no revela lo que se haya por debajo de la superficie, en el nivel más profundo. Y hay que recordar que más allá de la superficie histórica de una tierra que se desangra en mil vetas de heridas infligidas por los corazones cerrados del hombre a la Palabra que sana y salva. Más allá de un mundo que muere en este universo y otros diez mil mundos posibles más mueren en otros universos, o más allá de esos millones de células que mueren a cada instante, o esos millones de seres que estamos muriendo a cada segundo, atravesando un tiempo que es inmóvil, nos encontramos que ese espectáculo de impermanencia y muerte es la teofanía de una enseñanza magistral: que lo fenoménico perece, que lo manifestado es afectado por el tiempo y el espacio, que “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán“. (Mateo 24:35) Que la Palabra, el sonido que engendra los mundos está ahí siempre como substrato inafectado.
Y eso que no pasa, que no está sujeto a la contingencia no se trata de algo separado sino que constituye nuestra verdadera identidad, nuestra morada santa, que percibimos cuando al morir antes de morir se sueltan las falsas identificaciones (la casa del cuerpo, la mente, la historia, la casa terrestre, el yo), los velos no religados al misterio, ese lugar impenetrable y oculto que nos constituye. La tribulación rasga, abre la herida por la que la luz pasa. Así que en medio de la gran tribulación solo nos queda perseverar hasta el fin con ayuda del cielo, pues lo que está en juego en esta circunstancia histórica y en definitiva en todas es la propia alma.
Esto es lo que sostienen muchos autores contemporáneos como Charles Upton 2 que da voz en esta ocasión al imaginario cristiano y a su rico simbolismo que hay que saber entender en su justa medida: “La batalla contra el Anticristo se emplaza en un nivel distinto. Aunque para algunos pueda incluir una vertiente política, es esencialmente espiritual. «Mi reino no es de este mundo». Es una lucha por salvar no el mundo, sino el alma humana, empezando -y terminando, si procede- por la propia. Solo hay una salida a la tiranía de los ciclos cósmicos, que no son solo consecutivos sino también simultáneos. Recordar lo que está en juego “la batalla entre la sagrada presencia de Dios en el corazón humano y la sacrílega violación de esa presencia”. Saltar del estado de olvido al de despierto, atravesar el tiempo y el espacio hacia el eje intemporal que vertebra los mundos y los tiempos y lograr por la gracia la unión con el eje axial, con el punto inmóvil.
Sólo nos queda y ese ha sido siempre el reto, ascender por una vía recta. Por eso invocamos con el poder de la palabra la gracia de comprender que el sueño o la ilusión en la que vivimos en estos días de pandemias, de guerras exteriores e interiores no es una segunda realidad, igual que el sueño que soñamos cuando dormimos tampoco lo es sino simplemente la Realidad velada o distorsionada y anhelamos esa palabra que sana y salva y que permite la gestación, la floración de una nueva dimensión de sobre realidad que transfigura al que mira y al que es mirado desde un único acto que se llama Amor. “El universo es un sueño tejido de sueños; sólo el Sí está despierto” diría F. Schuon 3 y después de la Covid y ante lo que está por venir dependerá de lo despiertos que cada uno estemos para que la crisis se convierta en oportunidad o en muerte de todo lo que amamos.
Así que este colapso no es sino un apocalipsis, ese desvelamiento de la verdad, que muchas tradiciones espirituales -no sólo la cristiana- señalan que está aconteciendo en nuestros tiempos no tiene por qué significar solamente algo terrible, sino también la emergencia en muchas personas de la verdad que quedaba oculta tras una cultura profundamente materialista que con su soma de consumo y entretenimiento había desplazado el centro de su eje. Como dice mi amigo Ángel Pascual “tenemos la gran oportunidad de constatar cómo el alejamiento y negación de la Transcendencia lleva a la confusión, al desorden intelectual, al odio, a la violencia, al dolor extremo, a la desesperación, a la vanidad inflada de futilidad… Y ante tal constatación reconocer dónde está realmente la Verdad, la Bondad y Belleza, y hacer que nuestro interior sea partícipe para irradiarlo en medio de la tiniebla —aun a riesgo de perder privilegios eventuales o incluso la propia vida, en último extremo— y pueda llegar esa irradiación de la gracia a los demás corazones vivos.”
Bendito es este tiempo para muchos sabios, pues lo que antes se exigía para alcanzar lo real está fuera de nuestra neurótica sociedad, ahora con solo “un tercio” de ese esfuerzo se puede alcanzar, por la misericordia ante la dificultad de esto tiempos, donde como salmones navegamos contra una corriente de maldad totalmente desbordada.
Como dice la Sura del Temblor: (1) Cuando la tierra sea sacudida por su propio temblor. (2) Y cuando la tierra expulse lo que pesa en su seno. (3) Y diga el hombre: ¿Qué tiene? (4) Ese día contará lo que sabe (5) porque tu Señor la inspirará. (6) Ese día los hombres saldrán en grupos para ver sus obras: (7) Y el que haya hecho el peso de una brizna de bien, lo verá; (8) y el que haya hecho el peso de una brizna de mal, lo verá.
1. Reflexiones sobre la divina comedia de Dante, expresión de la sabiduría tradicional. Fundación de estudios tradicionales A.C
2.Charles Upton. (*) Extractos del libro The System of Antichrist (Sophia Perennis, 2001). Traducción de Joaquín Albaicín.
3. Citado en el artículo Sobre ecología del alma. Beatriz Calvo
Artículo para la Revista Pelle Maha. Traducido al catalán por Josep Maria Mallarach. Beatriz Calvo Villoria. Directora Ariadna Tv