Bajo el espíritu de la Navidad
25 diciembre, 2021Guerra y Paz. Entre dioses y demonios
25 febrero, 2022Ayer reflexionaba en voz alta sobre cuidar a los enfermos. Sobre que todos los enfermos son el mismo enfermo. Cuando asistes a uno asistes a todos. El cuerpo maltrecho visibiliza la vulnerabilidad humana y uno intenta acogerla entre los brazos que acompañan al que sufre como pueden, acogiendo su propia vulnerabilidad reflejada.
Abrazas y besas ese cuerpo que arde y te abrazas y besas a ti y a todos tus compañeros de viaje existencial. Todos somos el mismo cuerpo de Dios hecho carne que perece y muere y abrazo al enfermo que tengo hoy entre mis brazos y lo acaricio con toda la ternura que puedo intentando acariciar con toda mi presencia a todos los que sufren.
Acaricio y rezo, trajino sopas e infusiones, alimento el fuego, vuelvo a acariciar el dolor y vuelvo a rezar. Paciente espero que la tormenta pase y confío, rezo para que la confianza sea más y más amplia, tan amplia que nazca la certeza de que bienaventurados serán los que sufren y que el dolor de hoy es pan de vida de mañana.
Este cuidado amoroso, que es un auténtico viático de regreso a la verdad que somos Uno, que solo hay un único Sujeto, que lo que haces a cualquier pequeñuelo se lo haces a Dios en nosotros, nos lo están queriendo robar con las medidas de distanciamiento social de esta distopía que avanza a velocidad vertiginosa, la propia de la falsa inteligencia artificial, verdadero oxímoron, que pretende que por manejar infinitos datos a alta velocidad va a adquirir la santa sabiduría del que se vacía de sí y se une al espíritu Divino.
Perdí a dos tías en la pandemia, y lo que más me dolió es imaginar su soledad y la ausencia de una mano amiga, querida, amada junto a su lecho. Nadie para enjuagar sus lágrimas, para transitar ese miedo ancestral a lo desconocido. Alguien para recordarte “confía, de este útero de tierra y aire se nace a otra dimensión del mismo Dios que busca despertarte con su beso iluminado de Santo enamorado.
Mientras cuidaba, desactivaba todas las consignas de estos dos años, “contagio, contagio, muerte asegurada, no toques, no beses, aísla al enemigo, aunque sea tu bienamado”. Recordaba la vida de santos de todas las tradiciones que besan las pústulas de sus enfermos, de San Francisco abrazando al leproso del que huía cada vez que escuchaba su campana hasta que se enfrentó a su mezquindad y abrazó lo que más temía. De las palabras de Teresa Forcades en la última entrevista que le realizamos en Ariadna Tv, de que quien sigue a Cristo acorta su vida acompañando al que sufre, dolor, persecución, injusticia para alargar la de la vida eterna.
“Quien guarde su vida la perderá y quien la pierda la ganará”. La fe venía a cuestionarme mi grado de entrega a las verdades celestiales. ¿Estás dispuesta a acortar tu vida por tu hermano? Recordaba cuando diagnosticaron de sida -otro virus nunca secuenciado y del que por tanto no ha sido posible hacer una vacuna- a un ser muy cercano y el miedo social infundado por la misma ingeniería social de ahora les etiquetaban como apestados. Yo amaba a ese ser, pero el miedo quería distanciarme de sus besos, sus abrazos, sus vasos compartidos y el dolor que me producía excluirlo de mi vida, la compasión de sentir el peso de esa etiqueta me hizo transcender todos los miedos, infundados, sigo viva hoy 20 años después de haber compartido tenedor y saliva para poder ofrecerle el rostro del amor que nos pide Cristo y todos los santos de todas las tradiciones. Y todo eso, lo recordaba, sabiendo que soy una persona miedosa respecto a la enfermedad, pero el amor siempre vence al miedo. Es decir, que este humilde ejemplo está al alcance de todos, es tiempo de desobediencia civil a una doctrina del miedo, es tiempo de no aislar a nuestros enfermos, de abrazarlos.
Ayer volví a pedirle a Dios esa fuerza de la confianza y de la fe que te permite dar la vida por los amigos o acortarla, para descubrir que más que la mascarilla lo que aísla del mal es el amor, y atravesada esa barrera descubrir que estas consignas de aislar a nuestros ancianos, niños, adultos es una entelequia creada por este terrorismo informático en el que vivimos y por un paradigma, el del contagio, que beneficia al negocio multimillonario de las medicinas, ya que si la enfermedad es algo que viene de fuera, con el nombre de virus supercontagiosos, se justifica una medicina de guerra contra la vida, como las del cáncer, o los antibióticos en el que los virus son los enemigos y las armas son esa batería infinita de lucro y iatrogenia que son las medicinas sintéticas de las que podríamos hablar miles de páginas, siguiendo la estela de pensadores como Ivan Ilich y otros y que suponen en la actualidad que esa empresas ganen 1.000 € al segundo.
Más allá de que seamos capaces de investigar con mente abierta la pugna histórica entre la teoría del terreno de Becham y la de los virus de Pasteur aislar a un enfermo de lo que sea es un atroz crimen hacia nuestra humanidad.
Nos quieren solos, aislados, la corrupción generalizada inspirada por el demonio kali, va a demoler nuestra vida relacional, a base de una ideología que va avanzando desde hace siglos, inoculada desde una cultura que odia la vida, para la cual el principal obstáculo a batir para ganar el mundo y ser el príncipe de esta maya cósmica es la fortaleza orgánica del santuario de la familia, red de protección y salvaguarda vertebrada en el amor y los pactos de sangre que son capaces de perdonar al asesino y seguir dándole afecto en el corredor de la muerte. De acoger al hijo pródigo 70 veces 7, perdonar al hermano que ofendió hasta la médula otras 70 veces siete, que es como decir infinitas veces, las que sean necesarias para ejercitar el más alto ideal del amor, sin condición, porque sí, porque el amor ama, como la rosa perfumea las estancias.
Esta Navidad no tuve familia, pues el mal avanza dividiendo el último reducto de Cor-dura, pero tengo mi familia humana, en la que está incluida la mía propia, por la que rezo para que no nos dividan más. Acompañad al enfermo, acompañad al hermano, recuerda quien pierda la vida la ganará.
El Más allá nos espera a todos, mejor ir con un buen pasaporte de amor, que no con el sello del miedo emborronando en todas las páginas que están aún por suceder. Seamos valientes, quien tiene a Dios por guardián no debe temer al enemigo, por sagaz que sea, que pueda quitarle el verdadero tesoro de una vida eterna.
Quizá nos quité la vida, nos la acorte, nos la deteriore, tal como está haciendo, pero la vida eterna, la real, esa, solo es patrimonio de Dios, el simio que imita su teúrgia de forma prometeica no puede acceder a ese núcleo donde reside el huésped del alma y nos comunica esas verdades que no podemos olvidar. Somos seres humanos y volamos con dos alas, la de la sabiduría y la del amor. Si nos las cortan nuestra existencia no merecerá la pena ser vivida.
Beatriz Calvo Villoria