Cuidar a los enfermos
3 enero, 2022La enfermedad, la vejez y la muerte
1 marzo, 2022¡Guerra¡ gritan ahora los titulares, con nueva carnaza para su periodismo del desastre. ¡Guerra¡ y se frotan las manos ardientes de codicia los pescadores de los ríos revueltos que arman las guerras.
La siguiente pieza en el ajedrez histórico ha sido dada. Mueven de nuevo la ficha las negras, que tienen el corazón más negro que el carbón del infierno de donde beben fuego de ansia por más y más, para hacer que la circunferencia patética de su ego coincida con los infinitos lindes del Todo, para ser como dioses, micos patéticos que imitan invertidamente al Dios creador, con lo único que pueden hacer, destruir todo lo bueno, todo lo bello y todo lo verdadero, para contentar a su amo, la bestia que prepara el camino para un sólo anillo con qué dominarlos a todos (nada nuevo bajo el sol del horror de los últimos 6.000 años).
Mueven de nuevo porque son hijos del gran tramposo y no dejan que nadie más mueva su ficha en este plano, pues son príncipes absolutistas de este mundo, pues crecen en el reino de la cantidad, en el reino de la materia, pues desconocen el acceso al Reino del Espíritu del que fueron expulsados y la envidia es su energía.
Han hecho jaque a la salud del planeta entero, envenenando las venas de la tierra y ahora las venas de sangre de la inmensa mayoría. Han envenenado el aire dañando nuestros pulmones abiertos al aliento que ahora huele al azufre de sus infiernos maquinales. Han envenenado la capa fértil de la tierra con pesticidas y demás inventos del demonio de su química de asfixia y muerte. Han envenenado el éter con sus ondas militares y ahora van a por el alma de todos, a por el núcleo del núcleo, con una excusa perfecta que justifica leyes de emergencia y permiten el gulag a cualquier disidencia que mantenga el recuerdo de la cordura.
Van a por nuestro corazón, a romperlo en el horror, que es de donde beben; a la puerta de acceso hacia el espíritu, para quedar expulsados como ellos, sin esperanza, sin fe alguna en las piezas blancas del tablero dual, que son la única ayuda que hay que convocar a esta altura de la partida para hacer un jaque mate al rey de la mentira.
Quieren cerrarnos el paso habiendo allanado el camino al control absolutista con su pasaporte falaz que como caballo de Troya ha entrado en los desatentos ciudadanos que querían seguir teniendo sus privilegios, aunque eso supusiera la exclusión de sus hermanos. Los privilegios de unos trabajos cada vez más esclavizantes, los privilegios de seguir bailando en la cubierta del Titanic mientras se hunde en un consumo salvaje de objetos absurdos sugeridos por ingenierías sociales, inventadas por otro hijo del demonio, de nombre Sigmund, que dio al poder en ciernes la herramienta epistemológica para controlar a las masas democráticas. Nombre igual de gris que sus mentes tecnocráticas para las que todo es materia, masa, nada, nada, nada, nihilísticamente nada.
Su ejército es despiadado. Mueven su pieza para alimentar a su Rey negro y oscuro que ansía la sangre de los inocentes, más inocentes a su altar, más ancianos, más niños, más jóvenes, nada nuevo bajo el sol de la guerra entre el bien y el mal.
¿Y dónde están las blancas? ¿Quién mueve las piezas de los devas? ¿Quién es el fulcro entre los ángeles y los demonios? ¿Quién se concentra en las mañanas al rayar el alba y reza con los brazos abiertos, o las manos recogidas como un cuenco para convocar a los ángeles fieros que puedan desconectar toda su algarabía electrónica y ahora presumiblemente cuántica? ¿Quién se recoge al mediodía y se postra, con la cabeza en el suelo para que el corazón esté más alta que su cabeza llena de tantas cosas y su latido conmueva al más Clemente y Misericordioso para que mande a sus generales para preparar la segunda venida? ¿Quién como el Budha se erige en un eje axial al atardecer del día con el que coser la forma y el vacío y disipar las brumas de todos los venenos? ¿Quién hace las pujas para que los asuras no entren en la noche a violentar los sueños y sean los devas los que lleven la voz cantante de la profecía? ¿Quién deja el cuenco de leche para que los duendes del bosque sepan que se respeta sus reinos vegetales y hay conciencia del misterio de sus bosques? ¿Quién cose los mundos con su práctica de moverse lento en el flujo del Tao que no se nombra y entrar en el éxtasis del vacío danzando a la forma? ¿Quién se sacrifica por los padres que mueren solos en las cárceles eugenésicas del sistema? ¿Quién se sacrifica por los hijos que han sido robados por la bestia del Estado tecnocrático y huyen a las montañas para que su ojo de Gran Hermano no les convierta en víctimas de su desatada lujuria?
¿Quién como Dios sino el que cada día dedica un tiempo de oro a sacrificar su insaciable sed de multiplicidad, por una hora de concentración en lo más puro, en el Uno sin segundo, en su chi que mueve el universo, y alumbra la rosa o toda la espina de la vía láctea o en el atman secreto tras las mil máscaras del día a día, que nos conecta al Gran espíritu. Quién sino el que se interioriza y bucea profundo, profundo a por la perla, para regresar rico de recursos, en dicha, en alegría sin objeto y ayuda a las viudas, a los enfermos, a los viejos y a los niños pletórico de compasión y caridad, virtud de firmeza, recto esfuerzo, contento con lo propio? ¿Quién le pone puertas al deseo insaciable y renuncia por amor al prójimo, construyendo las arquetípicos muros de Gog Y Magog, para que el corazón no sea inundado solo de lo inferior?
¿Quién de entre nosotros busca sinceramente el samadhi, el nirvana, la extinción de la extinción, el gozo, la unión, la comunión, el despertar, quién asciende cada día por su columna erguida hasta la cima de la consciencia y baja humilde después a su corazón y exhala el gozo de quien mora en la casa sagrada de la paz y vuelve a la plaza del mercado, a sus tareas, la de amar al esposo o a la esposa, al hijo o a la hija, al vecino o a vecina con un “tenga usted su gracia”? ¿Quién de nosotros tiene la humildad de saber que esta cultura degenerada hierra el tiro una y otra vez y que la guerra es fruto de tanto pecado? ¿Qué solo hay una fuerza que mueve las figuras blancas del Bien frente al arrollador impulso lujurioso de los asuras que lo quieren todo, todo, experimentarlo, todo, disfrutarlo todo, todo, todo para sí. Una fuerza que equilibra estas dos fuerzas y que está dormita en lo más profundo de cada ser humano, capaz de conmover a los dioses y derramar su Misericordia y su Rigor?
A esa fuerza madre de todas las fortalezas hay que llamarla a todas horas con cada pensamiento, cada palabra y cada acto, con cada aliento y cada pálpito. Hay que desearla con todo lo que somos, sacrificando todo lo que no somos, caos, desequilibrio, dispersión, desatención, exteriorización desmedida.
¿Quién como Dios para desenredar este entuerto? ¿Y quién lo ama en este infierno de cultura descreída de todo lo que no se pueda medir? ¿Quién ama al amor sin poseerlo?
Empezar el día, vivirlo y cerrarlo en Su Nombre forma parte de la medicina de esta enfermedad del alma que ha corrompido todos los castillos de arena de esta anomalía cósmica que son los asuras sin los devas, cuyo fruto es la misma guerra desde la batalla de kurutsetra, que se sigue escenificando cada día en cada alma y en nuestros días sobre todo el orbe de la tierra.
El hombre es el pontífice, el puente, el fiel de la balanza de estas dos fuerzas, el que se sacrifica para que el cosmos en su multiplicación no salga despedido en entropía y se reúna de nuevo en el centro. En el Sacrosanto centro de nuestro corazón, aquí y ahora en la unidad del espíritu como era en el Principio, ahora y siempre.
Amén.
Beatriz Calvo Villoria