Meditación de la Sonrisa interior
15 marzo, 2020Peregrinar al centro, el trabajo con las emociones y más allá.
18 marzo, 2020Ayer, antes de este toque de queda al movimiento, que puede enfermar a muchos, no de virus sino de tristeza y desesperación, estemos atentos a ellos, volví al «cementerio de árboles sin enterrar», pasto de futuros fuegos, las hermosas ramas, que un día alquimizaban la luz a través de sus bellos pendientes labrados en las enervaduras de las hojas, seguían allí, como el cuerpo de nuestro delito, como las huellas de una tendencia mundial que nos delata. La profanación de la vida. La ausencia de conciencia, la falta de presencia para relacionarnos con la vida desde un lugar armónico, coherente, inteligente, respetuoso, integrado. La falta de maternidad interior para maternar la vida.
Y sin ánimo de poner más peso sobre la situación, pero consciente de que hay que hacer un examen de conciencia en profundidad, para que surja un genuino arrepentimiento, como un fuego que queme la escoria,que nos impide ser el oro que todos llevamos como símbolo de nuestra espiritualidad dormida, sigo escribiendo sobre las causas de esta situación, para encaminarnos juntos hacia las soluciones que pasan siempre por el despertar a lo que realmente somos, tanto como especie sobre la tierra como en una dimensión trascendente que hemos olvidados y que nos permite recuperar el lugar que nos corresponde.
Fui allí, porque no quiero dejar de mirar el sufrimiento, ni el de mis compañeros de viaje, en el que cuento a los árboles, y a la hermana agua, que no le cabe más inmundicia, ni a la madre tierra, colapsada de tóxicos, ni al hermano océano ni al sufrimiento propio ante tanta decadencia de lo que más amo, y por saberme cómplice con este estilo de vida que nos propuso la tecnociencia, (ver articulo) y que por estar en manos de humanos profundamente desconectados del Bien, (del bien hacer, del bien pensar, del bien hablar) nos hace muy difícil salir de él, pues sus ansias de poder son infinitas, y necesitan seguir concentrando el poder más y más hasta la destrucción, como un cáncer letal, del huésped sobre el que quieren vivir y medrar. (Ver conferencia)
Como dije ayer en otro artículo, del laberinto solo se sale por arriba, siendo arriba la dimensión espiritual que dota del discernimiento y de la bondad necesaria para resolver los entuertos de esta maya cósmica en la que estamos entretejidos, pero como Teseo tenemos que enfrentar al monstruo, recorrer el camino del héroe y mirar nuestras sombras, nuestras tendencias destructivas, las que nos hacen ir a Mercadona o a Zara dejando de lado al tendero de la esquina, al campesino que trabaja la tierra, las que nos hacen ir en avión a tomar unas cervezas a la otra punta del mundo, donde la red de pederastia aborta para siempre a toda una infancia, las que nos alejan de ese centro numinoso que todas las tradiciones dicen que somos y que nos llama desde la eternidad para un encuentro de amor con el que nutrir el mundo.
El bosque desarbolado me recordaba otras tragedias que sufren otras especies, como la nuestra, y recordaba las huellas en el imaginario colectivo y en la carne de nuestras hermanas, madres e hijas, de una de las más terrible ignominias que se le puede hacer un cuerpo, las huellas de esos bárbaros, monstruos enfermos que violan por todo el orbe de la tierra a lo sagrado femenino y dejan los cuerpos de sus víctimas destrozados, como estas ramas descortezadas. Entendía que la sexualidad sin centro, solo por el afán de poseer ha trastornado a muchos hombres que violentan lo femenino tal como nuestros sistema violenta sistemáticamente desde hace dos siglos, con frenesí inusitado, a la madre Tierra.
Sin ningún tipo de consideración, salvo la satisfacción brutal de los instintos, de los apetitos desordenados, nuestra cultura violenta también, una y otra vez, en todos los órdenes donde ese arquetipo cósmico se representa, ya sea en el cuerpo de la mujer, ya sea en el cuerpo de un amazonas, de un mar sobrexplotado, una selva deforestada, unas pradera contaminada, un alma sensible que no encuentra su lugar en la maquinaria del Dios dinero.
Nuestra cultura en nombre de un progreso hacia un paraíso ficticio hecho de logros y teneres violenta al útero sagrado que nos recrea infinitamente, como una matriz genésica diseñada por la más alta Inteligencia y camina construyendo una historia sin ningún tipo de veneración al libro sagrado que verso a verso nos habla de un Misterio que debería tenernos a todos en la adoración más elevada, en el júbilo para el que hemos sido creados, el ágape, el vino servido en la boda que une el cielo con la tierra y que nos permitiría andar sembrando primaveras.
La violencia se ha extendido por todo el orbe de la tierra, en todos los estratos, en nuestros banqueros, usureros, en nuestros políticos corruptos, en cada hijo de vecino que no hace con amor su tarea, con presencia, con conciencia, porque todos somos uno, lo que cada uno hace, cómo lo hace, desde dónde lo hace, porqué lo hace afecta al conjunto indistinto de este interser que somos.
Las murallas que contenían la locura que cada uno lleva escondido en su propia bestia egoísta y egocéntrica, sumida en la oscuridad de la ignorancia, se han roto, y la gran mayoría no sabe cómo refrenar su lengua, ni su miembro, ni su mente desatada en nombre de una falsa libertad que es la de hacer lo que sus pasiones desordenadas le impelen, fustigadas, eso sí, por un aparato cultural que ha perdido el norte hace miles de años, en cuanto dejamos el jardín del Edén, en cuanto nos olvidamos que el amor reúne los opuestos en una danza creadora y opusimos el día a la noche, y el yo propio al yo del hermano.
La muralla, que era el recuerdo de lo esencial, de nuestra auténtica naturaleza, el fondo de realidad que somos se ha ido debilitando con los siglos, y le han salido fisuras que han devenido en grietas, y de los bajos fondos de nuestra miseria, de nuestro miedo a la separación ontológica que sufrimos al encarnar en la existencia, de nuestro miedo a no tener lo que nos conforta, a perderlo, nos han salido garras depredadoras que se aferran desesperadas a perpetuar lo que satisface, a acapararlo en menoscabo del prójimo que se haya en la misma tesitura. La parte instintiva está desembergada de la conciencia que es el punto, el mástil en el que ella puede tener sentido.
El instinto que no pasa por el centro rector del corazón para evaluar el comportamiento adecuado, no solo su interés sino el de la familia de seres con las que comparte viaje es capaz de llevar al colapso a los ecosistemas de la gran Madre Tierra, sumado por supuesto, para consuelo de los negacionistas, a otros muchos factores que acontecen desde los astros que nos contemplan, desde cambios magnéticos de polos, tormentas solares, y procesos que solo las más altas ciencias tradicionales sabían atisbar y sistematizar en forma de conocimiento, y que hemos olvidado y que forman parte del destino querido por Dios, en esa desconcertante economía de lo divino que gobierna los mundos, sea lo que para cada uno signifique ese vocablo omniabarcante de sentidos.
Pero que haya otros factores externos, que las Nornas estén tejiendo el destino con el hilo de esos otros dioses que habitan cada estrella, cada fenómeno cósmico, cada plano de manifestación del que emana el mismo verso de una Unidad que no alcanzamos, no le quita ni un ápice de responsabilidad a cada uno de los seres que traen el escándalo a la tierra, y no evita la consecuencia que sigue a un acto de profanación sistemática de esta hermosa nave de Noé en la que todos navegamos hacia el ocaso, donde un amanecer en otro estado del Ser nos espera a todos y cada uno, con una mochila de deudas o de créditos para continuar el viaje por las infinitas moradas de lo eterno
Así, que allí estaba ante otra huella visible más en el horizonte de este bosque cercano de nuestro crimen como sociedad, nuestro fracaso como cultura, nuestra profanación productora de huellas hirientes, a diferencia de otras culturas que fueron extinguidas por no dejar huella, por ser un espejo insoportable a la codicia que asola el mundo de plagas y de pestes, hambre, guerras y torturas… Paseé entre esos árboles otrora verticales, como quien pasea por un campo de batalla, pidiendo perdón a cada uno en nombre de todos, los que aún quedaban en pie mostraban las heridas de la sierra mecánica de la tecnociencia y, aunque el paisaje era desolador, para un alma con cierta sensibilidad, decidí hacer mi práctica de chi kung en medio del dolor que siento al ver la tierra violentada por un pensamiento reduccionista, que sólo ve recursos donde hay reinos, que no sabe ver la naturaleza intangible de los fenómenos, que no ven las esencias contenidas en las formas, que no sabe unificar en un instante el centro y la periferia y decidí mirar el horror, como otros más valientes miran el horror de los campos de refugiados, de los cuerpos de los niños abortados en su infancia por la guerra, por el frío.
Decidí llorar y sanar el pequeño territorio que me ha tocado habitar cultivando la mirada de los paganos, de los taoístas, de los chamanes, de los pueblos indígenas y santificar la tierra con mi conciencia despierta, sanar sus heridas a través de mi reconocimiento de lo que yo sumo para que este inasumible sistema se perpetúe y mi petición sincera de perdón por el mal que realiza la cultura a la que pertenezco y alimento con mi consumo, que siempre puede ser mucho menor, que alimento con mi tibieza por no realizar con todas mis fuerzas la única revolución que nos ha quedado pendientes, volver al origen, al punto de inicio, a la infancia espiritual, a lo Real.
Salude a las cuatro direcciones con respeto, al norte que me respondió con la voz de la montaña que protege este lugar, al este y mi energía se fue hasta el mar mediterráneo herido también en esta guerra del acaparamiento, al Sur y entreví el desierto ascendiendo hacia esa Europa que no planta cuando corta, capaz de desmantelar el reino de los árboles para construir una armada invencible. Saludé al oeste y el Atlántico me hablo de la cólera de los dioses que habitan en los tsunamis. Saludé a la tierra y le pedí permiso para pisarla y practicar, y me moví para no dañar a una brizna de hierba, que me agradeció mi cuidado y que la nombrara, también a ella, in divinis, como criatura, hija o expresión de lo divino.
Saludé al cielo y le pedí su protección y derramó su azul sobre mi coronilla. Abrí la cúpula de mi energía para que mi corazón pudiese alquimizar, en el crisol de mi cuerpo, a través de los movimientos lentos impregnados de conciencia, las energías de la tierra, de la naturaleza y las del cielo con la mía propia, la energía humana, creada como pontífice entre los planos, creada para nombrar cada cosa y religarla a su origen, creada para refinarse hasta el punto de ascender a las altas cumbres de la espiritualidad, para cultivar allí la mirada contemplativa que desvela el tesoro oculto en el corazón y en los signos que se escriben en cada instante en el horizonte.
Me di cuenta del privilegio escondido de poder parar la velocidad del mundo por unos días, y practicar sin tiempo en medio de la natura, aunque si perder la perspectiva de que muchos no podían hacerlo y que todavía no podemos visibilizar lo que realmente está ocurriendo, pues los poderes del mal acechan en cada operación, aunque no podamos verlos, aunque algunos tengan nombre propios, Soros, Trump, Roschilft, Rokefeller, que son símbolos visibles de lo que en cada uno puede acabar adorando al becerro de oro, al Dios del dinero, a costa de ,manipular el tablero mundial a su antojadiza enfermedad, pero que, en el fondo, son solo siervos de otras caídas en otros planos que ni imaginamos. Y que tan bien relatan las odiseas, antiguas y contemporáneas como la de Tolkien en el Señor de los Anillos.
Cuando terminé de practicar mi oración en movimiento como diría Peter Yang, uno de mis maestros, y mientras iba abriendo los ojos lentamente, después de dos horas de práctica, vi con el ojo interior emerger de esa nada genésica, en la que la meditación me había introducido, de ese océano incógnito de la mente unas olas distintas a los pensamientos habituales, makio dirían los del Zen, visiones dirían los indios de las praderas, solo permití que emergiesen, atestiguando su mensaje, eran los rostros de los bisontes americanos, arquetipos de la fuerzas salvajes, leones de melena dorada, águilas con plumas de oro, felinos casi extintos que iban desapareciendo por una especie de agujero negro, que los succionaba a una velocidad como de huracán y mientras se extinguían me miraban a los ojos y yo los contemplaba y los lloraba. Recordé un texto que escribí hace años.
Antes de que el alma cayese en el olvido, antes de su separación con el Uno, con Brahmâ, con el Gran eEspíritu, con el Tao, con Dios, o como queramos llamar a ese principio superior origen de todas las cosas, la naturaleza era un libro abierto lleno de símbolos que reflejaban la elevada belleza, la profunda sabiduría y las infinitas posibilidades de existencia de su Autor.
El hombre era una de esas posibilidades de existencia, y ocupaba una posición central en este maravilloso cosmos, era una ventana abierta, un pontífice que tendía puentes entre la divinidad y la naturaleza, a través de él cada cosa era nombrada in divinis, el sabía el nombre de todo lo creado y lo relacionaba con sus arquetipos celestiales. Todo estaba unido en un tejido sagrado lleno del más alto significado. El águila era una manera perfecta de orar en el aire alabanzas al creador, las alta montañas un mensaje de majestad, el oso era una pantalla donde podía brotar como una fuente el secreto de la Fuerza, la pantera el espejo donde atisbar el arquetipo de lo invisible. Todo hablaba de Dios y el hombre leía Sus signos en el horizonte.
Luego todo se hizo opaco y el hombre dejo de ver a Dios en todas partes. El hombre se reveló contra el Cielo y se produjo una escisión en su mente entre las leyes de la naturaleza y los principios espirituales y ya sin unión con el Alma del Mundo, la Naturaleza fue profanada, saqueada, desfigurada, violentada, y con cada especie que se extinga desaparecerá una manera única de adorar al Creador de la existencia, un canto que dona secretos a nuestro espíritu, y con cada río que contaminamos acallamos la música perfecta del cielo cuando baja a fertilizar la tierra.
Cada árbol que muere, muere una presencia beatífica portadora de una gracia. El hombre occidental ha perdido el Centro y en su profunda ceguera está destruyendo el mapa de regreso a Casa. La crisis medioambiental es la crisis espiritual del hombre moderno, es el último capítulo de una manera profana de ser en el mundo. Pero hasta este capítulo está diseñado por el arqueómetra divino con una ejecución perfecta de una de sus leyes, la muerte de lo viejo precede al nacimiento de lo Nuevo, y se nos ha prometido un nuevo ciclo donde el cosmos se revelará otra vez como una maravillosa y deslumbrante Teofanía.
Cuando dejé de verlos desfilar como imágenes que se superponían a la otra realidad del bosque herido por el rayo abrí los ojos y todo estaba transfigurado, como si se hubiesen descorrido suficientes velos para ver el vacío en la forma, la forma en el vacío, recordé la enseñanza de que cuando la verdadera concentración es lograda, la realidad brillará ante nosotros, todo el universo de los fenómenos será visto tal y como es, su poder de impedirnos y afligirnos instantáneamente desaparecerá.
El bosque ya no estaba herido, y yo tampoco, todo era lo que era, sin etiquetas, la luz era más luz, los pájaros cantaban, vi un árbol que me observaba, una ardilla se pronunció, una mariposa de otro mundo me aleteo en la nariz su polvo de estrellas. Los velos de la reflexión necesaria, de la aflicción se habían descorrido por un espacio de tiempo suficiente en el que otra realidad se expresaba con una belleza como dorada, y cuando la contemplación terminó y regresé a casa a lavar los platos, me reafirmé, una vez más, en medio de esta nueva tormenta existencial, en seguir caminando por el camino que asciende hacia la liberación del sufrimiento o, en otro lenguaje, continuar, como objetivo principal de mi vida, peregrinando hacia el centro o hacia el templo (ver artículo).
Practicar la redención del dolor en amor, como unión de lo paradójico, de lo que parece separado, a través de la purificación que da la sinceridad y honestidad con uno mismo, de vernos con distancia, como nos vería alguien desde afuera para corregir lo que nos aleja de lo real y nos sumerge en lo ilusorio de nuestras subjetivas narrativas mentales, sesgadas por innumerables cadenas de condicionamiento y que nos hacen presa de las narrativas de los poderes que en la sombra también dominan el alma del mundo, o al menos lo intentan.
Practicar la vía a través de la realización cotidiana de las virtudes quintaesenciales que no son más que el reflejo de los atributos de la divinidad en el plano de la manifestación, transformando nuestro carácter en un perfume, en una copa capaz de recibir el vino de la sabiduría, a la que hay que aproximarse por todos los hilos posibles, como los que proponemos mes a mes en Hilo de Ariadna, que puede ser una buena ocupación para estos días de reclusión forzada.
Renové una vez más el voto del recto esfuerzo hacia la consumación última, ser lo que somos y en mi caso, con la ayuda de Dios, pues sola se que no puedo, aunque refulge como la joya más preciosa en el centro mismo de nuestro corazón y en el corazón del cosmos, esperando que seamos capaces de cabalgar al dragón
Continuará…
Beatriz Calvo Villoria. Directora de Ariadna Tv