
Maravillada
7 octubre, 2024
La palabra habla y obra
7 enero, 2025Como avanzaban los orcos en El señor de los anillos, avanza la cuarta revolución industrial dejando tierras tan hermosas como la nuestra arrasadas por el eufemismo de «tierras de sacrificio.»
Como ejemplo un primer botón, cien mil olivos arrancados, entre Jaén y Córdoba. Cien mil seres cortados de cuajo de la matriz de la vida.
¿Qué diría Estefano Mancuso con su científica tesis en la mano de la inteligencia vegetal? Incluso, desde el reduccionismo atroz de la ciencia que nos ha llevado a este abismo de desconexión con la naturaleza, despierta la sensibilidad hacia otros modos de conciencia.
¿Qué diría Tolkien, con la fuerza de los mitos nórdicos, entrelazados con la cosmovisión cristiana, de la compasión total hacia todos los seres que hacen el bordado milagroso de la vida? Diría: «No es hechicería, sino un poder mucho más antiguo. Un poder que andaba por la tierra, antes de que cantase los elfos o repicara el martillo.»
Diría y haría lo que Bárbol, el más anciano de los seres arbóreos de su saga, cuando al fin deciden ayudar a los hombres y a los hobbits y a toda gente de bien, destruir los lugares donde se refugia el enemigo de la vida, la tierra misma, donde ahora habita una humanidad perdida.
¿Qué otra cosa puede hacer la naturaleza en una guerra tan atroz contra el tejido existencial que sostiene toda vida? El cosmos corrige de una forma tremendamente justa, pero revestida de un rigor y de una majestad terrorífica, la única capaz de humillar nuestro orgullo prometeico de ser como dioses y querer dominar la naturaleza para nuestro superficial disfrute.
La catástrofe natural, es la expresión, primero, de la fuerza de la naturaleza que expresa la grandeza de un orden, un Cosmos, que solo debería producir nuestro asombro de constatar que las cosas son lo que son. Y que todas ellas son milagro.
Parafraseando a Clarice Lispector, es una maravilla y un milagro la precisión de una pequeña aguja, «no se desborda ni una fracción de milímetro» de lo que le hace ser lo que es, una pequeña aguja. “… la verdad nos llega como un sentido secreto de las cosas”. Pero como ese secreto es técnicamente invisible, para una sociedad cognitivamente tecnificada, la catástrofe es, también, el correctivo cósmico de la Ley que llevamos violando en las sucesivas revoluciones industriales.
La catástrofe es un baremo de nuestra adecuación a esa inteligencia que regula las mareas, los volcanes, las riberas, las estepas de viento huracanado, la caída de una ínfima aguja de pino o, por el contrario, nuestra inadecuación. Nuestra ignorancia creciente que nos hace ser desatentos y negligentes por un lado y ávidos destructores, de los mecanismos que regulan los diferentes reinos de la naturaleza, por el otro.
Construir junto a barrancos, bajo las faldas de los volcanes, obviar la construcción anti sísmica y construir edificios hasta el cielo, en una civilización de torre de babel sumida en la más alta confusión que nunca ha habido.
Incapaces de escuchar el lenguaje de las flores que agonizan, de sus paladines, las abejas, que agonizan, de las golondrinas que libran batalla tras batalla contra los mosquitos, junto a los imbatibles murciélagos, contra las plagas mosquitos, que hacen invivibles comarcas enteras, que agonizan… Cientos de especies agonizando en un doloroso canto del cine, acorraladas por una glotonería del becerro de oro, a costa de cualquier ecosistema que se nos ponga por delante.
De cualquier Reino, incluido el que los legisla a todos. El Santo Reino del Corazón, invadido de pensamientos, palabras y actos cada vez más bajos, en vez de, en vez de más nobles, plagas capitales que lo anegan de codicia, envidia, odios y rencores….
Los limites precisos de contención orquestados majestuosamente son violentados una y otra vez por prácticas industriales, tecnocraticocientíficas, que para comunicar lo que la telepatía hace sin cables, necesitan arrasar continentes enteros con el eufemismo de huertos solares o energías renovables, minas a cielo abierto o cualquier otra blasfemia sobre la Tierra Sagrada.
Todo es mentira, no es sostenible, no es renovable, no es limpio. Es solo puro negocio. Toda esa revolución de invasiones algorítmicas, que necesita el agua de la vida para enfriar sus engendros de datos, es pura mentira, ilusión, deificación de la máquina atroz. Le pese a quien le pese.
Artificio. Artefacto de destrucción masiva. “Todo este lujo de invenciones superfluas tiene como efecto someter el alma al cuerpo, cuerpo que siendo esclavo se convierte en dueño”. que diría Seneca.
Dicen que a algunos intereses quieren convertir Valencia en la primera smartcity… Esa agua de vida, otrora de huertos y de naranjos, alimentará los enormes big data que necesitan las cárceles de 15 minutos, ese prototipo de la ciudad deshumanizada.
Un gran centro de datos puede consumir hasta 25 millones de litros de agua cada año y crece exponencialmente su consumo por el procesamiento de cargas de trabajo relacionadas con la Inteligencia Artificial.
En otras palabras para enfriar su logorrea.
Por eso, algunos como Jordi Pigem, recomiendo su lectura (1), con la cordura de un filósofo de la ciencia con coraje, nos advierte que la IA, como el Rey del cuento, está desnuda y su nombre propio es el de invasión del algoritmo en todos los rincones de nuestra vida..
Ya no pintará Sorolla las costumbres incardinadas con el cosmos de campesinos o artesanos de la pesca, la luz ya no iluminará los rostros, ante la herida profunda de haber sido víctimas, quizá, solo Dios lo sabe, del eufemismo «tierras de sacrificio», que como una hidra va devastando España.
Teruel, arrasando el Maestrazgo por molinos de viento para nutrir de energía a las ciudades inteligentes. Extremadura, Zamora, Salamanca envenenado su futuro con minas a cielo abierto. El hambre de la tecnología de tierras y aguas de cultivo es imparable, bits a cambio de vida…..
Más allá de conspiraciones, el tiempo lo dirá, el cosmos nos corrige, sale lo mejor y lo peor de cada uno, la rapiña en medio de la catástrofe o dar la vida por los amigos. El máximo acto de amor y la más profunda sabiduría de que el otro es también mi yo mismo. Lo hemos visto en Valencia.
Quien quiera ver que abra bien los ojos, el trigo y la cizaña serán finalmente segados, uno se arrojará al fuego, para quemar su individualismo y nihilismo feroz, de todo vale, con el otro, un pan hecho de amor y sabiduría dará de comer, como manda la Ley escrita en nuestros corazones, al más necesitado, ahora y siempre.
Elijamos la mejor parte y seamos pan diario de pensamientos, palabras y actos hermosos en el cuerpo del hermano. En el cuerpo del cosmos que expresa en modo de catástrofes nuestras propias enfermedades morales como civilización.
1. Tecnica y totalitarismo. Jordi Pigem
Beatriz Calvo Villoria
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