Morir y transitar confinado en la soledad
5 mayo, 2020Combate versus amor compasivo
15 mayo, 2020Artículo extraído del libro «Confinados. Psicología del Coronavirus». Coordinado por Fernando Cabal. de la Editorial Mandala. Disponible en e-book gratuito y en papel en el siguiente enlace.
Voy a intentar abordar desde un punto de vista espiritual esta crisis sanitaria, que creo es el reflejo de una crisis sistémica que afecta a muchos otros órdenes de realidad, políticos, sociales, ecológicos… Describiendo éste, como una visión que integra la dimensión horizontal de los hechos, que se suceden en un plano espacio-temporal, sujeto a las dualidades de bien y mal y la dimensión vertical capaz de ir más allá de esa danza de opuestos integrándolos en una unidad de sentido, que reunifica en un solo sabor cada experiencia, una dimensión trascendente o no dual. Entre esas dos dimensiones se encuentra el Ser Humano, como mediador entre la tierra, bajo sus pies y el cielo, sobre su cabeza; entre la inercia de la materia y la ligereza de la luz. Somos más que tierra, somos espíritu encarnado y por eso tenemos anhelo de infinito en lo finito.
Cualquier abordaje sobre el sufrimiento producido por una situación excepcional, como puede ser el confinamiento para enfrentar la pandemia por el covid-19, tiene que tener en cuenta ambas dimensiones. Más allá de la experiencia que cada uno estemos viviendo y que, por tanto, tiene la relatividad de la subjetividad propia, está el reconocer los principios y verdades que están en juego, es decir, la psique solo se puede conocer, como cualquier otro sector de la realidad desde algo que la trascienda, como sucede en el arte y la ciencia de la meditación, en la que cada experiencia física y/o mental es vista, gracias a una lucidez que se da cuenta, a una conciencia que toma nota de todo, sin juicio, sin tomar partido, porque lo hace como “desde arriba”, en una santa apatheia o ecuanimidad de la que emerge un perfume de amor. Perfume que merece la pena descubrir como el tesoro escondido más valioso que contiene el universo y que yace en lo profundo de cada corazón humano, pues con él uno nunca es pobre ante ninguna circunstancia, ante ninguna desgracia.
Cuando la psicología intenta sustituir la función sacerdotal, al pontífice entre el cielo y la tierra (sea en la figura de un chamán, un maestro o director espiritual, que haberlos haylos) por el psicólogo, por muy buena intención que este tenga, si su ciencia niega ese “desde arriba”, tendrá la tentación, nacida de la no comprensión del todo que analiza -el Hombre como tal- de intentar anular todo desequilibrio. Ignorará, por ejemplo, que hay desequilibrios necesarios y que están llamados a encontrar una solución por encima de nosotros mismos. Hay melancolías, que albergan posibilidades de desarrollo espiritual. Y en el caso de esta pandemia, de este profundo desequilibrio que visibiliza, en esta crisis planetaria hay una oportunidad escondida para convertir nuestra mirada, y gestar una nueva cosmovisión acerca de lo que la vida es, pero solo para quien no huye del examen de conciencia necesario que permite entender las causas internas de cada uno y las causas externas que como sociedad nos han llevado hasta aquí. Para saber, como dice un maestro hindú, si uno forma parte del problema o de la solución. Una solución que pasa no solo por remediar los síntomas que produce en nosotros la crisis sino por salir juntos, más allá del más allá, hasta una consumación, una comunión entre nosotros y todos los seres, que hemos perdido, produciendo un terrible desequilibrio interno y como consecuencia externo. Como dice Martin Lings: «El estado del mundo exterior no sólo corresponde al estado general de las almas de los hombres; también, en cierto sentido, depende de ese estado, ya que el hombre es el pontífice del mundo exterior. Así pues, la corrupción del hombre debe afectar al todo»
Se trata, por tanto, de conocer, de comprender con profundidad, por un lado, la historia de la emergencia de este virus, conocer de sus causas epidemiológicas, sociales, ecológicas, económicas, políticas aplicando la razón y, por otro lado, aplicar la visión espiritual que ve los principios que se han vulnerado, las Leyes que se han transgredido. Esta cruz de sentidos verticales y horizontales nos dará una visión completa, esférica, que es la que nos permitirá abordar las consecuencias concretas que en cada uno se hayan manifestado, ya sean físicas, psicológicas, sociales y espirituales, pero desde un marco de sentido que las transforma en oportunidades para recuperar esos principios vulnerados, y para el despertar, meta final de cualquier existencia, vivir unificados, integrados, redimir lo disociado, escindido… neurotizado.
Desde un lenguaje mítico y/o simbólico y aceptando como premisa de la trascendencia, que somos algo más que humanos, tenemos que entender que nuestro propio estado humano es un desequilibrio, en el momento mismo que con la caída de Adam adquirimos el conocimiento del bien y del mal, la dualidad, ese “Árbol de la Ciencia” que aparece cuando somos expulsados del lugar de la unidad primera, donde reside el “Arbol de la Vida” y al que todo nuestro ser quiere regresar. Esta expulsión puede quedar reflejada y simbolizada existencialmente en el abandono del útero de la madre con quien éramos uno en busca de una individuación que nos separa del origen. Somos esa ola que llega a la orilla de la existencia y que busca en el reflujo regresara casa.
Exiliados de ese paraíso nos vemos sometidos desde que nacemos a la impermanencia continua de los fenómenos, para lo que desarrollamos un sistema de apego a lo que nos permite vivir, y un rechazo a lo que nos hace sufrir y una ignorancia de todo lo demás que no sirva para nuestra supervivencia. Y el contraste entre el anhelo de Absoluto y la contingencia nos daña “sanamente”, espiritualmente hablando. Ese daño no se sana con una pastilla o unas técnicas que pueden calmar superficialmente los síntomas mientras anestesian la causa profunda que los origina, la angustia existencial de estar separados de ese paraíso que late como una ausencia en el vacío de plenitud que todos sentimos, lo sepamos o no.
La crisis como oportunidad de transformación
Ese anhelo de plenitud no hollada en los fenómenos mudables se ha exacerbado con el confinamiento que ha parado el mundo hacia el que huíamos en muchas ocasiones para no hacernos cargo de la herida ontológica que todos llevamos en el pecho, ese océano de fuego existencial que decía el Budha, que lleva el sello de la aflicción, de la insatisfacción, del sufrimiento ante la enfermedad, la vejez y la muerte. Es una herida de amor, de anhelo de unión con algo que no mute, que no muera. Una búsqueda de certeza en medio de la incertidumbre del impermanente discurrir de los fenómenos, de los eventos, de la contingencia. Es, también, un fuego, un arrepentimiento de no usar la vida para lo único realmente necesario, es como una mala conciencia que nos corroe por dentro porque sabemos que erramos el tiro una y otra vez en busca de una felicidad ficticia, hedónica que no sacia, en vez de ser lo que realmente somos, única fuente de la verdadera felicidad.
Esta crisis, desde la dimensión espiritual solo visibiliza, de una forma dramatizada y exacerbada por el espectáculo maquiavélico de los medios de comunicación, ese miedo que busca desesperadamente un refugio, que busca regresar a Ítaca; ese anhelo de paz verdadera, no sujeta a las contingencias, a las continuas pruebas, ese anhelo de descansar en los brazos de Penélope, en los brazos de la sabiduría y el amor, como las dos alas de un único vuelo. Y es ahí donde la sabiduría tradicional tiene sus recetas para la psyché, que es la que está sufriendo en este nuevo naufragio de lo que creía inamovible, la que sufre el aparente abandono y separación de algo que la trasciende y la sostiene. La que nos recuerda el viaje del héroe que todos debemos emprender, tarde o temprano. Es ahí donde los sabios de todas las épocas nos dan la esperanza, la barca salvadora de la fe para atravesar cualquier diluvio. Es ahí, en esa trasmisión de verdades y principios universales donde los profetas, los poetas germinan sus semillas de imágenes certeras que abren umbrales en medio de las oscuridades y nos dicen que en medio de un océano encrespado hay una capacidad en todo ser humano de bucear hacia las profundidades de su ser y encontrar la perla oculta en la oscuridad abisal de la noche, la luna que ilumina la noche oscura de cualquier encierro. No es casual que muchos místicos han encontrado en el encierro, en sus celdas históricas, la puerta de acceso a su más profunda creatividad y han realizado sus mejores obras, como Juan de La Cruz o Cervantes y que muchos sean los que han realizado la gran obra alquímica del despertar, realizando lo mejor de sí mismos, al producir el encierro muchas de las condiciones que un retiro espiritual necesita para dar frutos. Entre ellas la purificación de los sentidos. Este sería el marco espiritual, el vector vertical, de lo que se ha producido en nuestro horizonte histórico.
El mundo se ha parado por unas semanas y amenaza con paradas recurrentes. Podría haber sido cualquier otro fenómeno el que nos hubiese detenido, una enfermedad terminal que nos confina en una habitación del hospital, un ictus… La vida es capaz de esto y mucho más, es capaz de un tsunami, de una guerra en Siria, de una hambruna en África, un meteorito en el cosmos, un cambio climático. Estamos sujetos al destino, en una misteriosa ley de causas y efectos, pero, en esta ocasión, se ha presentado en forma de pandemia y se revela en nuestras vidas como la realidad que hay que afrontar, y en la que de forma extrema se visibiliza algo de lo que siempre salimos huyendo sumergiéndonos en una exterioridad sin ancla: que tenemos miedo a la enfermedad, a la vejez y a la muerte. Que nos sentimos profundamente y ontológicamente vulnerables, de ahí ese sentido religioso que han tenido todas las sociedades y que ha sido extirpado de la nuestra dejándonos impotente para lanzar ese quejío existencial profundo, un Ay del que no comprende tanta barbarie, tanto dolor.
Y ese primer dolor de la separación de la matriz que nos gesta, que está debajo de todos los dolores, de todos los temores, se coloreará en cada uno, por sus capitales culturales y familiares, en un vasto arcoíris de emociones que vendrán y se irán en estos días como se van y llegan los invitados en una casa de huéspedes, como ilustra tan bellamente el maestro de Korasan recordándonos que cada uno ha sido enviado como un guía del más allá.
Esos lamentos que arrasan la casa del alma no se sanaran sin curar el espíritu que clama, desde lo profundo para que volvamos a la raíz de las raíces y lo liberemos de las cárceles internas de una mente no cultivada, no refinada que ha usurpado el gobierno de la casa. Pero para liberar al espíritu « lo primero hay que librar a la inteligencia de sus errores, sus condicionamientos cognitivos que le impiden ver la realidad tal como es y que esa realidad opere como una sonda de honestidad que revelará los nudos más sutiles del subconsciente, ese que anuda el alma por el amor propio o por traumatismos recibidos», como decía F. Schuon.
Así que tenemos la sabiduría que nos guía diciéndonos que cualquier fenómeno y más los que llevan el sello de la palabra crisis pueden convertirse en la oportunidad de iniciar el camino de mil pasos, de comenzar un verdadero viático hacia el despertar de nuestra auténtica naturaleza y que siempre empieza con un primer paso, la conversión de la mirada hacia la interioridad de lo que somos.
El primer paso de la Atención Plena
En medio de una celda en un genocidio tibetano, en medio de una confortable casa con jardín, en medio de un hogar destructurado, dentro de un tonel sin nada más que el sol cada mañana, en medio de cualquier circunstancia todo ser humano es hijo del instante, es hijo del milagro de estar vivo y cada instante de vida es el umbral que puede revelar por su misma gracia ese Misterio incognoscible en el que navega la existencia y si se aprende a atender con plenitud cada instante que nos regala la vida, cada experiencia en el que la conciencia se revela, podremos cultivar la esperanza de que hay un camino de regreso a la Morada Santa, al Centro, al Templo. Que hay una vía de peregrinaje a la única casa que no se derrumba por las circunstancias, cuyos cimientos son la esencia oculta que se transparenta en cada forma, como un tesoro escondido que necesita ser descubierto, descorriendo los velos que nos dificultan su visión, purificando nuestros sesgos cognitivos producidos por nuestros condicionamientos, por nuestra falta de libertad para ver las cosas como realmente son, sin empañarlas de narrativas de dudosa procedencia.
En el fondo de cada corazón humano, por adversa que sea la circunstancia, tal como el sol sigue saliendo cada mañana como símbolo por excelencia de la luz que ilumina y vivifica con su calor el mundo sin distinciones, brilla también la luz de la conciencia que no puede ser apagada por ninguna circunstancia, pues ella está en el núcleo de cada circunstancia, de cada experiencia. Palpita en cada flor que asoma en esta primavera su belleza en la maceta de nuestra ventana en un piso interior en medio de un aislamiento, palpita en el dolor de la ausencia de nuestra mano en la cabeza de nuestra tía moribunda en la residencia, palpita en el miedo a perderlo todo, palpita dándose cuenta de un yo que teme, que aspira, que cambia sus humores, dependiendo de infinitas causas y condiciones. Pero si nuestra mirada se purifica, si nuestro mirar es el mirar de Dios, del Espíritu en nosotros, de la Luz Clara, de la Conciencia podremos florecer con la flor cuando se abre, ser amor compasivo en la despedida sin fronteras, llover con la lluvia que cae del cielo y limpia nuestra atmósfera sin que haya un adentro o un afuera, podremos extasiarnos con la caricia del amado en un lecho renovado, y saber saboreando desde la corriente misma de la vida que se expresa dar el consuelo, el abrazo, la donación, la mirada, la palabra precisa, el cambio que nuestra sociedad necesita.
No pretendo con estas imágenes cargadas de poética idealizar la experiencia dramática de la pérdida de libertades a las que ha llevado el confinamiento, de sublimarla sino de penetrarla hasta la médula, con el láser más poderoso que existe y que se entrena, la atención plena, que es el primer paso en el camino del autoconocimiento, pues está en la base de todo aprendizaje. Como decía Víctor Frankl: «Incluso en circunstancias extremas de sumisión y degradación el hombre conserva un reducto íntimo de libertad espiritual que le permite elegir la actitud personal que debe adoptar frente al destino, conservando la dignidad de seguir siendo hombre y aprovechando «el valor madurativo del sufrimiento aceptado». Un destino tan adverso como el internamiento en un «lager» de prisioneros puede ser aprovechado como una oportunidad para dotar a una vida de un sentido más profundo.
La triada del caminar consciente hacia el espíritu de las cosas
Este camino de mil pasos, metáfora del camino espiritual, tiene tres elementos esenciales que hay que ir cultivando al unísono. La atención formaría parte del elemento de aprender a cultivar la concentración en la realidad, a él pertenecen todas las prácticas de meditación que conocemos, en movimiento o estáticas, la variedad es muy diversa en cada tradición sapiencial, el tambor, la danza, la recitación del mantra o la indagación. Pero en todas la atención siempre ha de ir acompañada de un recto esfuerzo, en el sentido que se medita para alcanzar la sabiduría y el amor y habilidades para expresarlas en la vida, por el bien de todos los seres, a los que se conoce como uno mismo en la Unidad Primordial que somos. No se trata de cultivar una atención que deviene en una concentración para alcanzar poderes o mayor bienestar psicológico, que podrán surgir como efectos secundarios, pero que pueden desviarnos del camino verdadero si los ponemos como prioritarios, pues alimentarían el gran problema que crea todos los males, que es la falsa identificación con un yo separado de lo Otro, de los prójimos, con los que en el mejor de los casos firma un contrato de indiferencia absoluta y en el peor los considera el botín o el enemigo a batir por mantener los recursos de su efímera y condicionada felicidad, que le dan cierta ficticia seguridad de que no dejará de poseer lo que ama para sí solo.
Sé que puede escandalizar cuestionar que conseguir ciertos beneficios psicoanímicos gracias a una relación superficial con la meditación sea un objetivo legítimo, pero este es un elemento clave del recto esfuerzo, pues sería un gran error espiritual convertir la meditación en una tecnología del bienestar del ego, cuando ha sido diseñada para trascenderlo y cortar de raíz el origen de todo sufrimiento. Como diría Santa Teresa no podemos amar más el consuelo de Dios que al propio Dios.
Se trata de ascender, transformarse, ir más allá de la forma con la que nos hemos identificado, con este cuerpo y con esta psique que nos limitan para sentir el vasto cuerpo del macrocosmos que somos, más que mejorar o calmar un malestar, como quien quiere cortarle las alas a un pajarito para que no sufra el aprendizaje de su vuelo. Porque los malestares existenciales acaban emergiendo después de haber buscado un superficial equilibrio psíquico, y porque bien mirados y bien acompañados son botes salvavidas que nos permiten dejar este mundo de vanidad de vanidades, en vez de acomodarte a él con autoengaños. Hay que retornar al verdadero equilibrio, no cualquier equilibrio.
Se trata de un ascenso, de un refinamiento que empieza con el cultivo de la atención, para que tenga la estabilidad de penetrar en la médula de la naturaleza real de las cosas para, si Dios quiere, ser uno con ella. Pero la atención, los métodos de meditación, de concentración, ya sean activos, devocionales o pneumáticos necesitan de otro elemento, la dimensión de la sabiduría, una recta visión y entendimiento que los dirija como un astrolabio, como un cuerpo de verdades que será tarea de cada cual comprobar que son ciertas también en su corazón. La sabiduría primordial está escrita con letras indelebles en lo profundo de nuestra naturaleza y se pronuncia en el silencio, pero se revela en cada tradición con sus metáforas e imágenes particulares y con una serie de símbolos universales que intentan señalar con el dedo una luna inaprensible, un misterio inasequible que a cada cual le toca renombrar en su interior. La meditación, la atención necesitan de un destino, un Brahma, un Tao, una Luz Clara, un Reino al que arribar, y las palabras de los sabios son cartografías posibles para esa peregrinación de la periferia de los fenómenos al centro inmutable, de la multiplicidad a la unidad.
Y el tercer elemento que da estabilidad al camino, que forma parte de este ecosistema que se retroalimenta es un cuerpo de virtud que se va realizando, como actitudes espirituales que son el reflejo de los atributos de la realidad. De la Bondad deviene la generosidad y la confianza, de la Fortaleza, deviene la perseverancia y la vigilancia, de la Pureza el desapego, de la Belleza el contento, de la Verdad el discernimiento y de la Unión, la santidad y así sucesivamente.
Con estos tres elementos se edifica el caminar diario en una vía espiritual, la virtud da estabilidad al método, pues una persona confiada, generosa, vigilante, desapegada, alegre es menos presa de las agitaciones emocionales, pues para cada aflicción existe una medicina. La sabiduría orienta la práctica hacia las verdades que enuncia, la Unidad, el Amor e insufla amor por un carácter noble y virtuoso que refleje esos principios.
A estos tres elementos les completa la gracia, pues siempre hay un límite para el esfuerzo humano. Por eso en todas las vías la oración es esencial para recibir esta gracia, esa influencia espiritual. Como diría la maestra hindú Amma “conócete a ti mismo y ora por el mundo con despertar, entusiasmo y paz.”
La voz de los maestros
Con el cultivo diario de estos elementos uno se fortalece para poder enfocar en lo que está ocurriendo afuera y adentro. Para ir hacia adentro hace falta ser muy luminoso y vibrar en el amor para poder enfrentar los miedos, hijos del gran miedo que se han despertado con esta crisis. Como dice Lama Zopa “en esos momentos, la experiencia te demostrará lo poderosos que son los estados de ánimo y lo importante que es alcanzar una vida mental sana, estable y resistente, para afrontar, lo inesperado, lo indeseado… Descubrirás lo increíblemente eficaz que puede resultar el adiestramiento mental, porque una mente adiestrada puede producir mucha calma y mucha estabilidad para ayudarnos a superar las emociones que son potencialmente perniciosas, a pesar de la situación tan delicada o complicada por la que estemos pasando.»
Para ir hacia afuera el discernimiento será esencial, la búsqueda de objetividad, de realismo nos dice que nos esperan las consecuencias de una catástrofe anunciada desde hace mucho tiempo y que no hemos querido mirar en un progreso infinito en un planeta finito. Como dice Reza Sha Kazemi “debemos saborear las consecuencias de la catástrofe no con el fin de que caigamos en el abatimiento, sino al revés, para hacer más ferviente nuestra resolución de cara a enderezar lo que está mal, y retornar a ese equilibrio natural en el que fuimos creados. Saborear las consecuencias de “nuestras” acciones significa aceptar que, de alguna manera misteriosa, no estamos exentos de responsabilidad en cuanto a corregir lo que han hecho nuestros predecesores; pues, como miembros de la especie humana formamos una unidad orgánica.”
Como dice Pablo d´Ors: “Sólo cuando descubrimos que este mal lo padecemos todos (y esa es la experiencia de la comunión, que sólo da el espíritu), sólo entonces drena el corazón. Ese corazón humano, tan ensuciado por años de errores, va purificándose en la medida en que sabemos que las heridas del mundo son las nuestras”, y continua “ahora ha llegado el momento de mirarnos por dentro para que todo vaya colocándose en su sitio. Cuando el corazón está en su sitio, todo lo demás se recoloca.” “Tú ocúpate del Reino y todo lo demás se dará por añadidura.”
Es tiempo de recuperar la relación sagrada con la naturaleza. No nos está matando el virus nos está matando la indiferencia ante el mal y el no ponernos a la tarea de convertirnos en mujeres y hombres montaña, en seres humanos verdaderos, que protegen la Vida con sus vidas. Como dice Amma “todo existe en forma de ondas o vibraciones. El tipo de vibración generada por la ira es diferente a la generada por una madre mostrando afecto por su hijo, que es otra vez diferente de la generada por el amor Hay un ritmo para todo en la creación, una relación innegable entre todo el universo y toda criatura viviente dentro de él. Seamos conscientes de ello o no, todas nuestras acciones reverberan a lo largo de la creación, ya sea como un individuo o como grupo.”
Como dice Lama Kalu Rimponche: “Irradia con humildad tu mensaje viviente de belleza, de espiritualidad y de paz, en un mundo atormentado, materializado, desorientado. El necesita de tu eficaz contribución. Ofrécesela. Ofrécele tu mente positiva, tu cuerpo puro, tu aura armoniosa, tu contentamiento irradiante, tu fe sin límites en la bondad de la vida y en las leyes que conducen a un alto fin, la evolución humana.” Vivamos y muramos plantando árboles, plantando conciencia en nuestros corazones. Cultivemos a diario esas virtudes que ennoblecen el alma, la templanza, la generosidad, la paciencia, la vigilancia interior, la gratitud, la caridad, la compasión ante el que está asustado y donémoslas como contraparte al miedo que se expande como un virus colosal.
Y así, la muerte, que es la asignatura pendiente de muchos nos ayudará a mirar donde no queremos, pues lo que realmente está en juego en nuestros corazones, lo que realmente nos aturde es la incertidumbre de la hora y el morir sin haber vivido, y muchos en estos tiempos no viven, sobreviven, la vida les pasa inadvertida, sujetos a un sistema de vida que enferma todo lo que toca y desperdiciar la vida aterra, aunque no lo sepamos, y ese miedo se hace más visible ahora que nuestro castillo de naipes de un control ilusorio sobre la vida y la muerte parece que se derrumba. Todo esto nos obliga a ahondar y poner los cimientos de una nueva casa, no en las arenas movedizas del mundo, sino en las del espíritu que da forma al mismo.
Quizá este virus sea una oportunidad para recuperar la sabiduría de un Buda que meditaba en la muerte y en su inevitabilidad y que señalaba como cada día está más cerca y la importancia de practicar la meditación, como un peregrinaje hacia el centro que unifica el mundo en su danza de opuestos, de vida o muerte, para dejar de sufrir por la inexorable gramática de la existencia. O recordar con los hermanos sufíes que la hora está decretada por el cielo y asumir nuestra finitud y no enmascararla en un falso control que no poseemos y vivir agradecidos de un don que se nos escapa.
Las virtudes que todas las sabidurías nos instan a cultivar nos valen para cualquier dirección que nos esté destinado recorrer.
Y la muerte, si es el caso que nos llegue, y nos llegará, sin duda, con un virus o con una maceta de un quinto piso que se precipita por las leyes incógnitas del karma, nos encontrará agradecidos de la vida que hemos vivido en medio del amor y de la sabiduría, las dos alas de una vida real y realizada. Incluso si nos encuentra en el más oscuro laberinto en la que una situación como esta puede precipitarnos, siempre podemos cambiar de muda, siempre, a cada instante, podemos cambiar del miedo al amor, que es lo que nos hace propiamente humanos.
Quizá la única medicina para este virus y para el virus del miedo y la ignorancia sea despertar, al fin, a nuestra divinidad escondida en el reino oculto del corazón, que la noche, a veces, precipita.
Beatriz Calvo Villoria. Directora de Ariadna TV.
3 Comments
Un extraordinario escrito… me ha aportado mucha luz, mucha esperanza y mucha fuerza. Muchas gracias! Y, más allá de este artículo, muchas gracias por tu aportación a la Luz! Un cariñoso abrazo!
Muchísimas gracias Antoni por tus palabras, me alegro profundo de que te haya servido. Fue un texto que salió casi solo, es lo bueno de ser una pastora de palabras, todas ya están ahí en el corazón. Un abrazo grande y amable