Encontré una perla de sabiduría en ese misterioso mundo de las redes, donde lo peor y lo mejor, esa danza eterna de opuestos se dan cita, allí y en todo lugar donde se extiende el espacio en una línea de tiempo. Ciscus Pares, un contertulio de esas extrañas ágoras virtuales dejó prendida como una gota de rocío sobre una rosa, el siguiente recuerdo de la enseñanza que no muere; «El Chakravarty, aquel que reina en el mundo, es aquel que ejerce la función de motor inmóvil, el «hijo del cielo y la tierra». Y para refrendar lo dicho traía a colación una extensa cita de Rene Guenon, ese autor desconocido para muchos que dijo que la civilización moderna era una anomalía cósmica:
«El “hombre verdadero”, pues, es aquel que ha llegado efectivamente al término de los “pequeños misterios”, es decir, a la perfección misma del estado humano; de este modo, en lo sucesivo está definitivamente establecido en el “Invariable Medio” (Chung-yung) y, consecuentemente, escapa a las vicisitudes de la “rueda cósmica”, ya que el centro no participa en el movimiento de la rueda, sino que es el punto fijo e inmutable alrededor del cual se efectúa dicho movimiento . Así, sin haber alcanzado todavía el supremo grado que es el objeto final de la iniciación y el término de los “grandes misterios”, el “hombre verdadero”, habiendo pasado de la circunferencia al centro, del “exterior” al “interior”, desempeña realmente, respecto de este su mundo, la función del “motor inmóvil”, cuya “acción de presencia” imita en su ámbito la actividad “no-actuante” del Cielo».
Después de leer esta perla, que la filosofía perenne deja para los náufragos de las grandes religiones cuando decaen en el olvido de sus propios tesoros interiores, me pregunté una vez más ¿por qué no caminamos hacia ese motor inmóvil para gozar de nuestro paraíso, para detenernos en medio del ojo del huracán contemporáneo, y caer en alabanza ante el Misterio y para no sucumbir a la velocidad de una rueda que gira cada vez a más altas velocidades? ¿Por qué no nos encendemos de pasión para recuperar esa intención profunda y recta del «Gyatei, gyatei, para gyatei….», ese «Vamos, vamos, todos juntos, más allá del más allá, a la orilla del satori.» que decía el Budha en el maravilloso Sutra del Corazón, que cose con puntadas de oro la sabiduría del Despierto? ¿Por qué no nos dedicamos de una vez por todas, ahora que parece todo se derrumba de una manera más visible para muchos que dormían en la cubierta del Titanic, a la deificación de nuestra alma, que es lo único realmente necesario en esta vida?
Y me lo digo a mi misma, pues una habla de lo que hay en su corazón anhelando ser vivido, reconociendo que en estos días el polo exterior con sus circunstancias históricas me atrae inexorablemente hacia afuera, perdiendo ese centro y surgiendo, en la periferia de vertiginosos fenómenos mediáticos, una combatividad con los poderosos que no usan el poder para el Bien. Nací dos días después de la primavera, en el signo de Aries y eso imprime carácter, pero más allá de las estrellas que determinan tantas cosas, incluso las mareas del alma, una ha de buscar ese polo interior que trasciende incluso las improntas estelares, porque es el eje que une los mundos, y que permite la acción correcta en el mundo de las contingencias, gracias a la santa ecuanimidad que destila su irradiación rectora.
Por eso, en este confinamiento histórico, he vuelto a hacer un retiro que me devuelva al centro, me aproxime a su atracción divina, regresar de la periferia de la realidad virtual que es la que la historia parece nos quiere conceder como único viático de conocimiento. El retiro lo condujo Juan Manzanera, un maestro que va alternando meditaciones para fortalecer las dos alas que dan vuelo al espíritu humano, la sabiduría y la compasión, y al finalizar, después de cuatro horas de meditación nos invitó a entregar toda la energía que se había acumulado en el cuerpo y en el alma a esos poderosos, a esos que estos días combato con mi pluma, a esos que teniéndolo todo no tienen nada y que en su ignorancia y ansias de poseer lo que no se posee extienden el mal pensar, el mal hacer y el mal decir por todo el orbe de la tierra, con consecuencias desastrosas para todos los seres sintientes y exacerbando los infiernos que parece que se derraman llenos de una historia de muertes violentas a lo largo y ancho de toda la historia humana en esta edad de hierro.
La parte guerrera se resistía a la entrega de ese botín de dulzura y luz que la meditación a veces procura, dárselo todo al enemigo parecía locura, pero la parte compasiva, alentada por la meditación comprendía que la estrategia más noble es la de un Budha, la de los hombres verdaderos, despiertos, que saben que la verdadera sabiduría es reconocer la budeidad en potencia en cada ser, pues lo único real que existe es ese vasto océano, que dona su agua contractada a cada ola.
Y que saben que llevarnos a nosotros mismos hacia la iluminación es atrevernos a encarnar, a ciegas, por un acto de fe en la palabra del Cielo, la sabiduría de que todo somos uno y ensayar en cada meditación, que nos lleva a tientas hacia la certeza de esas verdades, la renuncia a todo Paraíso o Nirvana, dándolo todo, pues nada nos pertenece. Dando la poca o mucha luz y amor que hayamos cultivado, para que hasta la última brizna de hierba entre con nosotros en ese paraíso no dual, donde los opuestos se extinguen, donde todo es abrazado por Eso que sabe, por Eso que es como el substrato de todo lo que existe, la Luz de la luz.
Al meditar en esta propuesta me daba cuenta que llevar a los poderosos hacia la iluminación y asumir sus sombras era dinamitar mi egoísmo, parapetado en el miedo y en mi identidad de separación, en mi frontera ficticia de seguridad de que entre yo y el mundo hay una distancia que me protege del horror, y asumir, que su fealdad insoportable, también está en potencia en mi alma, pues el alma no tiene fronteras es una misma vida que se contiene en vasijas de paredes de arcilla, porosas que comunican lo de dentro con lo de afuera, en un susurro apenas audible, que habla de una continuidad en la creación y que redimir, por tanto, su ceguera, su dolor por satisfacerse arruinando la vida de quien les frene, mediante el amor compasivo, me redime al mismo tiempo, nos redime, a este cuerpo místico, lleno de cruces y de ignominia. Darles lo mejor de mi para dinamitar cualquier mio, para que los frutos de la meditación, la peregrinación hacia el centro, sea también perfume de amor sobre sus sombríos hombros de demonios, tal como el sol hace cada día que alumbra a buenos y malos, sin distinción.
Convertirse, metanoia, girarse hacia la luz en la tiniebla, comprensión de la danza del cosmos en una mente que no cesa de burbujear memoria, periferia, multiplicidad y que si logra, en un movimiento de liberación, identificarse con ese centro inmóvil se convierte en una bendición para el mundo, como el sol.
Seamos parte de la solución y no sumemos más dolor y conflicto. Pero si finalmente la historia nos lleva a convertirnos en ese sol de justicia que mata en los desiertos de la tierra, si tenemos que cortarle la cabeza a la serpiente, en este juego de dualidades donde el sol da la vida, pero también la muerte, donde los malos no solo son nuestros demonios interiores que nos subyugan con cantos de sirena, nos tientan en los desiertos de la dualidad efímera e impermanente, sino que también son, en su expresión en la historia, violadores de la infancia, asesinos de nuestras madres, patíbulo de nuestros ancianos, es decir auténticos demonios encarnados, entonces, que lo podamos hacer con la pureza de una virgen, vacíos, como una ejecución precisa de la justicia que nos posee, con esa característica de protección que tiene el Eterno femenino, que es una realidad trascendente que toda las tradiciones han representado, y que en la nuestra se expresa en esa imagen poderosa de la Virgen María pisando a la serpiente.
Recordemos la enseñanza que nos dan los sabios sobre que “…la Shakti, ese aspecto femenino y maternal de la Divinidad, es dulzura, ternura, bondad, alegría; y socorre, atrae, ofrece gracias, pero, por otro lado, puede aparecer en un aspecto terrible. En efecto, la posibilidad universal implica, como hemos dicho, además de la belleza, riqueza, plenitud, etc., la negación del Ser y la posibilidad del mal, de ahí la reacción divina que se manifiesta a través del Rigor y lo que las Escrituras denominan la «Cólera» divina: es la Shakti terrible. Estos dos aspectos, en la India, son los de Kali, «la Negra», que a veces es Bhavani y Ellamma, la «benévola», y otras veces es Kalama, «la Terrible», y Durga, «la Inaccesible». Cierto es que en la Virgen María el contraste dista mucho de ser tan marcado; pero, sin embargo, existe, aunque demasiado a menudo se olvide. Si bien está llena de amor y de misericordia para los «hombres de buena voluntad», si bien es el «refugio de los pecadores» para ayudarlos a arrepentirse, también es terrible para todos los enemigos de Dios, hombres y demonios.”
Seamos, entonces, fieras como la Madre, que pisa o somete o maneja la polaridad de la serpiente, que es por un lado símbolo de la sabiduría, pero también del engaño, de la maya cósmica, de la ilusión de que no somos eternos y que morimos cuando morimos, y nos llena la vida de miedo o de la ilusión de que cuando luchamos con una casta de reyes corruptos que contaminan la tierra, como le pasó a Arjuna en la batalla de Kurusetra estamos matando a alguien, y nos paralizamos, entonces, entrando en una compasión idiota, sentimentalmente desconectada de la realidad que olvida la enseñanza que se le da en la Bagavad Guita de que “Si crees que ese Ser puede matar/ o crees que este ser puede ser matado/ no entiendes bien/ los caminos sutiles de la realidad.”
La ilusión nos ciega, no nos permite reconocer que somos simples títeres en manos del único actor que actúa en este drama cósmico, llamado por algunos como Su juego Divino, que evidentemente solo Él entiende, y en el que va combinando la naturaleza tamásica, descendente de los asuras, los demonios, con la naturaleza sáttvica, ascendente de los devas, los ángeles. Ángeles y demonios creando y destruyendo partidas infinitas sobre un tablero de juego, el espejo de todas las posibles manifestaciones.
La serpiente tiene, como símbolo del eje, un doble movimiento, por un lado, descendente, hacia la ilusión y por otro ascendente, hacia la sabiduría. Es la escalera de Jacob. Y la Diosa Madre, el Eterno Femenino, la Tierra húmeda, receptáculo de las fuerzas difusas es la que tiene poder sobre ella. Y la Madre se visibiliza en cada madre que vincula el más allá con el acá inmediato. Es el pontífice entre el reino de lo inmanifestado y el reino de lo manifestado, trayendo hijos al mundo, como trae la naturaleza a todas las cosas, como una matriz genésica de continua creación.
Hijos que hoy se giran hacia ella como un puente por el que cruzar, una escala por la que ascender, una potencia a la que implorar ante la ignorancia de la serpiente que se extiende susurrante y sigilosa cuando la Vida de la tierra, de la genésica materia se desconecta de su Fuente, de su Cielo y desciende a los infiernos de la muerte al perder su eterna primavera, nacida de saberse nada, vacío, virgen, útero de humus, para recibir la lluvia celestial que fecunda las semillas enterradas en su materia prima, que nos transmuta en hombres y mujeres verdaderos, en una perpetua fertilidad que regenera y resucita la oscuridad en la luz, la tierra en el cielo.
Con este artículo invoco hoy a este Eterno Femenino, a esta dulce y también terrible Madre protectora de sus vástagos. Invoco como las antiguas bandruis, las mujeres druidas, por el poder de la palabra en-cantada, que se hace sagrada, pues una se inmola en ella con toda la presencia, y la invoco en estos tiempos de tribulación a través de algunas de sus advocaciones que resuenan con la fuerza que vehicula la que conoce las corrientes de las cosa, de la luna, de las venas de la tierra.
A ti a «La que ha derrocado el imperio del tirano de los hombres», al «Terror de los enemigos semejante a un trueno», al «Rayo que derriba a los enemigos». Al «Castigo de los enemigos invisibles». Invoco al «derrocamiento de los demonios». Te imploramos, a tu arte regio que gobierna el mundo, humildes como el humus que somos, que canalices esa energía desbocada que arruina nuestras cosechas, que profana tu divino manto, que arruina a nuestros jóvenes en la desesperación y la locura, a nuestras primaveras futuras y que la sometas a tu orden, que corra su caótica corriente hacia la luz y no hacia las sombras de la destrucción de toda la Tierra Media.
Socórrenos en este afuera y en este adentro donde los demonios campan proclamando sus mentiras de que no tenemos esperanza y alquimiza tanta negrura en una espiga de oro renovada que nos de el pan nuestro de cada día.
Beatriz Calvo Villoria. Directora de Ariadna Tv