Tribulación y Oración
18 julio, 2023David y Goliat
20 agosto, 2023Cada vez son menos los medios de comunicación generalistas y/o convencionales, que se hacen eco de iniciativas que dan soluciones a los problemas planteados una y otra vez, hasta la saciedad. Iniciativas positivas que hablan de que es posible una economía virtuosa, que hay otra sanidad posible, en la que la prevención es lo primero; que muestra que la tierra tiene defensores, que la aman por su belleza y su importancia crucial para nuestra salud física y anímica, que hay muchas iniciativas que defienden la agricultura ecológica como la única posible y luchan por implantarse, que hay caridad y claridad en el corazón del hombre contemporáneo, que no todo es desdicha y disolución de valores.
Pero los medios de comunicación de masas celebran la tragedia, miran una y otra vez el infierno, hasta que el mismo infierno es el que les mira y ayudan a extender ese abismo de la evidente crisis de civilización que vivimos. No es baladí su impacto si atendemos a una de las teorías más revolucionaria en el mundo de la biología, la desarrollada por Rupert Sheldreake: la resonancia mórfica que podría explicar científicamente lo que las ciencias tradicionales han sostenido siempre, la interdependencia de todos los fenómenos en un campo de conciencia que mantiene unido lo aparentemente separado y que permitiría el trasvase de conocimiento sin necesidad de cercanía física, pues todo estaría unido, interconectado, como los registros akáshicos de la filosofía védica.
Sheldrake sostiene la posibilidad de que la información conforme la evolución de una especie a través de unos campos colectivos de información: de ideas, pensamientos y acciones que se convierten en hábitos que van conformando a una especie y la hacen adaptarse mejor al medio en el que conviven. Y que esos campos morfogenéticos son invisibles, como la gravedad pero que pueden ser observados por sus efectos, pues según el Dr. ejercen influencia sobre sistemas que presentan algún tipo de organización inherente dando forma a los átomos, las moléculas, los cristales, las células, los tejidos, los organismos, las sociedades, los ecosistemas, el sistema planetario, el sistema solar, la galaxia, etc.
A nivel personal, seguramente todos hemos experimentado muchas veces la conexión que tenemos con los pensamientos de los demás, sabiendo lo que van a decir, sabiendo que alguien está pensando en nosotros a mil kilómetros de distancia, sentir su presencia. Según Sheldrake toda la información que genera nuestra especie nos influye sin entrar en contacto directamente con nosotros.
Cuando su libro fue publicado, lo científicos Torquemadas, nacido de la inquisición del cientifismo quisieron quemarle el libro por hereje, de hecho, cuando yo coordinaba la revista AgendaViva y decidimos entrevistarle, científicos del CSIC arremetieron contra la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, a través de un artículo del País por atreverse a entrevistar a tamaño hereje pseudocientífico, el cual con un currículum apabullante y quizá con una mente que trasciende el nivel de sus coetáneos biólogos y científicos nos dejó deslumbrados a todos en la redacción con sus hipótesis, por el hecho de atreverse a hacerlo desde el campo de una ciencia predominantemente materialista y por lo tanto terriblemente reduccionista. “No existe ninguna razón científica para negar la conciencia en la totalidad de la naturaleza”. O “Existe una mente humana colectiva, un campo de los seres humanos. Posiblemente formamos parte de una conciencia humana más amplia. También podemos hablar de la conciencia de Gaia, de los planetas, la conciencia del sistema solar, de las galaxias, del universo, e incluso de Dios. Hay muchas formas de conciencia superiores a la nuestra, y quizás en las experiencias místicas contactamos con uno o varios de esos niveles.”
¿Imaginaciones de un científico brillante? La ciencia ha intentado denostarle despectivamente, pero no olvidemos, mientras la ciencia se afana en rechazar su teoría, que la imaginación en su acepción tradicional de “imaginación creadora” ha sido siempre, como también para los poetas “una forma de conocimiento” y como decía un maestro de esa imaginación, Tolkien, “tras la imaginación se esconden fuerzas reales que escapan a la voluntad de los hombres”.
Quizá el valor de Sheldrake de ir más allá del actual paradigma científico investigando temas que ponen los pelos de punta a científicos como Dawkins, como la telepatía, está impelido por esas fuerzas reales que quieren ser conocidas; ese tesoro escondido que el sufismo expresa como imagen del creador del universo que quiere manifestar toda su potencia iluminada y que nos van abriendo caminos para que despertemos, o sería mejor decir para que recordemos que venimos de un todo unificado que siendo siempre él mismo se perpetua en el universo creado, y que somos ese núcleo interior y esa expansión exterior, no podemos dejar de conocer como palpita una estrella, o como explota una supernova, o como sufre un animal cuando lo sacrificamos.
Aceptar estas teorías quizá permitiría a esta extraña civilización basada en el materialismo feroz y el mecanicismo dejar por fin atrás ese oscuro siglo de luces artificiales que han apagado las luces reales de la conciencia y han condenado a la realidad a desligarse de su misterio insondable, convirtiéndola en una horizontal historia de recursos y de intereses económicos cruzados.
Aunque el mundo de la biología se haya cerrado a estas teorías por intereses espurios de la industria biotecnológica, que le interesa el paradigma antiguo mecanicista para hacer negocio, Sheldrake sostiene que no es el caso de la física moderna, que explica que en toda la naturaleza están presentes esos campos invisibles alrededor de los cuales se organizan todas las cosas, incluida la materia. “Todo el universo está lleno del campo gravitatorio. Cualquier sala en la que nos encontremos está llena de ondas de radio, televisión y telefonía móvil. El mundo está lleno de campos e información invisibles. Por tanto, mi idea de que los campos y la información invisibles intervienen en el mundo no difiere totalmente de lo que afirma la ciencia moderna.”
Sus teorías defienden una y otra vez esa necesidad de vanguardia, que sería más bien esa necesidad de recuerdo de los que somos, con una capacidad de ser y estar en todo lugar y tiempo de este cosmos, pues somos cosmos. El espacio que nos circunda, o en el que somos, existimos y nos movemos es una biblioteca hecha de pasado, presente y futuro que trasmite constantemente la información para quien tenga oídos para oír, ojos para ver.
“Lo que haces, lo que dices y lo que piensas puede influir a otra persona por resonancia mórfica. Así que somos más responsables de nuestras acciones, palabras y pensamientos bajo este principio que lo seríamos de otra forma.” Nuestros pensamientos, acciones y obras construyen un campo que permea, esculpe el planeta, contaminándolo o depurándolo.
Quizá esta teoría, y aquí vuelvo al inicio de nuestra entrada, sirva para incentivar este tipo de periodismo al que pertenece Ecología del alma, lanzar mensajes, responsables de crear atmósferas de esperanza. Generar un tipo de periodismo que conforma la conciencia y que ayude a través de contar soluciones en vez de problemas. Hilos de Ariadna en vez de laberintos, para que poco a poco, gota a gota, cada vez más parte de la población oiga hablar de ideas virtuosas que inunden el campo morfogenético de la comunidad humana de posibilidades.
Inundar la atmósfera mental que compartimos de creatividad, de colaboración, de ayuda mutua sin esperar nada a cambio; y por resonancia mórfica,toda la especie humana, incluso los que quieren seguir estando atados a mátrix, dormidos en sus sueños que crean pesadillas en otros lados del mundo, empiecen a soñar sin quererlo con palabras y actos virtuosos.
De cada uno de nosotros depende lo que volcamos a ese espacio que en cada instante es la suma de toda la humanidad vivida pasada y presente, qué digo, de la suma de todas las galaxias, universos visibles e invisibles, de toda la conciencia que vertebra el cosmos, que el efecto de la resonancia mórfica favorezca tanto o más al consumismo extremo que intenta llenar un vacío interior que no se puede saciar con cosas o favorezca las actitudes más responsables que comprenden que las palabras no mueren cuando son dichas sino que es ahí cuando empiezan a vivir, y lo mismo de nuestros actos y de nuestros pensamientos edificando un campo de conciencia que todos compartimos.
Nosotros desde nuestro humilde emisor luchamos por que resuenen la buenas nuevas, las salidas del laberinto. Bellas palabras, bellos pensamientos, bellas acciones. ¿Te sumas?
Beatriz Calvo Villoria