
La IA está desnuda
14 diciembre, 2024
Meditar o no meditar. Más allá del Mindfulness
8 enero, 2025Cientos sino miles de eones de información existencial, como un bravo mar enardecido, golpean inmisericordes las pobres estructuras de esta barca de huesos y carne que se nos concedió para navegar esta vida que se acorta ya por uno de sus lados.
Lejos queda el principio del nacimiento y más visible ahora el de la muerte, muertos ya tantos amigos que nos precedieron en el viaje, muerto el padre, la madre en la antesala, su ausencia deja libre la mirada para atisbar a la hermana muerte acercándose indefectiblemente, tras cada experiencia que pasa, su rostro asoma, recordando que quizá esta sí es la última, o esta, o esta otra. Ya está, dirá la muerte, como decía mi querido Vicente que ya partió, cuando le preguntó ¿ya está?
Se suceden todas ellas como un río de sensaciones y acaso algún buen pez de comprensiones. Turbulentas y rápidas son las aguas de este río, cuyas miríadas de gotas-experiencias se convierten, como las imágenes del sueño de la anterior noche, en algo ya indeterminado, algo ya no visto, inaprensible.
Cada cosa vivida se desvanece en una especie de imagen fantasmagórica, aunque, a veces, se resiste a desaparecer y se esconde en el castillo del cuerpo, recorriendo con sus cadenas de dolores, las distintas estancias corporales, para permanecer por un tiempo más, por si alguien escucha su lamento y lo libera de lo que no tubo sentido, le dota de la conclusión del duelo no realizado por la única agua lustral que libera del sufrimiento, la sabiduría.
Así, en medio de las turbulentas aguas del río de la vida, conviven los fantasmas del pasado, reclamando su cuota de atención en los dolores, con los apercibimientos del presente -algunos asombrosos, otros anodinos, sumidos en la pereza del dormido-, con los horizontes futuros que, aunque lejanos, no dejan de aproximarse en un tren tumultuoso de nuevas experiencias, pareciera que pactadas por los sesgos heredados, las vasanas.
Como olas gigantes, por su potencia, algunas de proporciones de diluvio, van condicionando los movimientos de la nave, que se mueve, a veces, con violencia, a diestra o a siniestra. Solo el timón del discernimiento, si se mantiene bien engrasado por la práctica diaria del ajá de los que aman la verdad es capaz de que no naufrague en medio de las tormentas de la vejez, la enfermedad y la muerte.
Cientos sino miles de sentencias del espíritu que han emergido en esta época de síntesis, donde todas las verdades espirituales se han presentado a la razón, abordan también la frágil barca de la mente, buscando su alimento en la atención:
«Adquiere la paz interior y miles de personas alrededor tuyo encontrarán la salvación». El mapa de estas palabras, como una mediación creadora, hace que la nave se enderece y el recuerdo del perfume de los santos sopla sobre el velamen dirigiéndole hacia la estrella polar del amor. El único astrolabio enciende la comprensión de lo que está en juego. Sobre las brumas de la memoria San Serafín de Sarov sigue enseñando a las almas.
“El santo es la oquedad por donde sopla el espíritu”, de la nada la sentencia orada un hueco en el alma creada por el espíritu de Dios y algo se vacía para poder ser llenado. La palabra da forma a lo informe y actúa sobre el alma. “El nombre es la madre de los diez mil seres” y Fritjof Schuon aparece en la meditación matutina.
«El yo es el lugar en que las cosas se hacen manifiestas y son reflexionadas», ese vasto territorio indefinido se esculpe con sus palabras, en la biografía de quien se abre a sus infinitas reverberaciones. Recuerdo sucesivas enseñanzas que vienen a empujar la nave “Vak, la palabra sagrada en manos del absoluto crea el mundo”. “Las palabras hablan y obran”.
Con cada embate de estas deidades hechas palabras se construye un mundo de sentido y por instantes la fuerza de su encantamiento nos proyecta hacia esa verdad lejana que pronuncia sus nombres ante el entendimiento y, como llaves maestras, por un instante, en el que algo más profundo que la razón prende en llamas de alumbramiento, se abre como estrella fugaz otro misterio más de este calidoscopio incognoscible. Lo Absoluto indiferenciado, lo Oculto deviene cosmos y nos asombra.
El alma por un instante se asoma a una de las estancias del palacio del Rey, del Señor de los Mundos, El de los cien Nombres y se atisban algunos de sus tesoros, entre los velos de la intimidad de sus secretos, pero la falta de vigor espiritual nos expulsa de la posibilidad de entrar a la estancia, que desaparece como en el sueño de los dormidos que somos.
Y llega ahora a mi barca zarandeada de verdades la de que el dedo solo puede señalar a la luna, que la distancia es sideral, es de planos de existencia, que no me encuentro siquiera a los pies de la Realeza, y aunque anhelo postrarme a sus pies, mi cuerpo de carne se rebela, desatiende el gesto en el rito y cuando se postra no está presente sino terriblemente ausente en miríadas de pensamientos que se agolpan pidiendo su dosis de energía, la atención que da como fruto la presencia, rompiendo el encantamiento de la concentración, única capaz de habitar la senda hacia la absorción meditativa, la comunión, donde al fin todas esas palabras, esas deidades unificada en un canto u otro hacen silencio ante la presencia del Rey de reyes y callan y el Verbo se hace realmente Dios.
Ese mar de mosaicos de enseñanzas, de cartografías que tratan de contener la vastedad de un Océano Innombrable es un umbral que impide a mi barca arribar de vuelta a casa. Como un arrecife de coral, la isla de mi solaz descanso, reposo de mi alma, parece impenetrable en su defensa de lo que no puede entrar, y sigue vivo en mí, sigo sujeta a esta navegación embravecida de una síntesis que no acaba de encajar todas las piezas, que el fin de un tiempo ha traído a nuestras embarcaciones, y que pudiera, si la Gracia quisiera, abrir la bahía por la que entrar y retornar.
Navego en el nudo inextricable que conforman lo Divino, el lenguaje, el cosmos y el hombre.
Beatriz Calvo Villoria
Si quieres apoyar mi labor de comunicación