La oración, órgano de conocimiento. Agente de Causalidad
16 abril, 2020Morir y transitar confinado en la soledad
5 mayo, 2020Dicen que el amor permite comprender que el malvado no es más que el ignorante que ha dejado a mediassu proceso de conocimiento de quién realmente es. Se desconoce en ese “fondo de realidad” que somos todos y que los sabios describen está preñado de bondad, belleza y verdad infinitas. Pero si hacemos una traslación de lo que se refleja en el plano de las leyes humanas de que «la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento», pues se presupone que todos la conocemos o debemos conocerla, en el caso de la “Ley de lo que somos”, al estar inscrita en el corazón de cada ser humano con letras indelebles, gracias a la tinta del espíritu, tampoco se puede alegar ignorancia sino, quizá, olvido, desidia para el recuerdo, tibieza; impiedad ante el milagro que amanece cada mañana frente al velo de los ojos. Pereza para acometer la tarea de lo único realmente necesario, eso que si no queda realizado, la vida no ha tenido ningún sentido, en palabras de Rumi “hay una cosa en este mundo que no se puede olvidare jamás. Si olvidaras todo lo otro, pero no olvidaras esto, no existiría motivo para preocuparse (…); mientras que si olvidaras esto, entonces no habrías hecho nada en absoluto”.
Tener intensa compasión ante la negrura de un alma que se quema en su propio infierno de egoicidad no exime de realizar el justo discernimiento entre el mal que expande y el bien que podría hacer si se corrigiera. Es por tanto necesario señalar dónde está el fuego para no ser cómplice de que se queme el bosque. Aunque uno no pierda de vista, en ese señalamiento correctivo, lo que dicen los sabios de que el mal en un prójimo, que hace arder una relación o en el caso más extremo devastar la tierra entera por la irrefrenable codicia de su ansia puede ser detectado también, cuando uno es honesto consigo mismo, como una posibilidad a desarrollar si se tuvieran acaso las mismas causas y condiciones que llevaron a un ser a convertirse en un canalla tal, que pensase que la solución a su avaricia es que desaparezcan todos los ancianos de la tierra. Todo esto nos hace ser muy cautelosos a la hora de tirar la primera piedra, pues libre, libres, muy pocos en el mundo han sido.
Pero mi pluma hoy tiene levantada una piedra, pues todo juicio es una piedra, y lo voy a hacer buscando discernir desde mis limitadas luces, ya que siempre describirán la parte del elefante que me ha tocado palpar, y con las habilidades que haya podido adquirir a lo largo de los años.
No suelo hablar de política, porque hace tiempo que tiré esa toalla, totalmente decepcionada de la baja calidad intelectual y moral de la clase política de nuestro país y de muchos otros países y continentes varios sin, por supuesto, caer en generalidades, ya que como en todos los oficios, buenas personas andan mezcladas con las malas, con las que ignoran que el cuidado de lo público es un deber realizarlo con la conciencia limpia de intereses partidistas.
Y voy a hacer mi juicio sin perder nunca la dimensión vertical, la metahistoria de esta historia que nos ha tocado vivir en la dimensión horizontal -la del tiempo y el espacio-, en la que se ha desenvuelto una pandemia y una serie de medidas, como la del confinamiento, que tiene suspendidas todas las libertades, tal como las conocíamos hasta ahora (sin abolirse nunca, gracias a Dios, la libertad por excelencia, que puede acontecer en el confinamiento más oscuro de una sucia celda, como le ha sucedido a grandes místicos como nuestro querido Juan de Yepes). Pues no hay visión o juicio de la realidad posible sino se cuenta con Lo Real en mayúsculas.
Esta cruz –la verticalidad y la horizontalidad, la trama y la urdimbre de este tejido cósmico-, que une el cielo con la tierra en el corazón alquímico de todo ser humano nos hace conducirnos ante cualquier fenómeno histórico en dos planos. En el vertical: total rendición a la realidad que se pronuncia. La mal entendida resignación, como la resignificación de que todo lo que acontece obedece a leyes precisas de causa y consecuencia de las que se pueden aprender las leyes de lo eterno en lo finito.
La economía de lo divino es inescrutable, pues contiene todos los tiempos, todas las causas y todas las condiciones al mismo tiempo, en una interdependencia que produce en cada uno, según miríadas de tangibles e intangibles.
En el plano horizontal, en esta maya cósmica: uno tiene derecho, una vez aceptada la coyuntura que le acontece, lo Real no se discute, a enfrentarse a las injusticias con los medios que estén a su alcance, como hizo el propio Gandhi y tantos otros que cumplen el arquetipo de Arjuna en la universal batalla de Kurutsetra. Y lo hace con sus habilidades, guiadas por la sabiduría y el amor que haya cultivado, sin perder de vista la dimensión vertical, de que todo es consecuencia de causas, algunas visibles y otras invisibles que desconocemos, pero combatiendo la tentación del fatalismo determinista de que “esto es lo que quiere Dios para mí”, quedándose en un fatal nihilismo, como observador de la tortura de un hermano o de la fumigación de un pueblo con sustancias que matan la vida para combatir un virus.
En estos días aciagos el gobierno ha decidido vigilar y controlar las críticas, en una censura sin precedentes, o parecidas a terribles acontecimientos totalitarios de la historia reciente, que se están haciendo a su gestión, que según varios organismos internacionales ha sido de las peores a nivel mundial. No quisiera estar en su conciencia, por muy callada que la puedan tener por la pasión que produce la erótica del poder. Sé que les ha costado mucho llegar a donde han llegado. Pactos y más pactos entre fuerzas antagonistas, hemos estado meses y meses sin formar gobierno, con una irresponsabilidad manifiesta, haciendo malabarismos de todo tipo y cuando por fin consiguen su ansiado anillo de poder, con una amalgama de extraños metales e intereses les viene encima una circunstancia histórica que pone a prueba a los más templados estadistas.
Y yo lo que siento es que les ha venido grande, muy grande y que han cometido muchos errores, a veces orquestados desde intereses ajenos a la nación que gobiernan, y que más que un Estado de alarma ha sido un Estado de Excepción, con la ilegalidad que ello comporta, pero es como si las libertades civiles fueran daños colaterales justificados por una guerra contra un virus que se viste de cifras y de estadísticas, en las que las visiones complementarias a esas cifras han sido violentamente acalladas, con cierres de canales, robando al necesario debate público y científico el contraste, que permite acercarse a la realidad compleja.
Y en esa complejidad que no se ha querido encarar está el verdadero enemigo invisible que no se quiere visibilizar, el “padre” de todos los últimos virus, desde la gripe A y que se precipitan a grandes velocidades sobre la sociedad moderna. El virus, el exosoma de un mundo toxificado hasta el extremo que navega a la deriva al haber extraído la piedra angular que sostiene el edificio de la vida en la historia: el Espíritu, único aliento que vivifica las cosas y las dota de sentido, las religa con el asombro de un Centro alrededor del que giran todos los fenómenos en un canto de alabanza que ya nadie escucha, obedece.
La dimensión espiritual, profunda y elevada al mismo tiempo, que da la visión correcta de las cosas, que permite la trascendencia del egotismo, que no depende de dogmas ni doctrinas está ausente en toda nuestra cultura y, por supuesto, en la estructura política que nos gobierna y en el mismo Estado de Leviatán que dirige nuestras vidas, y que por su propia inercia necesita más y más poder, un eros enloquecido que necesita de más y más control para satisfacer sus deseos de dominación.
Y eso es lo que parece que se juega detrás de la guerra al virus, entrelíneas se juega a adquirir el control total de la población, por la propia dinámica del egregor que hemos ayudado a construir entre todos, al poner como centro de nuestras vida la producción y el consumo, la materia desacralizada como recurso de nuestros deseos hedónicos e infinitos. Nuestra ansía de ser pervertida en el tener.
Nuestro modo de vida, que mata a la humanidad que somos, en una cada vez más anestesiante confortabilidad a costa de la muerte de millones de seres en las sociedades menos favorecida, da de comer -por la seguridad que necesitan los mercados para crecer indefinidamente y satisfacer nuestros caprichos- a un ente estatal, que dirige cómo nacemos, con la medicalización del parto. A quién pertenecemos desde que se nos registra con un DNI, perdiendo nuestra soberanía. ¿Cómo nos educamos? Con la obligatoriedad de la escuela que adocena y aliena, recordándonos que los hijos no nos pertenecen. ¿Cómo morimos y cuándo? Con leyes como la eutanasia que encubren una filosofía eugenésica que se extiende como una pandemia de leyes inhumanas y que ahora, en esta vuelta de tuerca, pertrecha violar el último reducto de nuestra mente imponiendo por ley cómo debemos de pensar, violando el territorio más íntimo de nuestra mente.
Un cuerpo estatal obeso de administraciones ineficaces crece y crece, siendo a la vez el cuerpo de otros entres transestatales. Células cancerígenas comiendo a otras células cancerígenas. Estamos en una merienda de entes venenosos, altamente tóxicos para la vida.
El férreo control de este estado no ha evitado los muertos, pues la muerte forma parte de la vida. Muertos que, por cierto, no son números sino la madre de alguien, el padre de otro, la abuela de una. Seres amados a los que no se ha podido acompañar. (Mi querida tía Felisa murió sola, sin una mano que la apoyase en su tránsito, sin un funeral con flores). Se masca la tragedia en el aire que esta medida de no poder acompañarles para “preservarles la vida” ha generado. El argumento ha sido desde el principio «no podemos colapsar el sistema sanitario», cuando la realidad es que ha colapsado mucho antes, porque se ha ido desmantelando a manos de los sucesivos gobiernos de todos los colores sin escrúpulos ni conciencia.
Se han ido reduciendo las camas de las UCIS, prescindiendo de sanitarios, a los que se les ha ido rebajando los sueldos, a los que se les ha aumentado el número de pacientes. Este desvalijamiento de recursos sumado a una cuestión de fondo de un sistema de salud basado en la enfermedad y no en la prevención, en el mantenimiento de la salud ha impedido maniobrar sometiendo a los facultativos a la extenuación y a un control de los protocolos que ha violentado los juramentos hechos a Hipócrates y que, quizá, algún día, en que vuelva la Justicias secuestrada, la historia quizá juzgue en un nuevo Tribunal de Nuremberg. Y ha sometido a nuestros ancianos a una tensión y, según informes a un nivel de crueldad que está seguramente detrás de muchas muertes, por saberse los prescindibles, encerrados en las cárceles obligadas de las residencias, pues nadie quiere, puede y sabe conciliar la vida vertiginosa con el cuidado del tempo lento y demandante de nuestros abuelos. Con esta decisión política y les que le han seguido, les hemos asestado el letal virus del abandono, el miedo y para muchos seguramente la muerte.
No podemos ni imaginar lo que para un alma puede suponer marcharse de la vida en esas condiciones. Y ese sufrimiento se suma ahora al sufrimiento de esos billones de muertos que llevamos a la mochila de nuestra historia, que a lo largo de las eras han muerto bajo el yugo de la violencia, de la maldad en todas sus formas.
Desconocemos las consecuencias sutiles de vivir rodeados de sufrimiento en esos planos intermedios que reciben al que desencarna y como hemos perdido el contacto con las ciencias tradicionales que gestionaban esos mundos, purgando, purificando, ritualizado, sanando almas en pena, la carga de dolor acumulado no puede más que estar presionando para que esto explote en una catarsis cósmica, en la que los que creemos en la dimensión personal de la divinidad, habrá una limpieza y una redención del dolor absolutamente necesaria para poder empezar de nuevo.
Eso al menos es lo que deseo: diluvio, fuego purificador para todos y cada uno, salvo para los Noes que cuidan la bendita complementariedad de las parejas de virtudes activas y pasivas y son ejemplo del camino para todos. Ante lo que simboliza el diluvio en el microscosmos de cada uno, la diferencia sustancial será padecerlo en la absoluta ignorancia de la Ley del equilibrio que preserva la vida y obviando los excesos en los que en pensamiento, palabra y acto cada uno caemos u ofrecerse con la humildad del que sabe que esta medio cocido en el crisol de esas altas temperaturas que producen la honestidad con uno mismo; el fuego que produce el examen de conciencia cotidiano y reconocer entonces, mientras alzamos la piedra de David ante nuestro propio Goliat, dentro de nuestro propio universo, que el político que se corrompe por su interés podríamos ser nosotros. Somos nosotros en última instancia, por eso existe espiritualmente hablando, en algunas tradiciones, la responsabilidad de redimir al que traiciona los pactos, al banquero que hace de la usura su negocio, al tendero que vende gato por liebre, al funcionario que abusa de su efímero poder y maltrata al campesino que viene pidiendo ayuda, porque todo obedece a una ley de interdependencia, en las que las causas que yo aporte a la red cósmica determinan en una dirección u en otra. En las que el amor, la bondad, la compasión, la sabiduría que aporte para redimir, para transformar esas actitudes que campan a sus anchas en el interior de cada uno de nosotros, el cruel, el bellaco, el cobarde, el taimado, el astuto, son una poderosa teúrgia, una magia divina que al sanarme sano a mi hermano.
La maldad que surge de la ignorancia de gestionar la vida desde lo real y hacerlo desde lo condicionado convive con nosotros y no puede ser de otra manera. Así será mientras nuestra identidad esté contractada en un pequeño yo egoísta que necesita protegerse del otro, que le es ajeno, al punto de firmar un contrato de absoluta indiferencia con su hambre, su vejación, su violación, su abandono.
La vasija ha de ser consciente que el espacio que contiene es el mismo espacio más allá de sus paredes de barro, del mismo espacio que hay en resto de vasijas, olas todas de un mismo mar rompiendo en las orillas de la existencia.
Eso supone un tarea, iniciar un viático, un caminar consciente por un caminito ascendente hasta la cumbre de lo que somos, donde la perspectiva se abre y puede emerger la identidad con el majestuoso Yo Soy que es en todos los seres. Soy la Verdad, el Camino y la Vida. Soy Sat Chit Ananda. O la fórmula sagrada en el que «Eso» que somos se pronuncia a lo largo de la historia desde la metahistoria, que es la que dirige los ciclos y sus cuentas en una economía divina que solo conoceremos si emprendemos el camino del autoconocimiento y la Gracia así lo quiere.
Esta es la piedra que tiro hoy hacia mi propio adulterio, la adulterada identidad de mi pequeño y mezquino, taimado y tramposo yo, que sé reconocer, discernir, en mí y en mi hermano, al que corrijo repitiendo, sin más pretensión, lo que la sabiduría dice acerca de lo que es y lo que no es, pues el Bien tiende a comunicarse.
Políticos, banqueros, maestros, médicos, zapateros no olvidéis quienes sois y a quién representáis, es un celoso guardián de los talentos que a cada uno otorga al nacer. Ese olvido trae la oscuridad al mundo, y aunque el escándalo ha de venir, pobre de aquel que lo trae a la tierra, más le valdría atarse una piedra al cuello y lanzarse al mar que haber nacido para maltratar a sus hermanos.
Nadie nos librará de las consecuencias de nuestros actos nacidos de la ignorancia de la Ley que gobierna el mundo, la del Amor. El Día del Juicio arrasará con el fuego de la justicia nuestras vanas ilusiones, nuestro olvido despertará en toda su magnitud y el fuego del arrepentimiento devorará al malvado que no habrá cruzado el umbral que significa ser un ser humano, un pontífice entre el Cielo y la Tierra.
Beatriz Calvo Villoria. Directora de Ariadna Tv