
Educere
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Apocalipsis
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Rabia-Al-Adawiyya la santa sufí que vivió en oración contemplativa toda su vida decía algo así como que no hay mayor pecado que existir. Hoy al levantarme, después de un nuevo capítulo en la residencia donde voy a cuidar a mi padre, mi mirada al mundo era de extrañamiento. Esta existencia me resultaba sumamente extraña y el tema del sufrimiento me impelía a la indagación.
Recordaba entre las gustosas sabanas, la aspereza de algunos de los eventos que viví el día anterior, y este contraste entre el placer de un hogar, una cama cálida, los rayos primorosos del amanecer iluminando la pared incitándome al despertar y el olor nauseabundo de los desinfectantes para tapar el olor a orín, a miedo y desesperanza de estos aparcamientos para ancianos me llevaba a un umbral donde esta paradoja de contrarios quería explotar por lo inconcebible que era para mi raciocinio y mi corazón.
Este placer de estar viva y, aún con salud, contrastaba con el dolor de Isabel, la mujer de 91 años que siempre está sentada frente a mi padre, inválida y que se retorcía de dolor cuando un auxiliar le ponía sin amor y delicadeza las zapatillas para llevarle al aseo, y veía cómo callaba, sabia, resignada a que ese era su destino, ser vestida de cualquier manera, por un “cualquiera” con el que el vínculo de afecto no existía, sino por un contrato para cuidar, para poder susbistir en un país lejano, -él cuidador era peruano-, y para poder mandar dinero a su país y que alguien cuidase a su propia madre ante su ausencia.
El absurdo se presentaba una y otra vez a mi mirada, mientras sentada junto a mi padre observaba, con cierta impasibilidad, como mi padre va perdiendo el lenguaje a una velocidad asombrosa, lo que le sumerge en un aislamiento respecto al mundo con el que ya no se puede comunicar, y ver cómo el sueño de la vigilia se va haciendo cada vez más tenue y el sueño de la locura va tiñéndolo todo de incoherencia. Una mujer pasaba con un severo alzheimer, surgiendo de repente de una esquina de este sueño colectivo y con un surco de dolor en su gesto facial me preguntaba por dónde se iba a Madrid, ¿cuál era la dirección correcta?, yo respondía a su demanda de Orientación indicándole la salida y ella decía que tenía derecho a marcharse si en ese lugar no se le trataba bien, yo asentía con mi corazón que sí, que buscase la salida de esta pesadilla, y con mi dedo le señalaba esa dirección con suficiente amor como para que ese Madrid, y mi dedo, fueran un sabor de orientación, un signo de que alguien comprendía su tortura, en medio de ese salón, donde muchos deambulan como zombis medicados, esperando, como me decía otra mujer, que se les llevase ya la muerte porque no entendía el sentido de vivir así.
Una hija con su madre demente también recaló en el sillón rojo en el que paso las horas junto a mi padre, generalmente cantando para traer algo de dulzura y apertura a ese rincón de la residencia y con lágrimas en los ojos se repetía a si misma -qué tristeza, qué tristeza-, al presenciar el diálogo de locos entre su madre que no oía y deliraba y el mío que se sentía sentado en el despacho de su lujoso negocio de altas finanzas, inexistente hace mucho tiempo, pero que en su imaginación sin lindes existía de nuevo en ese asiento de su vejez, del que no se mueve y ordenaba el mundo, ofreciéndole a esta viejecita de mirada dulce y perdida muchos millones para compensarla.
Observaba, en este ir y venir de la vejez, que está oculto en nuestras vidas diarias porque el sistema delirante que hemos creado, en el que la familia extensa ha desparecido, imposibilita cuidar a un anciano en casa, esta extraña ley de la impermanencia que hace esta existencia sumamente dolorosa para los no iluminados, es decir el 99,9 por ciento de la humanidad.
Y al levantarme esta mañana, entre los arrumacos de mi gata, tomé conciencia del intenso sufrimiento que asola este planeta tierra. Todo está transido de dolor, por este flujo continuo de cambio. Nacemos con un cuerpo abierto y blando que se va llenando de tensiones, contracciones, somatizaciones existenciales de un dolor óntico, de una separación del Ser, del Principio del que surge toda esta multiplicidad de fenómenos, que en el momento que son arrojados al existir, ex-sistere: estar fuera de, empiezan su viaje existencial por el tiempo y el espacio circundados de sufrimiento y de placer, sí, pero un placer que se torna profundamente doloroso cuando, por ejemplo, el pan nuestro de cada día de la separación por la muerte nos desgarra rompiendo nuestra unión con el que amamos, sea hijo, madre, amado, amada…
Todo cambia vertiginosamente hacia la muerte, todos los fenómenos están vacíos de identidad, pues nada permanece, todo se transforma, mi padre ya no es mi padre, es un fenómeno existencial que ya no se reconoce, su identidad no está fija a nada, pues su cuerpo ya no le da estabilidad, su mente ya no le da estructura, su imaginario está desbocado lleno de fisuras por donde todo sale y todo entra, sus sentimientos mudan al son de una corriente de aire que surge en ese salón, que parece un teatro de la vida, en una representación macabra, porque no hay diversidad de edad, y todos los rostros muestran ya el esqueleto anunciando su siguiente forma que sustituirá su apariencia actual, ajados por una vida donde se trasluce una guerra civil, una transición y una carrera hacia el abismo del consumo y el sin sentido. Sus miradas han visto un salto histórico donde todo lo que daba entidad y estructura a sus vidas se ha desgajado ante sus ojos. Ellos cuidaron a sus padres, pero sus hijos ya no pueden acogerlos en el amor que reunifica esta diabólica dispersión de la impermanencia. Abandonados a la etapa más dura de la vida nadie les guía de la mano del amor y la sabiduría hacia la escena final.
Por momentos entendía que la humanidad haya creado teorías extravagantes sobre que este mundo es una cárcel, donde un Dios malvado nos tiene castigados… Que me perdone el Dios verdadero, Él único que es, lo Real, que desconozco, pero intuyo y anhelo desde el fon de mi corazón. No sé porque pecado hemos merecido algo así, ver como todo lo que amamos se disuelve como un sueño ante nuestros ojos mortales. ¿Por qué tanto sufrimiento? Sí, la metafísica dice que el mal es una posibilidad de la dimensión de infinito que tiene el Absoluto, que el sufrimiento es un alejamiento de lo que es, que la aversión, el apego y la ignorancia son los tres venenos, pero por qué esta infinitud de posibilidades existenciales es tan inversa a la Identidad Real, del Uno sin segundo, porque salir del Absoluto y ser creado pasa por un juego tan diabólico, de división atroz entre contrarios irreconciliables. ¿Por qué la condición de criaturas está sujeta a tamaña intemperie? ¿Por qué es tan difícil despertar de este sueño ilusorio que nos desgarra?
Existir es el mayor pecado, sí, pues parece una inversión de la Identidad que perdimos, existir rompe la ley de la lógica de que A es siempre A, aquí A pasa a ser B en un segundo, un padre pasa a ser un niño indefenso, en una especie de sueño, que mana de un misterio insondable, manan destinos de ignorancia que nos mantienen en una ilusión donde todo se desvanece y no hay donde asirse ahí afuera, donde cuerpo y mente se desmoronan con el tiempo y solo unos privilegiados atisban a ver la verdadera identidad en la que surfear estas olas insustanciales, impermanentes sin sufrir la mordida de la dualidad… Te amo, pero te pierdo mañana en un ictus que te devora la cordura y la movilidad, lo amo, pero mi esclavitud a una nómina me impide tenderte la mano.
Entiendo hoy de una forma más viva lo que se dice en el Corán “Todo está maldito salvo la faz de tu Señor”. Lloró por dentro para entender ahora: “Donde quiera que mires, allí está la faz de tu Señor”. Ayer en aquella residencia le buscaba entre el olor a descomposición que la muerte va obrando en lo cuerpos y mi ignorancia, mis velos no me dejaban verlo salvo en la caridad y en la compasión que mi corazón sentía ante tanta soledad, abandono, miedo y dolor.
Maya, la existencia fenoménica vela y revela al mismo tiempo, sí, pero hoy mis teorías metafísicas no me permiten entender la “crueldad” de este juego existencial, lo acepto con cierta mansedumbre, pues intento cultivar el desasimiento, sin embargo, mientras el péndulo me lleva del placer al sufrimiento hoy no entiendo nada, me revelo pobre de solemnidad… Mañana, Dios dirá, quizá un día, este mundo ordinario con mi corazón purificado se vuelva el paraíso de los Budhhas y Bodisatvas y entienda porqué se creó el mundo del samsara y ante el espectáculo del mundo actual sólo vea a Dios recreando una ley que desconozco y todo será perfecto. Inshallah.
Beatriz Calvo Villoria