El Hombre
11 marzo, 2016Crónica desde la Luz Serena. La morada de las aguas
12 abril, 2016Magistral. La enseñanza de Alan Walace durante seis días de retiro, ha sido una lluvia de Dharma, esa lluvia que penetra bien la tierra, por la repetición incesante de un mensaje único que vehicula cada gota: relajar, estabilizar y encender la luz de la conciencia para iluminar los fenómenos de la mente, la mente misma y más allá de la mente, a la propia conciencia, en un giro hacia sí misma inconcebible, donde estallan todas las palabras.
Seis días que han ido enhebrando cada fibra de tiempo en cada fibra de espacio, en un tapiz de hilos cada vez más luminosos, más llenos de esa luz como dorada que se enciende cuando la mente se aquieta, se estabiliza y se aclara y deja paso a la reina de la conciencia, que es vasta y luminosa y llena de dicha.
Como uno de esos monasterios del Tibet ubicados siempre en espacios rocosos, encumbrados en alguna atalaya el Centro Internacional de Estudios Budistas en Pedreguer ha sido el impecable espacio para recibir la práctica progresiva en la que nos ha dirigido con firmeza, amor y humor el venerable Alan Walace, un hombre nacido para enseñar. Un monasterio horadado en la montaña, en la cima del monte Sella a orillas del Mediterráneo, perfecto en su ubicación, con las espaldas bien cubiertas por una peña omnipresente, en sus varios niveles y una apertura en su zona cordial, abierto todo su pecho hacia la infinitud del mar azul, ese que se confunde con el cielo y se hacen uno ante la mirada que contempla.
El diseño del recinto parecía seriamente meditado, pues creaba un ambiente sagrado e inspirador, como si el propio edificio representase de alguna manera el camino hacia la iluminación, con escaleras infinitas hacia arriba, hacia la claridad de la mente o hacia abajo hacia el arraigamiento del cuerpo, en la base de la montaña. Nos recibió con el símbolo de la primera enseñanza que dio el Buddha, como corona de su impresionante altura. El monasterio visto desde abajo tenía algo de colosal, lo que facilitaba que la atención estuviese continuamente retenida en el espacio monástico. Su aspecto cúbico y macizo con la Gompa de varios pisos como espacio principal, parecía simbolizar la centralidad cósmica del monte Meru, con anillos de Júpiter como barandas que te abrían la mirada al infinito paisaje.
La amplitud de la gompa recordaba a esas llanuras mongolas donde pueden acontecer todo tipo de aventuras, y aventura expedicionaria era caminar lentamente en los descansos sintiendo cada paso, observando la escurridiza conciencia que se agazapa tras la incesante actividad de la mente, encontrarse rostros de todas las formas, ojos de todas las miradas posibles y devolverles una sonrisa ocular sincera, sometiendo cualquier proceso de indiferencia, que lleva a la exclusión de los que nos son neutrales.
Un mandala de arena se convirtió durante esos días de mirada atenta en uno de los documentales sobre el Tibet más vívidos que he visto, la atención pormenorizada, afinada día a día, permitía estar en la mano que sujetó la herramienta para derramar cada grano de arena; y su colorosidad, su vivacidad informaba de una cosmovisión del mundo llena de brillos y deslumbres, de precisión ontológicamente matemática en la ejecución de cada línea, cada curva, cada trazo arenoso. Protegida por una urna de cristal defendiendo la criatura de cualquier viento que la borrase, buscando la eternidad de su simbolismo.
Seis claraboyas inmensas jugaban con las luces del sol y las sombras de las banderas, todo se volvía espectáculo en esta fortaleza en la que buscar el espíritu real de las cosas. Unas puertas enormes sonaban en sus goznes leyendas de palacios memorables donde moraban reyes poderosos. Y como un rey, desde su trono de seda, el Buddha Shakyamuni presidía el espacio con una mirada benevolente y compasiva, majestuosa y con una belleza arrobadora, un Buddha rey que renunció al reino de este mundo para conquistar el Reino verdadero.
Alan Walace iba tejiendo la enseñanza, un punto del derecho, relaja; un punto del revés, aumenta la claridad; envolviéndonos capa a capa con un manto hecho de práctica y de teoría. Una teoría que era práctica también por la exigencia cognitiva de los contenidos, su sofisticada sutileza impedía pestañear. Los hilos de su propia presencia eran manifiestos en el tejido, su conciencia volaba con palabras llenando el espacio de la gompa, el espacio de nuestra mente, que a veces parecía el espacio de la propia gompa y más allá, describiendo las estancias a las que, al mismo tiempo, nos llevaba por el poder de su realización. Alquimia misteriosa la del maestro y el discípulo, que funden sus mentes en la trasmisión del teúrgico Dharma.
Y Alan nos iba guiando por las estancias de esta fortaleza en la que habíamos decidido investigar, la fortaleza de la mente, bien protegida por dragones, a los que hay que calmar primero, en una profunda relajación, de la mano de esa expiración poderosa, la de los muertos a este samsara, que cada vez se iba desdibujando más, como si sus fenómenos sólo fueran sombras; día a día la agenda salvaje de trabajo que el enfermo mundo moderno nos exige para tenernos divididos y exteriorizados se alejaba del espacio de la mente abierto cada vez más a la quietud.
Por las mañanas el Venerable Lama Rinchen Gyaltsen, Maestro residente del Monasterio sintetizaba en esa voz calmada y dulce, que parece surgiese de la raíz de la compasión, las enseñanzas del día anterior, una hora de práctica que permitían hacer del mapa desplegado territorio. Cada día el fascinante y vasto espacio de la mente se presentaba ante nuestra mirada interiorizada bien como una estepa mongola, o como un valle sinuoso, como pantanos escurridizos, o como cumbres milagrosas desde donde todo se comprende. Y nos iba guiando por la senda recorrida por miles de monjes, yoguis y maestros durante miles de años, en medio de todos esos paisajes de la mente condicionada.
Seis días para realizar una metáfora, la estabilidad luminosa de la atención, tres habilidades para conquistar una de las moradas previas a la alcoba donde descansa el Rey -la Clara Luz, la trascendencia-, el continuun de la consciencia, el substrato, Bhavanga, el fundamento del devenir, la inmanencia.
Seis días para relajar la profunda agitación del cuerpo, dolido de tantas vidas vividas a oscuras, relajar con ajustes, cada vez más milimétricos, la ansiedad escondida en los omóplatos, en las caderas, en los hombros que creen tener que soportar el mundo, en vez de dejar las maletas del karma en el suelo de este viaje que dirige magistralmente el único agente; relajar el rostro, la mandíbula, que la cara se deshaga en un gesto de máxima y dulce bobez, el espacio entre los ojos, todos los micro músculos que agarrotan el globo ocular, la parte más difícil de relajar de todo el cuerpo, tan asociada al sistema nervioso, dejar que miles de movimientos se sucedan involuntariamente en busca de este primer cimiento del Samatha.
Una vez aquietada la base de la montaña, ese cuerpo nuestro de cada día, con respiraciones sentidas en todo el cuerpo, procedimos a aprender a estabilizar la atención, respiración tras respiración construimos una plataforma segura. Con cada inspiración aumentamos la fineza de la atención, su vividez, como si quisiese hacerse uno con el objeto observado, en este caso el espíritu del aire, que es la montura sobre la que ascendemos hacia latitudes más altas de refinamiento de la atención plena. La atención se va focalizando primero en el abdomen, esa cavidad insondable que da hijos al mundo y que contiene un secreto que lo conmueve; ese subir y bajar del abdomen, cada vez más vívidos sus detalles de ascensión y descenso.
Para estabilizar aun más nos sugirió el conteo clásico de respiraciones para estar seguros de que la estabilidad que es progresiva, capa a capa, genera una base solida, firme para, simultáneamente, ir afinando la introspección que nos señala el ajuste exacto de atención que es necesario para no olvidar el objeto enfocado, cayendo bien en agitación o bien en letargo.
La atención cada vez ajusta con más fineza el grado de presencia necesaria para observar el proceso respiratorio, que se va haciendo paulatinamente más sutil, más quedo, más inexistente, imperceptible, como una doncella hermosa que fuera desnudándose de sus vestidos más burdos o externos y nos fuera mostrando sus delicadezas más ocultas y atractivas, lo que hace que la atención tenga que ser conforme al objeto, afinándose en simetría con la invisibilidad de la respiración, mientras en la siguiente expiración todo se relaja, se vacía de tensión. Yin y yang van cosiendo este tejido de aire y atención que produce una primera agua de dicha, pues la relajación y la estabilización son fuente de felicidad, plenitud, eudaimonia.
Como buen escalador afianzamos bien la base sobre la que vamos a ejecutar el siguiente tramo de ascenso a la cumbre y bien asegurada la cuerda trasladamos la atención a un punto focal más pequeño, las fosas nasales, y renunciamos a las sensaciones del cuerpo, pues ya no viajamos con el aire dentro del cuerpo sino que lo observamos en su entrada, como si observásemos al aire mismo, que es símbolo visible del arquetipo del espíritu, del hálito divino. Y así dejamos el dominio del cuerpo que ha quedado estabilizado y relajado para ascender al ámbito de la mente y para adiestrar el siguiente elemento: la claridad.
Las sensaciones son ahora tan sutiles, que la atención necesita un giro más de la cuerda de afinación para atender el aire que se hace más preciso en su tesoro de prana que esconde en su núcleo, y la atención subyugada por la belleza de lo sutil se afina para poder corresponder a su desvelamiento progresivo de su materialidad, cada vez menos físico, cada vez más éter. La claridad empieza a surgir de esta afinación y está capacitada para ascender otro paso más hacia la cumbre. Con una decisión firme, con la introspección en una mano como espada filosa que discierne cuando atajar cualquier obscurecimientos de la atención, del flujo continuo de la conciencia y en la otra mano el escudo protector de la relajación, uno abre en la siguiente fase los ojos que se mantenían confinados al espacio propio, y los abre al mismo tiempo a un secreto: que la mente no está confinada en la pequeña pantalla detrás de la frente, aunque los pranas del cuerpo, nos decía, estén concentrados allí en la vigilia y parezca que todo es ese pequeño reducto.
La mente no tiene límites y hay que empezar a explorar esa enseñanza vaciando la mirada, que se abre al espacio, y no dejarla enfocarse en los fenómenos visuales para permitir a la atención enfocarse en los fenómenos mentales, imágenes, recuerdos que son ahora proyectados más allá de la frente, en el espacio abierto, y las imágenes que caen como en cascada son vistas con el ojo interior representándose allí afuera, un allí que se hace el aquí de uno y se tambalea la noción de espacio propio e individualizado.
La hipótesis budista de que todo es mente se hace escarpada ladera pues la individuación y sus fronteras físicas y mentales se resisten a la apertura y los ojos buscan relajarse ejecutando microajustes para, estando abiertos, no enfocarse en el mundo sino el mundo interno donde la mente empieza a proyectar cientos de películas que van a ser atendidas por la atención plena, que ahora atestigua como de un pensamiento de la infancia que apenas persiste surge otro del día anterior, una frase surge de la nada y se encadena con una emoción. Se adiestra la atención para enfocar cualquier contenido que surgen como cascada alocada de primavera a lo largo de una garganta profunda y hay que atender sin fusionarse cognitivamente con ningún contenido que emerja y esa distancia protectora hace que emerjan y desaparezcan a velocidad de torrente en un substrato del que se empieza a tener destellos, mientras uno observa el impacto que tiene en los fenómenos mentales el ser observados con defusión cognitiva.
Los contenidos mentales tienen como miedo de ser descubiertos y a veces no aparecen, se esconden del faro de la atención, como si ante su luz plena mostrasen su auténtico no rostro, su máscara vacía, contingencias de estímulos y pensamientos que construyen emociones sin sustancia, y a veces se disuelven en el mismo instante que se les ve nacer. ¿Pero dónde se disuelven? ¿De dónde emergen y a donde vuelven? Y cuando nace esta pregunta aparece el siguiente quid que hay que iluminar.
Entre pensamiento y pensamiento hay un magma aquietado, un océano sin olas que inafectadamente permite el emerger del oleaje, y a veces se mantiene tan en calma que la atención se ve poderosamente atraída hacia esa quietud sin olas que hace que aumente aun más su potencia de claridad, en esa quietud prístina que no es manchada por ninguno de los fenómenos que surgen. El asalto a esta atención a un objeto cada vez más sutil es simple, pero altamente sofisticado, una simultaneidad de quietud, relajación y claridad empiezan a transformarse en una atención-conciencia finísima y determinada a enfocar ese magma vacío y lleno de infinitas posibilidades, de nuevas emergencias, esa atención surge del poder y del espacio que abre una nueva renuncia, la renuncia a los contenidos de la propia mente, morimos de nuevo a lo que tampoco es lo que el corazón anhela para saciarse de plenitud, de felicidad genuina y aquietado y con mayor pureza, mayor desnudez uno se aproxima a lo que sí es, paso a paso, con la reverencia de estar entrando en el sepulcro, con el anhelo de sumergirnos en esa luminosidad que se atisba en la quietud de la mente sin fenómenos.
Intuimos el descanso que procura y la cortejamos sin esfuerzo, ese wu wei de los taoístas, el hacer del no hacer, la máxima actividad posible que emerge de la máxima pasividad posible, dejándose hacer, como si no la deseásemos con toda el alma, y el deseo se hubiese convertido en ardor de fuego azul.
Y mirando esa vastedad surge entonces la siguiente pregunta ¿Quién es consciente de ser consciente? ¿Quién sabe que sabe? Y la búsqueda ahora de una respuesta no conceptual te confronta a realizar un movimiento ontológico, existencial, girar la propia conciencia al cognoscente que está dirigiendo la escalada desde la base de la montaña, que ha ido enhebrando los hilos del tejido luminoso de samatha, el que relaja, el que suelta cuando la agitación se ha hecho evidente a la introspección, el que estabiliza y hace un microajuste para no caer en el olvido del objeto de la atención. Es algo que ha estado siempre ahí en la retaguardia de toda la actividad de la mente individualizada y condicionada y se le ronda primero enfocando en el espacio que hay arriba, y en el de la derecha y luego en el de la izquierda y abajo, para intuir que está por todas partes, como tratando de hacer estallar la vasija que separa y colocando el centro no ya en un reducido yo sino un centro que es al mismo tiempo todas las partes.
Mirar al agente que es consciente de que es consciente, girar la mirada hacia el que mira para sacudir las paredes del yo configurado. El objeto ahora es un fulgor inaprensible, un fulgor en la noche, no se le ve, pero se intuye su presencia que promete absorverlo todo en un instante de fusión. Pero voltear la conciencia sobre sí misma es un giro que necesita entrenamiento, y en sólo seis días, sólo pude ser acariciada levemente por su mirada, por su brutal apertura, negra, pero hermosa, me llamaba, “vuelve a la raíz de tus raíces”, sólo pude verla por un instante, y por un breve destello de un signo que se dibujó en esa nada genésica, unos ojos me miraban mientras los miraba, volví a la relajación sobrecogida, humilde de mi pequeñez sin pretender alcanzar la cumbre, dispuesta a prepararme para el siguiente asalto.
Era viernes santo, el miércoles había celebrado mi cumpleaños en el silencio, con una luna que estaba pletóricamente llena, un eclipse en ciernes y Cristo rezando en una vigilia de oración, había pedido un regalo de atisbamiento, pero al final del día había aceptado tomar una postura más pasiva, más abierta a la gracia y no esperar nada, no exigirle nada al cielo. El Lama Rinchen nos animó a darlo todo en esta última meditación. Cuando terminó la sala estaba iluminada por una luz dorada, no podía moverme, me quedé una hora más intentando un nuevo asalto a esa presencia que me había mirado, y me llamaba.
La dicha era alta, pero mi conciencia no tenía suficiente potencia y estabilidad para enfocarse a sí misma y finalmente salí a asomarme al mediterráneo que refulgía, el estado meditativo se activó ante la contemplación de la belleza del espacio natural, y de pronto todos los objetos visuales y sensoriales que se desplegaban se mostraron igual de vacíos que en la gompa, no había nada en ellos que fuera tan sustancial como el fulgor que se adivinaba con cada vez más fuerza detrás de todos ellos, el mar dejó de estar, las montañas a los lados dejaron de estar, el vuelo de los pájaros dejó de estar, como si se vaciasen y ese vacío fuera la apertura para vislumbrar lo que yo sentía que debía ser el continuum de conciencia sin forma, el substrato, viendo a la vez que todas esas formas ahora como vaciadas de existencia propia fueran expresiones nítidas de eso que era lo único real. Por un breve instante comprendí lo que los sabios dicen sobre morar en el centro, detener el mundo, abolir las coordenadas desde la que se teje su narrativa, el tiempo y el espacio.
Morar en un único punto en el espacio, el centro nuclear del verdadero si mismo, vivir en una sucesión de instantes iluminados por la conciencia que los hace refulgir con sabor a eternidad, contemplar la creación como símbolos de un mundo real de arquetipos que se reflejan burdamente en sus formas. Un único tiempo, un único espacio llamado conciencia. Abolir el mundo, no dejarle que entre en este asombro dorado ante lo que todo pierde su nombre y su forma y solo puede ser delineado sin contornos desde el silencio que le otorga la apertura por la que emerger.
El regalo de cumpleaños había llegado, el pobre esfuerzo de seis días de concentración de la atención plena convergía con la gracia, un velo había sido descorrido al unísono, desde ambos lados, pues ambos lados separados por la manifestación anhelan el reencuentro de lo que ha sido escindido. Como si la Raíz de la compasión que dice SS Sakya Trizin, que es la causa de los bodhisattvas y estos de los Buddhas, nos llamase con apremiante neutralidad a morar en su regazo oceánico. Había saboreado por un instante un minúsculo signo de su presencia.
Sé que no vemos la realidad tal como es sino tal como somos, así que cuando fui saliendo del estado y volví a mis obscurecimientos habituales, y el discurso narrativo quiso expresar lo experienciado me pregunté en medio de un Viernes Santo, en el que Jesús muere en la cruz y baja a los infiernos para hacernos pasar de la muerte a la vida, si ese sustrato, fundamento de la existencia, del devenir, al que nos habíamos intentado aproximar en el retiro no tendría también el atributo de la misericordia propio de la divinidad que dialoga con el hombre como en el cristianismo, de un Dios que viene al encuentro. Si la incapacidad manifiesta de mi mirada para alcanzarLe, despertase una compasión fundamental del otro lado que es consciente del samsara en el que nos ahogamos y viniese en nuestra búsqueda “Cuando tú das un paso hacia Dios, Dios avanza diez pasos hacia ti; pero la verdad es que Dios siempre está contigo” dicen en el sufismo.
Como si El jiriki –el poder de uno- y el tariki -el poder de lo Otro- estuviesen siempre operando al unísono. “La mirada no le alcanza, pero Él alcanza la mirada”. Y comprendí que fue el último día del retiro, cuando me rendí finalmente a mi incapacidad para sostener la práctica propuesta y mientras contemplaba tanta belleza que la Gracia vino a recordarme que es ella la que vehicula el fruto que anhela el orante, que uno sólo ha de purificar, retirarse, renunciar. Bendito retiro.
Psd: está crónica es sólo el relato de una pequeña experiencia a la que es fácil llegar si tienes a 143 personas meditando a tu lado, un buen maestro y la bendición de un lugar consagrado al Dharma, el valor de la experiencia en sí es nulo si no da frutos, obras como diría Santa Teresa y no le hacen a uno más noble o aventajado. Tener atisbos de la enseñanza, como regalos puntuales, que adoptan la interpretación propia de lo que somos no significan nada y, en mi caso, es simplemente una exposición de la perspectiva que más me explica el Misterio, que está basada en la Unidad Trascendente de las religiones, que permite desde una visión esotérica identificar los elementos verdaderamente fundamentales de cada doctrina, y por ello, de la simple naturaleza de las cosas. Ya que el budismo, cristianismo, o sufismo acentúan cada una según sus fuentes tradicionales un aspecto de esa realidad a la que aspiran conocer, y que es independiente de toda formulación religiosa o confesional, pues existe antes de todo formalismo dogmático y por ser universal engloba todo simbolismo intrínsicamente ortodoxo y puede por consiguiente combinarse con todo lenguaje religioso como diría Fritjofh Schuon. Lo que me permite experienciar lo que Alan Walace señalaba en lenguaje budista y traducirlo desde distintas formas tradicionales como recurso, que no busca sincretizar ni hibridar nada sino saltar la infranqueable frontera de nombrar lo que no se puede nombrar sin abajarlo y reducirlo.
Beatriz Calvo Villoria
Imágenes: Fundación Sakya
7 Comments
Veo con un poco de envidia y con mucho respeto que esta ha sido una experiencia maravillosa, llevada por dos sabios. Me alegro que te haya sido tan provechoso. Un beso….
Muchas gracias Patricia linda, ha sido una bella experiencia, pero como todas las experiencias sino dan frutos, obras como diría Santa Teresa de nada valen, así que ahora toca integrarla en la vida cotidiana, entre las cacerolas, las virtudes que ennoblecen al alma. Un abrazo
Ha sido una experiencia muy gratificante, en un entorno maravilloso . Espero repetir.
Te sigo hace tiempo por FB y espero coincidir cuando sea el momento. Mucho me queda en el camino de la conciencia y hago mis esfuerzos como me lo manda mi destino. Te leo y siento ser partícipe de la situación. Me producen una envidia sana las bellas palabras que sabes encontrar para describir tus experiencias. Soy consciente de la limitación mía tanto de experiencia como de idioma (soy alemana). Pero sólo el saber que me queda mucho por aprender me llena de ilusión y esperanza.
Así que : Gracias por alegrarme este día ?
Suscribo desde la emoción y la presencia esta hermosa descripción, o atisbo, de lo que hemos compartido.
Fueron días plenos de realidad vivida hasta en los momentos de lucidez en los sueños, de unas inmensa paz como fruto de la justicia… de esas noches bajo la Luna de Nissan, la Pejab, la Pascha, el Pass over que 140 personas que no nos conocíamos pero que nos «reconocíamos» en la práctica… se reconnaitre, En muchos momentos, en las comidas, al cruzarnos en los pasillos o en las terrazas, rememorabas aquella palabras eternas «no nos conocíamos y ya nos queríamos»…»prior enim excitasti me ut quaererem te» (Antes me despertaste para que te buscara…, tonto de mí que buscaba metas hasta caer en la cuenta, to realise, que esta es/está en el camino… como el ávido que emprende un largo viaje… y el camino te lleva a casa. Gracias Patricia, gracias Alan y gracias Lama Rinchen… esto siempre está renaciendo, renovándose y nunca es tarde… Jai Ram, compañeros de viaje en ese camino a los hontanares de nuestro propio ser… ¡Seguimos! Por eso ansiamos compartirlo.
Querido José Carlos, guardo hermosas imágenes de tu preciosa infancia espiritual, aprendiendo los movimientos de yoga con una humildad deliciosa, tu alegría en las conversaciones, tus gestos de cariño y reconocimiento con los que parecían antiguos alumnos. He recordado que yo también fui tu alumna, y es pura alegría ver generaciones de periodistas buscando la buena nueva, la única noticia que merece la pena abrir cada mañana en el periódico del alma. Un abrazo
Perdón escribí Patricia donde debía decir Beatriz… aunque al final..¿qué más da?