Crónicas desde la Luz Serena. El segundo Fundamento de la atención
10 marzo, 2016El camino de Samatha. Crónica de un retiro.
28 marzo, 2016Acabamos la última editorial anhelando el regreso de la verdadera mujer, iniciamos esta con la misma exclamación anhelante, convocando esta vez al verdadero hombre. ¡Ojalá que vuelvan los hombres! La polaridad masculino-femenino no es una cuestión de machos y hembras, es una polaridad que gobierna toda la creación y que encontramos en todas la gradaciones de lo creado: las parejas “cielo-tierra”, “sol-luna”, “fuego-agua”, “día-noche” son manifestaciones de el aspecto activo y el aspecto pasivo de la Energía Universal, que tiene sus raíces en Dios mismo que como decía San Agustín es a la vez Padre y Madre.
Si veíamos que el principio femenino (lo pasivo, lo receptivo, la sensibilidad, la compasión, la intuición) estaba desequilibrado en el mundo, el principio masculino de lo activo, expansivo, relacionado con la cualidad fijante del espíritu, también. Si cae uno cae el otro, y la crisis espiritual del hombre moderno en la que se derrumba la visión sagrada del mundo y del hombre arrastra consigo estos pilares esenciales en los que juega la creación.
Los valores de esta cultura deconstruida en la que vivimos son afeminados, que no femeninos, en el sentido de disolutos, estamos en un nivel de frontera donde todo se desdibuja, se pierden los límites, en una amorfidad de los géneros por esa incapacidad de leer los símbolos en los que escribe Dios sus versos cosmológicos. Hemos perdido las relaciones de equivalencia y complementariedad entre hombres y mujeres.
¿Dónde ha quedado el hombre viril, el varón virtuoso, cuyas cualidades de fortaleza, valor, de rigor, de nobleza, firmeza son devaluados, cuestionados por una sociedad deslabazada, excesivamente exteriorizada y blanda? ¿Dónde el guerrero, el indio piel roja, dónde el mástil de la vela para que el barco navegue unificado? ¿Cómo actualizar la imagen simbólica del Yin y yang de complementariedad armoniosa, cómo casar de nuevo la majestad y la belleza, la fuerza y la ternura, el rigor y la misericordia, la razón y la intuición, la objetividad y la subjetividad?
Sólo el Amor podrá unirnos. Amarnos en nuestra diferencia y completarnos gracias al espejo del otro, en el intercambio de nuestras cualidades específicas que corresponden a esas cualidades divinas antes nombradas. La mujer ama en el hombre el misterio que él revela y viciversa y así se realizan el uno al otro, se espiritualizan y se funden en un solo par unificado. Siendo una sola carne el Espíritu puede inflamarla con un mayor amor hacia su Origen y decir: “Yo soy Él, y tu eres Ella; tú eres Ella y yo soy Él; soy el Cielo y tu la Tierra… Ven, vamos a casarnos”. Brhadaranyaka Upanishad 6, 4.
Beatriz Calvo Villoria