Apocalipsis
16 abril, 2019Las implicaciones éticas de la contemplación
17 julio, 2019Arde la hermana tierra, la madre, una vez más, un verano más, arde con lágrimas de fuego. Arde sobre la llamarada de fuego de una ola de calor inexplicable, salvo por un cambio climático que está separando a la Antártida en icebergs, -para los entendidos, que no cuentan en las agendas gubernamentales: el principio del fin-.
Una semana, casi ya, de fiebre alta, de 40 º, que no hay manera de bajar, débiles nos llevan al cadalso, y compartimos temperatura de ignición con la amada tierra.
Lo siento, pero ante la impotencia, hoy mi grito es poco amable. Siento el fuego en mis entrañas mientras devora otro paisaje más, ahora en el Valle del Tietar en el que habito, que es morada de todas las criaturas con las que compartimos viaje.
Qué ardan todos los implicados en el fuego de la responsabilidad, en el fuego de la mala conciencia. En el fuego del arrepentimiento. Qué les muerda el alma a fuego lento para no volver a profanar la tierra con incendios provocados.
Qué ardan las instituciones como Icona que desangró la España nuestra de campesinos en bosques que ya no eran bosques, sino desalojadores de vida, masas de árboles de eucaliptos y pino, plantadas con una falta de conciencia que merecería la cárcel, políticas de reforestación demenciales, sin gestión posible que hacen arder España por los cuatro costados.
Qué ardan en esos fuegos interiores todos los involucrados en esta tragedia, qué ardan los gobiernos que creen que el fuego es una cuestión de aumentar los presupuestos generales; suspendidos todos en biología primaria, peligrosamente inconscientes de que el fuego se apaga con una política del territorio coherente con nuestra climatología y nuestros ecosistemas. Y prefieren llevarse las partidas para medioambiente a las Bahamas.
Qué ardan las políticas de los ingenieros que plantaron esos pinos. Qué ardan por hacer de España un bosque absurdo de kilómetros de continuidad de piras incendiarias.
Qué arda la ignorancia de los que vaciaron los pueblos, que aniquilaron la cultura rural, diciendo que el futuro solo se podía escribir en la vanidad de las vanidades de los núcleos urbanos, y les engatusaron el alma para dejar sus tierras y ser esclavos en sus sistemas fabriles.
Qué ardan todos los que permitieron degenerar una cultura de cuidado y se convirtieron en arboricidas, el Estado, los terratenientes de turno, los de la desamortización, los que inventaron el plan de reforestación franquista y cubrieron tres millones de hectáreas, mejor decir violaron el cuerpo femenino de lo ecosistémico y su textura de mosaico, alternando pastizal y bosque, por tres millones de hectáreas de un nefasto ejercito verde de pino y eucalipto.
Qué ardan las Europas, las instituciones como la PAC, todas las responsables de cargarse el mundo rural, al campesino de vaca y leche, al olivar rentable, al pastor bombero. Qué arda esta falsa economía de mercado que hace desaparecer al herbívoro domesticado y al silvestre, que ramonean y limpian de fuego, salvando quizá, la vida de 62 personas muertas, el año pasado, en nuestra vecina de Portugal.
Qué ardan los que nos quitaron las vacas, las mulas, los asnos de nuestra cultura y nos convirtieron en camareros en Ibiza, en la costa asesinada de un turismo insidioso de masas, o en obreros esclavos, ordeñados hasta la extenuación, abandonando el sector primario, el que da de comer y devuelve la soberanía alimentaria de los pueblos, el ABC de la cultura.
Qué ardan los que han cazado hasta la extinción a los grandes herbívoros salvajes que pisotean la maleza y la regulan, corzos ciervos, rebecos.
Qué ardan los pirómanos en penas carcelarias de decenas de año por crimen ecológico, y los que les protegen no denunciando su iniquidad y locura, los que hacen negocio de los bosques quemados, los que nos roban el futuro de una tarde junto a la vereda de un bosque cristalino y arrancan con tal violencia la belleza de nuestras pupilas.
Qué ardan todos aquellos que prefieren vivir en esa oscuridad interior que llamamos ignorancia, raíz de todos los desmanes y de todos los sufrimientos que ellos producen. Los que no cogen su responsabilidad de iluminarse, de combatir los enemigos interiores de la pereza, de hacer las cosas de cualquier manera, de no esforzarse por el prójimo, por todos los seres vivos que arden en cada una de nuestras canalladas.
Qué ardan, como de hecho arden, en un océano de fuego existencial, todos los que no se enfrentan a sus miedos, sus tibiezas, sus iras, que hieren y destruyen, aunque existan cóleras divinas, como la que inevitablemente nos toparemos este verano, en el que los pantanos han reducido su agua a límites insospechados y el estrés hídrico de nuestros hermanos los bosques no soportaran la cerilla del malnacido ni la chispa del rayo propio de las tormentas de verano.
Somos una humanidad que cae pendiente abajo por no aumentar con un camino de realización la luz del alma, la que al encender el interior, irradia menos oscuridad e ilumina el mundo nombrándolo in divinis.
Sembramos tormentas, no dejamos de plantar las semillas del desastre en el afuera que nos viste como un manto privilegiado, la divina naturaleza. Y maldecimos con nuestros actos a las generaciones venideras, pues estamos perdiendo continuamente la alegría del único paraíso que quedaba en al tierra. el gua, el bosque, la hierba fresca, el canto de los pájaros…
La única forma de alcanzar la salvación de una serie de fuegos que ya están encendiéndose en nuestra península es hacerse tierra con la tierra, espíritu con el espíritu. Un ser humano arraigado que asciende hacia la luz profunda de su auténtica naturaleza no se dejará vencer por la tentación tecnológica y la locura de poseer, que nos está volviendo locos, alejándonos de la naturaleza, el único refugio, el único Edén y de nuestra inteligencia natural para amarla, respetarla, cuidarla, guardarla.
Despertemos de esta mátrix y hagamos arder en el castigo merecido, como máxima compasión posible, a todos los responsables, dejando que nuestro voto no alimente a los desconectados de la vida, dejando de comprar los productos aniquiladores, que sostienen este sistema cancerígeno de codicia irresponsable.
Y siento que la vehemencia de mi pluma pueda parecer falta de compasión, más fuego al fuego. Pero el arder que convoco, en mi y en todos, es el examen de conciencia, el agua lustral del autoconocimiento, que señala como fuego que arde cuando hacemos las cosas sin corazón e inteligencia.
Existe una cólera divina, solo para los locos, los valientes, los profetas que son crucificados por verdades que nadie quiere oír, pues la confortabilidad nos ha hecho firmar un contrato de indiferencia con el prójimo y con la Madre Naturaleza, y a veces hay que echar a latigazos del Templo de la vida a los que comercian con ella; cuidado con la compasión idiota que decía Chogial Trumpa.
Decían los padre del desierto: “Odia a tu propia alma”, y es una sentencia fuerte que se dirige a esa parte del alma que es bestial, que es capaz de quemar una provincia entera por tener jornales en los que trabajar en invierno, esa parte del «yo, mi, mio», caiga quien caiga. Hoy estoy Abrahámica y menos budista. Hoy quiero que haya consecuencias a los actos, para poder purificar tanto mal hacer, tanto mal decir, tanto mal pensar. El castigo como purgación, como una oportunidad de reflexionar, de que no todo puede quedar inmune, eternamente, por un buenismo sentimental que corroe nuestro casi inexistente sistema moral. El culpable de ecocidio tiene que penar el mal que ha hecho y servir de ejemplo para que nadie más sea capaz de pertrechar un incendio por interés propio.
Nos queda pendiente transitar la senda de la sabiduría, cuando falta las leyes no son capaces de controlar la locura de la codicia que corrompe a los gobiernos y políticos del mundo y, si somos sinceros, a muchos de nosotros, incapaces de descansar en la brisa bendita de una atardecer de verano contemplando el milagro en el que somos, anhelando un no se qué, en una carrera de teneres que solo se sacia de ser.
Quien no quiera coger el guante de su responsabilidad le dejo meditando las palabras del más revolucionario entre los revolucionarios y que ardan eternamente en su corazón, pues las palabras de la verdad no se agotan nunca hasta que se ha realizado su significado.
“¡Serpientes! ¡Raza de víboras! ¿Cómo van a escapar del castigo del infierno? Por esto yo les voy a enviar profetas, sabios y maestros. Pero ustedes matarán y crucificarán a algunos de ellos, y a otros los golpearán en las sinagogas y los perseguirán de pueblo en pueblo. Así que sobre ustedes caerá el castigo por toda la sangre inocente que ha sido derramada desde Abel el justo…”
Intento dar agua a diario para este tipo de llamas, es mi vida intentar tener el pozo limpio para proveer agua para tanto fuego. Y busco en la oración y en la meditación la perfección incluso en la catástrofe, y aunque arda el mundo y se inunde, el arca de Noé seguirá su construcción en el único espacio posible, el corazón, pero soy occidental y la pasión y un sentido helénico de heroicidad me hace cabalgar mi pobre rocinante para destruir molinos que son como gigantes, las inercias que van a acabar con la vida humana en el planeta, que extinguen la vida de millones de seres inocentes. La ignorancia de nuestra íntima unión con la Naturaleza, de nuestro profundo Interser.
Ese es mi más íntimo deseo, que refresca mi cólera ¡qué arda el mundo en el fuego del conocimiento de lo único realmente necesario. Mientras tanto mi más sincera oración por todos los seres vivos que están muriendo en este nuevo verano incendiado de locura. Que su tránsito del fuego atroz que les robó la vida a ese no se qué del más allá sea en las manos frescas del espíritu y consuele la pérdida del don que les robamos entre todos los que no quieren despertar al milagro del Ser y convertirse en custodios, amantes guardianes de la Tierra.
1 Comment
Hola, Beatriz! Qué alegría descubrir tu blog y escuchar tus palabras. En estos tiempos que corren somos muchos los que sentimos ese mismo fuego interior y desearíamos que hubiera justicia real para los crímenes ecológicos y económicos, crímenes que no están considerados como tales pero que resultan mucho más perjudiciales a la larga que otros abiertamente cruentos.
No sé tú, pero yo lo que siento (o lo que este sistema me ha hecho sentir) es una gran impotencia. A los ciudadanos se nos exhorta a que actuemos de forma más responsable hacia el planeta, pero sabemos bien que a no ser que se tomen medidas globales, que requieren no la suma de las acciones individuales de cada uno sino una acción conjunta, holística, será en vano. No puedo conformarme con reducir mi huella de carbono personal, necesito formar parte de una colectividad que haga algo desde un plano que no sea el del consumo. «Anything less is a dithering while Rome burns», como dijo Terence McKenna hace ya un par de décadas.
Me viene a la mente también el artículo que has escrito sobre «Pan y circo» en relación a esta impotencia. ¿Puede ser que sea esta misma la que alimente este tipo de actos compulsivos que nos arrastran a la inconsciencia?, ¿no querer sufrir más por el planeta, la incongruencia de la vida occidental moderna, el aislamiento, la crisis económica y de valores, la incertidumbre, el miedo a la propia sombra? Yo creo que sí, que el pan y el circo funcionan porque en el fondo estamos aterrorizados de asomarnos a nuestros propios abismos y al abismo en que hemos convertido el espacio social.
Muchas gracias por estos artículos tan bien escritos y tan necesarios y por buscar lo Bueno, lo Bello y lo Verdadero.