Pan y circo
13 noviembre, 2017La farsa de la pseudociencia
4 diciembre, 2018Acabo de cerrar los ojos vencidos de tanta belleza natural, respiro. Me respira la naturaleza al nombrarla, al reconocerla como libro abierto y sagrado que habla del Ser que la anima, del que surge con un esplendor inusitado, inabarcable, expresando realizaciones majestuosas del Ser Uno. Bendita multiplicidad, expresión de un solo rostro.
Una anaconda de agua me recorre la espina dorsal. La película “El abrazo de la serpiente” ha cumplido su objetivo, estremecerme. El abrazo del Amazonas hacia mi yermo corazón de occidental sin selvas, exprime un sentimiento atávico, un aullido silencioso que se alza entre los edificios angulosos de cemento que me aprisionan la libertad de ser una con la Madre Naturaleza ¿Dónde quedó nuestra desnudez de hijos de arcilla, agua y fuego?
La majestuosidad lujuriosa de vida que expresa el Amazonas es una flecha envenenada de nostalgia a un tiempo y a un espacio primigenio al que no podemos regresar. Ese útero de exuberancia nos asfixiaría ante nuestra ausencia de apertura, ante nuestra escafandra de artificios, carente de nobleza de carácter como para atisbar su mensaje cifrado en versos existenciales, fenoménicos, surgidos del Vacío prístino.
Repercuten como estallidos las imágenes de un río, una serpiente, que tiene mil orillas en las que arribar, desde las que contemplar el discurrir poderoso de la vida. Repercuten como “mea culpas” por una cultura indígena arrasada por la codicia, que se extiende por todo el orbe. Una selva que clama venganza, expresión de cólera divina ante un eufemismo llamado karma en otras latitudes, ante la alfombra de muertes que la avaricia ha desatado.
Caucho, oro, minerales a costa de la gramática cósmica de pueblos aniquilados por la usura. A costa de la conciencia luminosa de cada árbol talado por ignominia, olvidando que cada uno es un maestro que une la tierra con el cielo y habla, habla de prodigios desconocidos, de medicinas irrepetibles que mueren en la deforestación, en el deshojarse de una humanidad escindida de su útero terreno, maestros arbóreos que hablan susurros de savia y luz cristalizada.
Murió una canción de sonidos inimaginables que ya nunca podremos volver a escuchar reverberar en el cosmos que nos circunda y que compartíamos con esos pueblos que se extinguen, como se extinguen sus conocimientos de viajar al tiempo sin tiempo, al espacio que abarca todos los espacios. El conocimiento de leer en la viveza de un río, la vida que se engendra más allá de la existencia.
Las noches están más mudas, pues el canto del jaguar nombrado in divinis por el hombre primordial ha sido olvidado. La noche se ha hecho más tiniebla, pues nadie la nombra como la irrupción en la tiniebla de la luz dorada de la reminiscencia de un hogar sin formas.
Nos hemos desconectado de los miembros más puros del planeta que cuando movían sus brazos en la selva su gesto repercutía en el otro lado del mundo, incluso en el mundo que está en el alma de cada uno de los seres, que escuchaba en ese continuum de la conciencia que nos une notas prodigiosas de que todo es uno. ¿Dónde quedará prendida la risa del niño que baila en el río de la Anaconda? No podré llevarla como pendientes, mis orejas sin aretes de otros mundos dejaran de escuchar el canto de los dioses que habitan en la Amazonía.
Una película homenaje a una naturaleza ultrajada, realizada con un esfuerzo descomunal, pues la selva les exigió a los que la producían y realizaban ser ellos mismos héroes entre los meandros misteriosos, plagados de peligros y de esfuerzos, subiendo a lomos el pesado material de grabación, bajo lluvias de encumbrada ascesis que era paralelo a los esfuerzos de los dos occidentales que eran narrados en la película.
Dos hombres que buscaban sin saberlo un no sé que qué se simbolizaba en una planta sagrada, aunque sus intenciones fueran utilizarla, ella los utilizaría a ellos para revelar el misterio del jaguar, de la selva, de la serpiente, para ser abrazados por la vía láctea. Para sacarles de la muerte y junto a ellos, por el conocimiento adquirido, a sus compatriotas, por ser testigos privilegiados del milagro que acontece cuando uno se despoja de todo salvo lo único realmente necesario.
La muerte que es el olvido de la dimensión sagrada de todo lo creado, la muerte del sueño de la visión a manos del raciocinio, la ausencia de imaginación creadora muerta por la razón que produce monstruos, guerras, desastres ambientales, extinción de especies, de culturas, intemperies ontológicas cuando se la desconecta del espíritu.
Dos hombres, que son el símbolo de la pérdida de visión que une los mundos, el microcosmos con el macrocosmos, ese istmo, ese barzaj de la imaginación, no como ilusión, sino espacio intermedio entre lo formal y lo aformal donde las realidades espirituales descienden a fecundar los objetos sensoriales que han ascendido hasta ella. Lugar de la inteligencia donde poder centrarse, y contemplar activamente donde cada movimiento aparentemente externo, es un movimiento del sí mismo. Actuar en el mundo desde el sí mismo y ver producirse el milagro que los chamanes de los pueblos primordiales veían, de que lo externo es una precisa correspondencia de lo interno, di sé y será en el mundo.
Una película sobre los peligros de todos viaje iniciático, la renuncia y purificación de la intención como paso previo a poder realizar las virtudes que nos acercarán a la meta añorada. Remover los obstáculos, los pesos innecesarios, las maletas de más que nos impiden ir sueltos. La generosidad sin límites de los hombres sabios que sanan y salvan a quien les ha destruido, siendo conscientes que su sabiduría ya no puede ser traspasada a sus legítimos herederos, que han caído exterminados al ver ceder los muros de protección de sus espacios naturales, al resquebrajarse los muros de Gog y Magog y entrar la maquinaria a devorar sus contornos invisibles que respiraban aliento de selva, de árbol, de planta, de insecto de una fauna y flora desconocida que entretejía con teselas perfectas su mundo.
Con muchas de las imágenes del río que serpentea, de la canoa que avanza en un camino que asciende esa sabiduría primordial de la Revelación por excelencia de Dios es traspasada por un breve tiempo a la retina asombrada de nosotros, los olvidados, los que no tenemos memoria de nuestro lugar en el mundo. La película se convierte en canto, en bellísimo alegato de una naturaleza que habla en cada ola de un río sagrado, de una vía láctea que se hizo río en el que surcar los sueños de los pueblos de las estrellas en la tierra, por su fulgor de entrelazados con una selva que declama versos prodigiosos y que ya nadie sabrá escuchar cuando el ultimo chamán desaparezca en el olvido total de la aniquilación de los últimos resquicios de lo sagrado inviolado.
Morimos todos con ellos, y el daño infringido a cada árbol que habla, cada muesca de caucho realizada volverá como un boomerang. Ya ha vuelto de hecho, pues todo está unido en el continuum de la conciencia, y ese retorno de las consecuencias de nuestros actos se deposita sobre la mente de occidente produciendo sin saberlo la neurosis de una ausencia de cantos, de una noche que se ha hecho tinieblas, pues los hombres primordiales ya no le pueden cantar a las estrellas. La responsabilidad no asumida de un horror que se esconde en la opulencia de los grandes almacenes, en un consumo frenético que conlleva la desaparición de los pulmones de la tierra, de las venas sagradas de la tierra donde desde el tiempo de la creación reverbera la luz en forma de sonidos, de cantos que es luz coagulada vibrante, y que emite cada planta, cada chasquido de rama pisada por la cautelosa garra del jaguar, que nos observa desde el mundo de los sueños, de las visiones compartidas.
Lloro, como llora la lluvia, ahora tan ácida, que devuelve al amazonas una canción que ya nadie escucha. Lloro, por cada testigo perdido, por cada conocimiento adquirido en base a la escucha desde el corazón del intelecto que es uno entre la selva y sus pueblos, que ya no son, que ya no cantan, que ya no escuchan, salvo los tambores de guerra del hombre blanco, que trajo, la mayoría de las veces la injusticia, la iniquidad.
La serpiente de la vía láctea volverá a subir al cielo y dejará al río sin su espíritu de guía y como una Armagedón nos lanzara bolas de fuego para purificar tanto dolor, tanto sufrimiento infringido, y los que amamos la belleza, esplendor de una Verdad que sobrepasa todos los sentidos nos dejaremos incendiar para ser purificados por tanta atrocidad de milenios.
Beatriz Calvo Villoria
Título original: El Abrazo de la Serpiente
Actores: Nilbio Torres, Yauenku Miguee, Jan Bijvoet, Brionne Davis
Director: Ciro Guerra
País: Colombia-Venezuela-Argentina
Año 2016