Las emociones aflictivas
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26 febrero, 2020Siglo XXI, habitación confortable de una mujer de clase media, la calefacción puesta, el invierno susurra vientos allí afuera, el sueño ha sido reparador y el desayuno le espera con toda clase de productos sanos y exquisitos.
Suena el teléfono, una voz de comercial le hace reaccionar internamente a colgar el teléfono en cuanto pueda, otra de sus voces le refrena y le dice podrías ser tu misma en otra circunstancia llamando a puerta cerrada, escucha al menos la propuesta que te quiere hacer. Le escucha.
“Gracias por haber firmado nuestra petición en Internet por la eliminación de la trata de seres humanos, le llamo de Anesvad para agradecerle su gesto y para que conozca un poco más la realidad de estas niñas de Laos, por las que usted ha firmado.”
Me habla de niñas que nacen en la pobreza, en familias muy ignorantes, que desesperadas venden a sus hijas por 4 centavos -pensando que así las ofrecen la posibilidad de un futuro mejor- a unos abominables lobos con piel de cordero, que las llevan a las capitales para devorarles la infancia, exponiendo sus vírgenes cuerpos a hombres profundamente degenerados, sin ningún tipo de cortapisa moral de violar el espacio sagrado de la infancia de todos, de robar el futuro a las futuras madres de nuestra humanidad.
Muchas no llegan a diez años y con catorce se quedan embarazadas de sus “Clientes”, me dice -mientras yo pienso, de sus verdugos-, son infectadas por todo tipo de virus, por las inmundicias morales de la lascivia que las enferman de SIDA, hepatitis y todo tipo de venenos biológicos que son los símbolos del veneno atroz que estos hombres demoníacos las infligen en lugares más profundos que la propia sangre, en el núcleo mismo de su alma.
Quedan rotas para siempre como lindas muñecas de porcelana a las que se les ha hecho estallar en pedazos la delicadeza de su arcilla de humanas. Esta lacra de maltratar a lo femenino por la codicia de un placer insano y enfermizo de una casta de hombres podrida y degenerada está presente en muchos países, la mayoría del Sudeste Asiático, pero también, en países desarrollados. Sin duda serán cocidos en el infierno.
Seguí escuchando esa voz de comercial, que ante mi receptividad se iba tornando en una mujer que ya no tenía que hablar rápido antes de que la enésima persona al aparato le contestase con un “lo siento estoy muy ocupada, no me moleste con el mal del mundo, que yo ya tengo el mío”.
Empezó a hablar con pasión del inmenso dolor de estas niñas que ellos recuperaban de los prostíbulos y las sanaban físicamente de los virus y emocionalmente cosían como podían la herida imborrable del rapto feroz de su infancia, en un intento de devolverles la posibilidad de un futuro.
“Gracias a ti podemos seguir defendiendo la dignidad de miles de víctimas de las redes criminales en el Sudeste Asiático. Desde Anesvad estamos convencidos de que tenemos que seguir trabajando para que estas niñas recuperen de nuevo su infancia dejando atrás su pasado traumático. Y sabemos que será posible contigo y las más de 50.000 personas que sois parte de Anesvad.
Con tu apoyo seguimos dando pasos hacia adelante para que las familias de estas niñas consigan protegerlas de la explotación y acabemos entre todas las personas con esta gran lacra. ¿Quieres ayudarnos un poco más?”
Justo antes de su llamada acababa de leer plácidamente las exhortaciones de Santideva para marchar hacia la Luz:
“Consideramos nuestros miembros como parte de nuestro cuerpo ¿Por qué no consideramos a los demás como parte de una sola humanidad? Debo combatir el dolor de los demás porque es Dolor como el mío. Debo hacer el Bien a los demás porque son seres vivos como yo.”
“Todos tenemos una necesidad idéntica: ser felices ¿porqué privilegio debería ser yo el único beneficiado de mi esfuerzo por alcanzar la felicidad?”
“Todos tenemos el peligro y el sufrimiento ¿porqué privilegio tendría yo solo derecho a ser protegido y no los otros?”
“Has pasado innumerables siglos buscando tu propio interés y como pago a este inmenso esfuerzo sólo has recibido Dolor.”
Sus palabras sobre el sufrimiento del mundo y la bendición que traía al mundo la actitud de sacrificio de los bodhisattas resonaban aún en mi cabeza y la defensa de mis propios intereses de confortabilidad y cumplimientos de mis efímeros deseos como raíz de todo mi sufrimiento presente y futuro se aparecían ante mi conciencia con más nitidez, así que cuando mi raciocinio objetó internamente “no puedes soportar otra ong más, la crisis, recuerda,” le contesté con firmeza: la crisis occidental es un paraíso comparado con el infierno de este sufrimiento atroz de estas niñas que son mías también. Siempre han sido los pobres los que han dado de comer a los pobres, y acallando mi propio egoísmo, mi temor a la escasez o la carencia le dije a la mujer: sí quiero ayudar un poco más y hacer este dolor, de carne trémula herida de muerte, mi propio dolor.
Pueden ser también tus niñas, quizá sólo signifique renunciar a un objeto de consumo que realmente no necesitamos.
Beatriz Calvo Villoria