Quién teme al lobo feroz. La casa de paja del COP21
7 enero, 2016Animales
7 enero, 2016¿Qué ocurrió en Europa en el siglo XVIII, llamado siglo de las luces, para que a partir de ese momento y desde esa geografía surgiese un viento colonizador y destructor de toda cultura que se opusiese a su liderazgo, dominando el mundo y extendiendo una nefasta influencia que está a punto de llevarnos a todos los seres vivos al colapso?
¿Qué extraña droga tomaron los europeos para cegarles la visión hasta tal punto que dejaron de percibir a la tierra como una madre, como una gran lectura divina en la que los versos más maravillosos podían ser leídos con el lenguaje del espíritu, y conminaban al hombre a no perder nunca el contacto con el corazón, único capaz de leer sus versos, que hablaban, entre otros grandes misterios, de la unidad de todos los fenómenos en una realidad que les trasciende y alumbra al mismo tiempo?
La droga debió de ser muy fuerte, un cóctel toxico de positivismo y materialismo, ciencia y razón que dio origen a la actual civilización moderna, donde el conocimiento parece limitarse a un orden de realidad material o sensible que siempre ha sido considerado por las sociedades tradicionales como el mas inferior de todos y que tuvo entre otras consecuencias un reduccionismo terrible del significado cósmológico de la natura, que hablaba del milagroso proceso de nacer, de lo que se desarrolla desde sí.
Un reduccionismo que nacía de un interés egoísta de expansión y acumulación, para el que era necesario exterminar los nombre devocionales con los que el hombre dotado de espíritu llamaba desde el origen de los tiempos a la Madre Tierra, la Pachamama, Isan, Prâkriti, Gaia, la Hija del Cielo, y pasar a denominarla medio ambiente, capital natural, despojándola intencionadamente de su carácter sagrado para poder profanar el templo sin mala conciencia.
De esta forma y con este nombre pragmático ya era posible violentarla con todo ese maquinismo feroz, que ese siglo mal llamado de las luces, yo diría de las sombras, parió como bestias voraces y que han acabado arrasando todos los santuarios naturales del mundo, pues se convirtieron en “recursos” que no en reinos, de un humanismo codicioso que ha extinguido la mitad de las especies naturales, el 25 % de las culturas indígenas, contaminando las tierras fértiles, aguas dulces y océanos.
Alimentando con esos recursos saqueados a la tierra un crecimiento insostenible, con una sed de consumo monstruosa inoculada por la propaganda tendenciosa del primer mundo, con el fin de seguir expandiéndose irracionalmente como el cáncer, hasta que termina fatalmente con su huésped.
Era una droga fuerte henchida de profanidad que nos hizo pasar del reino de la cualidad al reino de la cantidad, creciendo a lo ancho en vez de a lo alto, única dimensión en la que se puede y se debe crecer: espiritualmente. Aún así tenemos esperanza, pero sin ser optimistas como los que creen que esta crisis es una oportunidad de un salto a un nivel de conciencia más elevado, pues creemos que las fuerzas de la ignorancia confunden, entre otras cosas, la dimensión psíquica con la espiritual, y confunden las fuerzas densas del subconsciente desatadas por doquier en todo tipo de supuestas energías salvíficas y transformadoras con el supraconsciente que está más allá de este mundo, que es el único que puede salvarnos de ese nosotros mismos, que quiere ser príncipe de este mundo en vez de digno Hijo del Cielo y de la Tierra.
Beatriz Calvo Villoria