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5 octubre, 2023Parece como si la ciencia siempre fuera por detrás del sentido común. Por fin se publica un estudio científico que confirma la presencia de nanopartículas tóxicas en el tejido cerebral de los habitantes de ciudades como Manchester o México DF y que ello “podría ser” un factor de riesgo en el Alzheimer.
Con decenas de años de retraso la ciencia se va pronunciando poco a poco, a cuenta gotas, corroborando lo que venimos diciendo desde hace decenas de años los que amamos a Gaia y la defendemos con nuestra palabra. Palabras que rugen en el desierto desde los tiempos de “La primavera silenciosa” o en nuestro país de un Félix Rodríguez de la Fuente que mandaban mensajes apocalípticos sobre la enfermiza forma de vida que quería globalizar el planeta: “El mundo es espantoso para el ciudadano medio que vive en colmenas, urbes monótonas y horrísonas, calles sucias recibiendo cultura como píldoras y mensajes que no se ha demostrado que sean perfectos. Nuestra era se recordará en un futuro feliz, si es que se llega, con verdadero terror.”
¿Por qué le cuesta a la ciencia estar al servicio del sentido común? Para muchos analistas es porque está fatalmente vendida a los intereses de las grandes oligarquías que saben cómo impedir que estas palabras lleguen y estos estudios, contra su corriente de contaminar la última brizna de hierba, construyan conciencia. Un porcentaje altísimo de los estudios científicos está totalmente de acuerdo con las tesis vs los intereses crematísticos de sus financiadores.
Saben cómo impedir que muchos médicos que nos atienden, todavía duden de la relación evidente entre contaminación y enfermedades pulmonares y cardiovasculares , el ictus cerebral y un largo etc. A duras penas la medicina ambiental se está abriendo camino en las Universidades de España.
Por cada uno de estos estudios que hablan de cómo la contaminación afecta durante el embarazo y la temprana infancia y su posible contribución a las disfunciones del aprendizaje, amén de muchas otras patologías, salen decenas desmintiéndolos.
Se trata de una propaganda sutil diseñada por las grandes corporaciones farmacéuticas o agroindustriales, que contratan a “escritores fantasmas” “que se dedican a escribir o a colaborar de manera sustancial en textos académicos, docentes y artículos de opinión de manera no explícita o reconocida. Una propaganda, con pretensiones de objetividad y cientificidad que por saturación (la propaganda es continua, multinivel y tiene capacidad de excluir otras voces más equilibradas simplemente por ocupación de los espacios en las mejores revistas científicas del mundo)” acaba convenciendo a todo el mundo, incluido la mayoría de los médicos impidiéndoles adaptar sus prácticas al sentido común y a medicinas más integrativas y holísticas, denostadas por esos contra-estudios.
Mientras estos adalides del negocio sin escrúpulo nos gobiernen la información se convierte en un peligro, pues somos la narrativa que digerimos, y su narrativa es puro escandalo para el más común de los sentidos: la supervivencia.
Beatriz Calvo Villoria