Etimológicamente, educación viene de educare y tiene dos acepciones,educare pecus, criar, alimentar el ganado, y educere —de ex, fuera y ducere, llevar—, guiar hacia fuera. Pero para saber guiar hacia fuera, para conducir y dirigir hacia la luz, tal como la semilla es guiada por “un no se qué” que la hace germinar y dar fruto, debemos saber primero en qué consiste la semilla del Hombre, que tipo de frutos debe dar esta semilla, y aquí nos encontramos con tantas interpretaciones distintas como corrientes filosóficas ha dado la historia.
Podemos decir, desde una visión trascendente o espiritual, que el hombre es una ola que surge de un océano, que es causa y origen de todo y que llega a las costas de la existencia como ola individual, pero inseparable del océano que la vio nacer; quizás entonces educar será guiar al hombre hacia la posibilidad de realizar la experiencia de la unidad de todo, llevándole de vuelta a las raíces de nuestro ser.
Pero para un materialista, en el sentido coloquial del que sólo admite como realidad la materia, el hombre es sólo mente y cuerpo, negando la posibilidad de una realidad creadora y trascendente independiente de él, y querrá que su hijo sea educado en los valores que perpetúan esa creencia; educar tendrá para él objetivos muy distintos y lo que guiará hacia fuera, lo que intentará formar en sus pupilos será, por ejemplo, una capacidad científica que le permita desentrañar los mecanismos de esa realidad tangible, en una exploración indefinida de los fenómenos que le haga posible dominarlos y satisfacer las necesidades y los deseos, infinitos, por cierto, del cuerpo.
La cosmovisión de cada cultura se deriva ante todo de su concepción del hombre y todo juicio sobre una cultura se aplica a priori al hombre mismo. Cada cultura, sea civilizada o no, educa, es decir conduce y dirige hacia un ideal, que nace de su particular interpretación de la realidad, e instruye en las técnicas de actuación sobre esa misma realidad para poder alcanzar sus fines.
Para los indios de las praderas, que interpretaban que la realidad es una totalidad, y que la naturaleza es un santuario donde transcurre su vida en una interrelación y un diálogo permanentes con todos los elementos de la naturaleza, educar a sus hijos era mantenerlos en la naturaleza aguzando el oído y la vista, sabiendo que dicha pedagogía natural muy pronto haría aprender al niño que hay una forma de sabiduría en todo lo que le rodea.
Para algunos, el hombre es el alma del mundo y, por tanto, responsable de irradiar hacia él luz u oscuridad, pues su estado interior tiene las más profundas repercusiones en los otros seres. Para otros, el hombre no es más que un animal racional que no tiene más responsabilidad que refinar su egoísmo de supervivencia.
A partir de la definición que cada hombre formule de sí mismo, la búsqueda de los medios que le realizan como tal, el alcanzar sus fines próximos o póstumos, les hará justificar a unos, la usura, y a otros aplicar la austeridad para conseguirla; algunos considerarán, como Aristóteles, que el hombre educado es aquel que es totalmente dueño de sí mismo, y otros consideraran, como Hitler, que es mejor ser dueño del mundo.
Para algunos la quintaesencia de las virtudes serán la veracidad y la sinceridad, o la conformidad con la Verdad y con las consecuencias que ella implica. Para otros, la conformidad con la mayoría y con las costumbres será fundamental en la instrucción. Para un filósofo como Kerschensteiner, el fin general de la educación será educar a ciudadanos útiles que sirvan a los fines del Estado y de la humanidad. Y el Estado capitalista actual, sumido en la corrupción, desviará ese sentido hasta sus últimas consecuencias “orwellianas” consiguiendo afanosas hormigas productoras y consumidoras de su felicidad material.
¿Qué es el hombre para ti?
Beatriz Calvo Villoria