
Tecnociencia feroz. La mano que mece la cuna
2 febrero, 2025
Ayuno y oración
1 marzo, 2025Smriti, es una palabra sánscrita, que como sucede en todas las lenguas sagradas, es maravillosamente polisémica. En occidente se la tradujo al inglés con mindfulness, atención plena, que deja muchos de sus sentidos sin dibujar.
La realidad está esperando que la definamos, que la demos sentido y las palabras polisémicas permiten muchas aproximaciones de sentido que van dibujando todas ellas la insondabilidad de la realidad a la que apuntan.
Hay maestros que les gusta acentuar, por ejemplo, la dimensión de recolección que tiene la atención, la cual se puede explorar en cualquier meditación, y sucede cuando somos conscientes de la dispersión de nuestra atención -otra de las cualidades de la atención- y la recolectamos una y otra vez para volverla a fijar en el objeto noble de meditación con el que estamos familiarizándonos, el estado de presencia, el de amor compasivo, el de la ecuanimidad, la misma realidad.
Personalmente hay un sentido de smriti, que me parece crucial en el camino de la realización espiritual, que es el de remembranza, en una doble acepción, tal como señalaba Ananda Comaraswam: remembranza del Sí mismo que somos en lo más nuclear de nuestro ser y remembranza de la enseñanza de los maestros de sabiduría.
Al poder remembrar la enseñanza, recordarla en medio de una vicisitud de la vida o en medio de una indagación en el laboratorio de la práctica, puede orientar la atención en una dirección adecuada y no perdernos, en el caso exterior, en una emoción aflictiva como la ira o la envidia, pues poseemos argumentos de peso que recordamos para combatirla y no actuar contra un semejante generando sufrimiento innecesario y, en el caso interior, permitirnos gracias a mapas precisos que relatan los distintos escalones de un ascenso, cruzar umbrales hacia estados de mayor estabilidad que nos acerquen progresivamente al estado inconmensurable del Amor, de la Bondad, de la Presencia…
Para que la enseñanza pueda ser recordada, hay que rumiarla, reflexionarla, integrarla, comprenderla. Así que una vez leída o escuchada, habiendo tomando un primer conocimiento de ella, hay que ahondar para realmente comprender cuál es la esencia de ese conocimiento teórico, darle vueltas, como quien amasa el pan que nos dará de comer el hambre. Y en ese proceso de amasamiento, en el que nuestras propias “manos intelectuales” van dejando su sustancia propia, su manera única de comprender, el pan estará, poco a poco, contemplación a contemplación, preparado para meterlo en el horno de la práctica. Tenemos que acostumbrarnos a esa verdad que contemplamos, en la que reflexionamos con fuego de indagación.
Nuestra inteligencia ha hecho su parte, ha manducado el alimento de la sabiduría que se trate, ha sacado conclusiones, ha hecho síntesis con sus propias percepciones y puede incluso explicársela a la abuela, de forma sencilla, pues la síntesis cabalga ahora en su palabra. La verdad de la que se trate nos ha enamorado, por su belleza, su rotundidad, por el perfume de certeza que vehicula, pero ahora hay que meterla en el horno de la práctica, la potencia de la voluntad desea como un fuego hornear esa verdad recién conocida, acercársela con todo el ser, con el sentir de los sentidos, tener una experiencia de ella. Queremos descubrir ese estado, el del amor, el de la bondad, el del contento de quien no quiere más que lo que hay.
Tenemos el mapa, lo hemos estudiado, pero hay que bajar al territorio y caminar cada paso que nos acerque familiarizándonos, por ejemplo, con la verdad del amor compasivo. Habituándonos a responder con compasión ante la ofensa del vecino por pura comprensión de la cruz que soporta. Integramos la no respuesta iracunda ante la ira, el poner la otra mejilla, y se va, poco a poco haciendo más normal en nuestra vida, hasta que logre ser la realidad normativa que habitemos.
Cada tradición sapiencial tendrá sus tretas, sus técnicas, su métodos hábiles para esa familiarización, para conectarnos con estados sanos, nobles o con la Realidad misma. Los budistas tibetanos meditan sacando de su corazón un rayo de luz blanco y lo proyectan sobre la imagen de un ser querido o, incluso, de un ser odiado, para trabajar la ecuanimidad y no caer en los polos de la atracción y el rechazo.
Algunos musulmanes ayunan para sentir el hambre del pobre. Con todos ellos nos estamos aproximando al estado del amor, mediante un método, una técnica, una meditación, una invocación. Y podremos sentir entonces cierta dicha, cierto calor en el pecho, cierta dulzura, pero, aun no somos el amor. La enseñanza recibida, seguirá ejerciendo de mapa y nos dirá que hay que ir más allá de la cáscara de las experiencias duales, de los sentidos y los sentimientos, que hay que hacerse uno con el amor, no solo vislumbrarlo desde fuera.
La enseñanza nos recordará en todo el proceso de aproximación, que hemos de vigilar si la atención está concentrada o dispersa, si hay que recolectarla, pues se fue por los cerros de úbeda, si hay que aumentar su nitidez, pues se ha vuelto floja, o hay que relajarla pues está demasiado tensa y el objeto de meditación se distorsiona por la tensión o por la tibieza.
Cada tradición sapiencial atesora y proporciona una diversidad de técnicas dentro de un marco adecuado, que es un ecosistema completo. La voluntad se va entrenando días, meses, años, porque realmente quiere conocer y ser lo que conoce. Se va familiarizando con el estado Noble al que aspira, puede ser el amor como un estado de religación con lo divino, o alguno de los nombres de la divinidad, si su tradición concibe lo divino como una Unidad que manifiesta distintos atributos, y repite sus Nombres y recuerda la enseñanza de que el Nombre es el Nombrado y cabalga con la Fuerza del Cielo hacia la unión con ese atributo, despejando, disolviendo mediante su técnica, método, el obstáculo principal que es siempre esa obsesión por uno mismo. Ese autocentramiento egoico, reactivo, taimado y astuto, que nos separa de lo que realmente somos, que impide el acceso al estado noble al que aspiramos. Toda técnica nos va limando, puliendo, purificando, extinguiendo, quitando lo que no somos para que lo que sea irradie sin trabas.
El mapa, la enseñanza, nos sigue guiando en todo el proceso, porque la recordamos, la volvemos a pasar por el corazón cada vez que flaqueamos y nos dice que esos estados de vislumbre que a veces acontecen son solo preámbulos, sigue habiendo una distancia sideral, de niveles entre el sujeto que está familiarizándose con el objeto noble que es ahora el centro de su atención adecuada, su concentración correcta, su esfuerzo adecuado, su visión correcta de hacia donde se encamina, porque lo hace, qué está en juego.
La cáscara de la experiencia dual ha de ser atravesada, los sentidos e incluso la propia mente han de ser trascendidos en un salto de nivel que la gracia otorga al noble de corazón. Habitar el estado de forma no conceptual y reconocerlo sin distancia y estabilizarlo será la etapa definitiva, para que realmente nos transforme y habitemos en un estado verdaderamente espiritual. Ya no nos sacia tener experiencias por muy hermosa definición que tengan, queremos habitar allí donde señalan, ya sabemos llegar, el mapa lo ha señalado y lo hemos recorrido mil veces, estamos ante la puerta y a veces, incluso entramos, y habitamos la realidad del estado con el que nos hemos familiarizado, y nos va penetrando hasta, si Dios quiere, llegar a una comunión
Pero para ello hace falta un tercer integrante en la ecuación, si la inteligencia manduca la verdad y la voluntad aprende a concentrarse en esa dimensión que las palabras de sabiduría señalan, falta que el corazón se enamore y ame conformarse con los atributos que esa Verdad señala.
Aparece la Verdad y el corazón quiere asemejársela y la honestidad y la sinceridad empieza a embellecer sus pasos de acción en su mundo cotidiano. Anhela la pureza, en medio del lodo, vislumbra el loto. Surge la Bondad y el corazón muere por ser generoso con todos los seres, incluso con un escorpión que está ahogándose en un océano de fuego. La Belleza se percibe y el contento por la inmensidad otorgada en un solo instante anula los deseos infinitos de la identidad que separa y goza de un Dios que se hace presente en cada instante. La Fuerza se hace presente y el corazón ya no quiere temer cuando teme y se vuelve vigilante de todos los obstáculos que pueden arruinar el jardín del alma y cabalga cada día por ese encuentro con el fondo de realidad que somos.
La virtud va vistiendo al ser con un cuerpo de luz que irradia su afirmación de que la Verdad es la que cura y la que sana el alma dividida y su amor es una apuesta total por aumentar su semejanza de esa imagen que reverbera en lo profundo y lo convoca. En ese punto de conformidad, con un carácter ennoblecido y anhelante, con la destreza que se ha adquirido y la fe, que es la inteligencia que aún no ve lo que sabe como a oscuras, la Gracia empieza a rondar, ama ser conocida y se aproxima. La cáscara puede partirse en cualquier instante, y la semilla oculta revelarse.
Es nuestro particular apocalipsis, la revelación de lo oculto. Si muere la cáscara y se transforma la semilla por la presencia de lo real en sucesivas absorciones meditativas, la técnica empezará a consumirse en un fuego que la reduce a cenizas a la vez que al sujeto que la blandía como espada de discernimiento. El asalto al cielo está llegando a un umbral de extinción de lo formal para saltar, si Dios quiere, a lo supraformal. Algunos lo llaman no-dualidad, otros comunión, otros unión. Aquí las palabras no importan, estallan en una polisemia infinita, todo significa todo.
La enseñanza, la barca salvadora, todo arde en un fuego inextinguible, pero de eso solo los iluminados pueden hablar con la autoridad, que a los pequeñuelos nos guía.
Beatriz Calvo Villoria
Si quieres apoyar mi labor de comunicación.
Por un periodismo con Alma