
La voz de la tierra
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1 septiembre, 2017Como no podía ser menos el libro Perlas sufíes, saber y sabor de Mevlâna Rûmî es una perla preciosa.
Una perla, que como dice su autor, Halil Bárcena, es “un destello de sabiduría que centellea aquí y allá” y parafraseando a Martin Lings: reverbera como la invocación del Nombre de Dios que “no es sólo la simple emisión de un sonido que se extiende horizontalmente por el mundo para llegar a perderse en la ligereza del aire, sino que suscita una continuidad de resonancias a través de todos los estados del ser.”
Esas resonancias-centellas, semejantes a rayos, de cada perla de Rûmî con la que se abre cada capítulo son realmente “la mínima expresión de lo máximo”, como dice Halil, del que se intuye, entre sus líneas, un buscador de perlas avezado, entrenado en un discipulado atemporal por el Maestro del Amor, al que sigue con fidelidad devota en cada una de sus palabras, pues cada una de sus huellas lingüísticas son traducidas directamente del persa, sin intermediarios con el amado Maestro, sin sucesivas traiciones del significado, consciente de lo que dice el Corán de que “una buena palabra es comparable a un buen árbol, de firmes raíces y ramas hacia el cielo”, por lo que hay que acercarse a ellas con los menos velos posibles y con el máximo de fidelidad y devoción al misterio que cada una encierra.
Halil nos facilita un acercamiento riguroso a esta cima de la espiritualidad universal, un rigor intelectual, que permite acercarse al maestro de Konya sin caer en el generalizado error de convertirle en un maestro universal del amor sin orígenes ni tradición religiosa, da fe de ello la advertencia contundente del prefacio: de que si alguien nacido de estos tiempos de confusión generalizada, en el que se quiere usar el Nombre de Dios en vano, quisiese, en este caso, usar el nombre de este Amigo de Dios para justificar, desde una universalidad mal entendida, la no religación del poeta con la senda revelada desde el Cielo, el Islam, que sepa de la maldición del maestro para aquel que niegue que Rûmî es siervo del Corán, polvo del camino de Muhámmad, esculpido a fuego y agua por una religión profundamente desconocida y denostada, por la ignorancia de la belleza que encierra.
Pues a la universalidad de Rûmî se llega por arriba, completando el sentido de las formas, ampliándolas y penetrando en su secreto hasta rebosarlas, único proceso por el que se puede trascender el valor simbólico y sagrado de las formas religiosas, pues están preñadas de la Inmanencia del Amado, y son concedidas como llaves para las cerraduras del alma, en una precisa y sabia economía espiritual.
Los ritos, las oraciones, el Libro, la Danza sagrada son como dice Dionisio Romero “receptáculos para la realización del misterio, son la máscara con que el hombre contornea su inmanencia abismal, son puentes lanzados desde el cielo para que ascendamos hacia ese Reino que se extiende más allá de cualquier forma. Son por lo tanto inagotables, fecundos, interminables en su recorrido, inmensos en su extensión intelectual, nunca están cerrados al sentido, sino abiertos a sentidos que ocultan otros sentidos, su lectura no solo garantizan la salvación sino que son la base para cualquier liberación.”
Rûmî desborda las formas religiosas en la superabundancia de la liberación y por eso toca el corazón de todo hombre.
Esta perla de libro sabe a sabor vivo de enseñanzas, de esas sendas hacia lo divino y tiene esa rara cualidad alquímica de ciertos libros de encender y, a veces, incendiar el deseo de ir más allá del más allá, como diría el Budha, o cualquier hombre despierto que haya recorrido el camino del desvelamiento. Tiene esa alquimia que el lenguaje animado por el espíritu de la coherencia de ser lo que se dice produce en la inteligencia.
Hay, en fin, una cierta transmutación mientras se degusta la hermenéutica de Halil para abrir la concha cerrada, esa herrumbre que no nos permite vislumbrar y/o reflejar los destellos de las perlas universales que hablan del único Yo que existe.
El libro está ilustrado por una colección de caligrafías de Halil Bárcena que practica también el arte de la letra sonora, de esos bellos puentes entre el hombre y Dios y nos va permitiendo reflexionar en imágenes sobre las verdades que medita en palabras, en ese sacar el agua del pozo que es la hermenéutica.
A lo largo del libro, de las reflexiones de Halil y los principales autores de la Filosofía Perennis con los que va cosiendo su tejido de palabras a una le nace en el alma ¡Quién pudiera vestir el tesoro del presente con este collar de perfecciones dibujadas musical y magistralmente por este maestro de la extinción del “que ha entrado dejándose fuera”¡ O como diría Sûstari:
Tras la extinción, he surgido, así soy
Ahora Eterno, pero no yo,
Aunque ¿quién soy, oh Yo, sino Yo?
Y una se contesta tras leer el libro que sólo se viste el collar precioso de las perlas de Rûmî encarnando su doctrina plena de belleza, conformando el corazón a las verdades que anuncia su poesía, pero no exenta del rigor de quien sabe que quien no viaja en la senda no se salva, no se sana de la terrible enfermedad del ego separado del hogar.
Como diría Rumi “lo que importa es ver; sólo quien ve se salva”. Y como explica Halil a continuación “La meta es ver, que aquí quiere decir conocer. Y conocer es ser, mientras que ser es vivir, que significa hacer que algo sea real en uno a base de convertirse en ello (tahqîq).”
“Si tus pensamientos son una rosa,
todo tú eres un jardín de rosas;
pero si son una espina,
todo tú serás leña para el fuego”
Rûmî
Herder ha editado en un precioso formato una joya perenne de sabiduría que nos recuerda lo único realmente necesario que hemos de realizar en esta vida pasajera y que no debemos olvidar: ser canales de gracia para el mundo, cañas huecas que permiten al Aliento recordarnos quienes somos.