Crónicas Bajo el manto de Teresa
1 septiembre, 2017Cristóbal Colón. Psicólogo y empresario
26 septiembre, 2017En reportajes anteriores hemos apuntado la importancia del parto natural como uno de los procesos esenciales para sembrar la primera semilla de conexión armoniosa con la naturaleza en el ser que nace a la vida. A continuación vendría la crianza, un tiempo en que se despliega un universo íntimo entre la criatura y los padres, especialmente la madre, gracias a la lactancia. Ambos padres desde distintos lugares, distintos polos, con lenguajes verbales y no verbales, trasmiten e irradian una información esencial, en forma de amor y cuidado que argamasa los cimientos de la futura identidad de un nuevo y único ser humano. Después, en una fase que se va superponiendo a medida que el bebé se abre al mundo circundante, a los otros, a la sociedad, surgiría la educación para desarrollar y perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño en todos los aspectos.
■ Claves para una educación sobre la naturaleza.
Aprender es algo natural, ligado a la vida misma. La educación (del latín educere “guiar”, “conducir” o educare “formar”, “instruir”) se define en los diccionarios como el proceso multidireccional mediante el cual se transmiten conocimientos, valores, costumbres y formas de actuar. Somos conscientes de que tocar el tema de la educación es demasiado vasto, casi un océano, donde miles de ríos de palabras y perspectivas desembocan formando olas inmensas de teorías. Hemos elegido centrarnos en la educación que los niños deberían recibir en relación con la naturaleza, conscientes del valor determinante que una buena pedagogía puede producir en el alma de nuestros hijos, extrayendo lo mejor de su ser, ya que ellos son la futura humanidad que navegará sobre la Tierra.
Como en otras ocasiones hemos dividido el tema en dos reportajes sucesivos dada la importancia meridiana que tiene la educación para vivir el presente con plenitud, sin socavar las posibilidades de las generaciones futuras. En esta primera entrega pondremos al descubierto el aspecto más intangible de lo que consideramos debe ser un acercamiento a la naturaleza, esa sutil comprensión que todas las tradiciones del planeta han atesorado acerca de la Unidad de todo lo creado. Aún siendo conscientes de la dificultad, de que nuestras sociedades actuales, atravesadas por una complejidad creciente, puedan abordar la educación desde esa mirada, no hemos querido dejar de señalar con nuestro dedo a la luna, y dejar bien marcadas las coordenadas de la estrella polar para los marineros más audaces.
En nuestro segundo reportaje descubriremos en qué punto se encuentra la educación medioambiental, también llamada educación para la sostenibilidad, educación ecológica, o de muchas otras formas, que indican la miríada de posibilidades de abordaje y buscaremos a los ejemplos más cercanos a esa visión unitaria, como la escuela de Fritjof Capra que nos señala que “el verdadero desafío educativo de nuestro tiempo es comprender el contexto ecológico de nuestras vidas, apreciar sus escalas y límites, reconocer los efectos de la acción humana y, sobre todo, ‘conectar los puntos’”.
Buscaremos entre todo ese ejército de seres que están haciendo algo por definir y estructurar un sistema pedagógico eficaz que permita a nuestros hijos, y no solo a ellos, comprender los principios ecológicos en los que se sustenta este planeta y que conmueva sus corazones para defenderlos con sus acciones.
■ La visión que une
En esta primera parte hemos dibujado, pues, los fundamentos desde los que habría que aproximarse a una educación sobre la naturaleza, para que esa aproximación no esté reducida por una visión científica, como puede ser la actual, que acumula información sobre el aspecto accidental de los fenómenos, datos cuantificables y que niega todo lo que la sobrepasa, o simplemente lo declara “incognoscible”. La madre naturaleza, tal como perciben algunos, está penetrada de misterios y niveles de significado. “Ver un mundo en un grano de arena, y el Cielo en una flor silvestre…”, según William Blake. O, como dice el Manifiesto Geosófico, “conocer la Naturaleza no es estar al tanto de sus procesos externos o saber designar los elementos parciales que la integran, sino captar la esencia que se oculta tras el fenómeno, atisbar su misterio, percibir su realidad sutil”.
Lanzaremos principios que sobrevuelen esa limitación de la cantidad, propia de nuestras ciencias modernas, en busca de la calidad, de esa sutileza intuida por otro tipo de ciencias como la cosmologías tradicionales y que pueden atravesar incluso la dificultad creciente de una naturaleza desplazada a los parque naturales, pues siempre nos quedará una naturaleza virgen a la que regresar, la de nuestra propia naturaleza humana, que cuando queda limpia de polvo y paja a través de una profunda transformación interior, nos permite actualizar esa relación de amor con la naturaleza en la que el cosmos vuelve a ser un orden armonioso y hermoso.
Defendemos este enfoque de señalar la luna mirando al Cielo porque creemos firmemente que la crisis ecológica actual pasa por una ignorancia esencial acerca del papel del hombre en la naturaleza y su relación con ella. “Mientras el hombre no comprenda la Naturaleza –en aquél su auténtico sentido– seguirá ignorando su realidad esencial y, por más datos que sobre ella pueda acumular, proseguirá su acción destructora, pues la inocencia animal nos está vedada y la destrucción acompaña fatalmente a la ignorancia.” Dice el mismo Manifiesto; por lo que una educación que descorra los velos acerca de nuestro lugar en el mundo es fundamental.
■ Maneras de comprender el mundo
Para descorrer los primeros velos que nos impiden ver la luna hemos jugado con una de las fábulas de Esopo, la de la tortuga y la liebre para hacer una aproximación a dos tipos de conocimientos o concepciones que hoy conviven en el planeta: la concepción moderna que permea el pensamiento propio de Occidente y del mundo globalizado por ese pensamiento, y la concepción tradicional, que aún pervive en algunos lugares de Oriente, y cuyos ecos resuenan aún en ciertas culturas indígenas, algunas ya casi desaparecidas, como la de los indios de las praderas, pero que viven en el imaginario colectivo en forma de poderosas imágenes cargadas de simbolismo, “¿Qué muchacho no desearía ser un indio por algún tiempo cuando piensa en la vida más libre del mundo?”, Charles A. Eastman (Ohiyesa), sioux Sant.
El conocimiento que ambos tipos de concepciones proporcionan es totalmente diferente, y como se trata de qué queremos inculcar en las generaciones futuras para que establezcan una relación armoniosa con la naturaleza, de la que depende su supervivencia y la de las sucesivas generaciones, necesitamos reflexionar sobre los medios más eficaces para enseñarles a amarla y a conocerla. Vamos a recorrer a través de esta fábula las características con que construyen una y otra ese conocimiento y que tipo de amor nace de cada una. La velocidad y la lentitud que dependen, en última instancia, del tempo interior en el que se mueve el alma o psique —naturaleza— parecen ser unas de las características más relevantes que las diferencian. Veamos por qué.
■ A la velocidad de la liebre
Los occidentales tienen el reloj, los orientales poseen el tiempo (proverbio árabe).
Una de las características principales de nuestro mundo actual es la aceleración, la rapidez, el cambio brusco, la inmediatez. Nos invade la prisa. Se tiene la experiencia de que las actividades nos superan y desbordan. En nuestra cultura ser lento es sinónimo de ser torpe, o inútil. Se impone la rapidez y la impaciencia, todo tiene que estar disponible “al instante”. Hoy en día una espera de quince segundos ante el ascensor se hace insoportable o por mucha banda ancha de la que se disponga, nos enerva que no aparezca rápidamente una página en internet. Los médicos señalan que los nuevos ritmos de vida están fomentando distintas patologías: desequilibrios metabólicos, trastornos digestivos, obesidad, insomnio, trastornos del sueño, déficit de atención etc. Hay un aumento de la agresividad, la competitividad y la sensación de vivir en un estado de alerta permanente; una tendencia a potenciar las “multitareas”, conducimos comiendo o comemos viendo la TV, una locura para cualquier sistema nervioso. Además los mismos avances tecnológicos que posibilitan las bases para potenciar la sociedad de la comunicación y del conocimiento, se están usando para producir una “sociedad de la fragmentación”, en las que las personas se alejan más unas de otras y se perciben cada vez más como extrañas. La homegeneización global de las masas a través de los medios de comunicación nunca había llegado tan lejos como hasta ahora.
Todos nos estamos acelerando, y lo que realmente va demasiado rápido es la irrupción de la tecnología, la cantidad de información inútil, el flujo de datos sin precedentes a la que hay que someterse para estar al día. Parece como si una inmensa red fuera envolviendo al planeta, entrelazando tecnologías de ultima generación, satélites, líneas de telefonía móvil, Internet, ordenadores, televisión en una matrix que parece tuvieran vida propia, casi como si fueran células vivas; una red que se está convirtiendo en un entramado técnico económico, provocando la necesidad imperiosa de estar alerta 24 horas al día, siete días a la semana, los 365 días del año; despertándonos con los e-mails o durmiendo con los móviles en la mesilla de noche. Está tejiéndose a alta velocidad el tiempo de un mundo que impide pararse y, como decía Milan Kundera: “Cuando las cosas suceden con tal rapidez, nadie puede estar seguro de nada. De nada en absoluto, ni siquiera de sí mismo”.
■ La mirada tecnológica
El ser humano está cambiando de la mano de una era tecnológica sin precedentes, este cambio es muy evidente en nuestros niños, muchos educadores advierten que nuestros hijos son incapaces de fijar la atención, que se aburren a los pocos minutos. Necesitan cambiar constantemente de actividad, muchos están afectados por una hiperactividad producida entre otras cosas por una sociedad veloz donde la televisión es uno de los pilares de su ocio; una tecnología que les sumerge en lo que los científicos denominan un estado no cognitivo hipnótico y letárgico o como dice Rose Goldsen, profesora de la Universidad de Cornell, en un aprendizaje nemónico; es decir, “aprender sin la participación consciente del sujeto. Un estado pasivo alfa que anula nuestros procesos mentales y destruye nuestros impulsos creativos”.
El profesor de hoy en día ha de ingeniarse continuamente para competir con ese mundo de la iconografía televisiva que queda gravada permanentemente en sus pequeños cerebros; más que enseñar tiene que actuar para llamar su atención, pero es difícil competir con la adicción que produce la velocidad trepidante de unas imágenes que se suceden en una línea temporal rota, del pasado al futuro, pasando por el mar a la montaña, de ahí al planeta Marte, o a una matanza de indios con todos los detalles posibles; de nuevo al ciberespacio y a los fondos abisales, con planos de visión imposibles para la mirada humana; y frente a esa velocidad mental en la que se ven inmersos sus cerebros, se encuentran por contraste la clase con sus mesas, sus sillas, sus paredes corrientes que no se deslizan o no se pueden atravesar como hacen sus superhéroes; con “sus sentimientos y pensamientos corrientes, sus vidas normales. Muy lento en comparación. Demasiado lento. Surge la angustia” (Jerry Mander).
En esta sociedad tecnologizada que celebra con alegría que los ordenadores sustituyan a los profesores en las tareas educativas, que permite que una información más sutil como la que entraña la relación tradicional profesor-alumno dé paso al contenido más rígido y objetivo, basado en datos, que corresponde a la relación máquina-usuario, y se asiente en sus aulas. En un mundo que se ha adaptado a unos ritmos que no son naturales, donde la naturaleza retrocede y queda fuera de nuestra conciencia, y esa distancia nos impide emocionalmente interesarnos por ella y se abre el camino para explotarla ¿qué educación sobre la naturaleza podemos encontrar?
■ A paso de tortuga
Regresemos a nuestra sabia fábula en la que la tortuga lentamente sigue su camino hacia la meta, la realización de su Sí mismo más verdadero, o del sentido de su existencia. Apenas tenemos espacio para señalar algunos principios generales que inspiraron a las visiones tradicionales sobre el orden natural y sobre el lugar que el hombre debía ocupar en él; para argumentar humildemente que la actual profanación de la naturaleza no se puede remediar sin recurrir a esos principios, y que, como dice Harry Oldmeadow, “podrían dar alguna esperanza donde el cientificismo moderno (la ideología de la ciencia moderna) ha fracasado tan espectacularmente”.
Escuchemos en las palabras de un indio de las praderas cómo estas culturas se sienten parte de una naturaleza llena de sabiduría, cómo su educación temprana en medio de una naturaleza virgen llena de sabor su vida:
El proceso de aprendizaje no se interrumpía jamás. El cuerpo y la mente crecían al unísono. Nadie podría imaginar lo mucho que se puede aprender aguzando la vista y el oído. El niño aprendía muy pronto que había una forma de sabiduría en todo lo que le rodeaba y que había muchas cosas que aprender. El vacío del mundo y este tipo de cosas no existían para nosotros. Incluso en el cielo era imposible encontrar un espacio vacío. La vida, visible o invisible, estaba en todas partes y todos los objetos poseían algo que podía resultarnos de utilidad, aunque fuesen las mismas piedras. Todo esto nos proporcionaba un gran interés por la vida. Y aunque uno no tuviera ninguna compañía humana, no se encontraba nunca solo… El mundo rebosaba tanta vida y sabiduría que un lakota no podía ser consciente de la soledad absoluta. (Luther Standing Bear, Jefe Oso Erguido, sioux oglala.)
Algunos antropólogos como Lévy-Bruhl u otros, consideran que este tipo de mentalidad primitiva es “prelógica” y que hay falsedad en su manera de explicar el mundo mediante símbolos. Pero otros autores, en cambio, más cercanos a esta cosmovisión, como Frithjof Schuon, nos señalan que “un pensamiento simbólico sin ser nunca ilógico es supralógico por cuando supera los límites de la razón y, por tanto, también los de las construcciones mentales, las dudas, las conclusiones y las hipótesis”. Para este autor la visión simbolista del cosmos es a priori “una perspectiva espontánea que ve las apariencias en su conexión con las esencias. Es decir, que no ve las cosas en superficie, sino sobre todo “en profundidad”. Veamos esa profundidad:
Y allí estaba yo, de pie, en la cumbre de la más alta de las montañas, y abajo, a mi alrededor, se encontraba el círculo del mundo. Y mientras allí estaba contemplé más de lo que puedo describir. Y comprendí mucho más de lo comprendido hasta entonces;
pues veía de un modo sagrado la forma de todas las cosas en el Espíritu, Y la Forma de todas las formas, como si todo estuviera unido, cual si fuera un único Ser.
Y contemplé cómo el círculo sagrado de mi pueblo era uno de los muchos que componen el Gran Circulo, amplio como la luz del día y como el fulgor de las estrellas en la noche;
y en su centro crecía un árbol majestuoso y florecido, para cobijar a todos los hijos de una misma Madre y de un mismo Padre, y ví que todo aquello era sagrado.
(Alce Negro).
■ La mirada mítica o el Ojo del corazón
Comprendemos que a la actual mente occidental, tan poco interiorizada, le resulte muy difícil penetrar en el sentido profundo de este párrafo. Son las palabras nacidas de un hombre conectado con la fuente de su ser, nacidas del conocimiento de una ciencia que va más allá de lo físico, que penetra lo invisible, y no podemos negar que esta concepción que requiere un tempo interior contemplativo desconocido para el hombre actual muestra retazos de una sabiduría que unifica al hombre con el Todo. Una unidad que garantiza la impecabilidad de un hombre que no dejará huella sobre la tierra porque la ama al sentirse uno con ella. “El resultado moral de tal perspectiva es una actitud respetuosa o incluso devocional para con la naturaleza virgen, ese santuario –cuya llave ha perdido Occidente desde la desaparición de las mitologías- que fortifica e inspira a aquellos de sus hijos que han conservado el espíritu de sus misterios.” Schuon.
Pero esta manera de “ver”, fatalmente “ha sido superada” por el hombre civilizado que desprecia condescendientemente la tosquedad del pensamiento primitivo, utilizando peyorativamente la palabra“mito” en la que se fundan esas culturas. “Con la Ilustración los hombres creyeron que la ciencia nos había librado por fin de los sueños infantiles.” Wolfgan Smith. Pero nadie negara que a pesar de las ventajas materiales de la vida moderna, nos hemos empobrecido de un modo evidente y hemos perdido el sentido de nuestra existencia y erramos como decía Nietzsche “a través de una nada infinita”. Para Wolfgan Smith en cambio“la perla de la verdad reside en el mito como en un santuario.( ) No debemos dejarnos desconcertar por el aspecto simplista del mito tradicional, su sentido crudamente literal, sino que debemos recordar que ese mito no habla a la mente analítica, sino al intelecto intuitivo, a veces llamado “el ojo del corazón”, facultad que por desgracia la civilización moderna ha tratado de ahogar por todos los medios”
Pero esta visión mítica del orden natural contrasta profundamente con la del hombre occidental actual, cuyos “mitos” científicos no tienen ningún misterio, ninguna referencia a reinos más elevados de la verdad, sus contenidos solo se despliegan en la planicie de la razón y niegan la posibilidad de otras ciencias, de otros niveles de comprensión. Como dicen los actuales críticos de la ciencia necesitamos una ciencia que honre y respete la unidad de todas la formas de vida, reconozca la interdependencia fundamental entre todos los fenómenos humanos y nos reconecte con la Tierra viva. Para esta visión, la naturaleza es una propiedad de la que puede gozarse o que se puede explotar, no es sino una “materia prima” condenada a la explotación industrial. Para Mircea Eliade en nuestra época secular “el cosmos se ha vuelto “opaco, inerte, mudo; no trasmite ningún mensaje, no tiene ninguna clave”. Así que el hombre vaga sin mapa de retorno a casa.
Para el hombre tradicional, en cambio, la naturaleza es un libro abierto lleno de símbolos que reflejan la elevada belleza, la profunda sabiduría y las infinitas posibilidades de existencia de su Autor. “Si le dijeran a un tibetano que el Kailâsa no es más que un bloque de piedra y tierra que tiene determinada altura y determinada circunferencia, respondería: ese bloque que podéis medir no es el Kailâsa.” La naturaleza es para ellos una escritura primordial donde analfabetos como los bosquimanos de África, aborígenes de Australia o los indios americanos leen el orden del mundo y su relación con él. De ahí surge su profunda sabiduría «ecológica», un íntimo conocimiento del mundo natural, que, por otra parte, saben aprovechar con mucha inteligencia para su sustento, sin destruirlo inútilmente y con un íntimo sentimiento de gratitud que manifiestan constantemente.
Al final de la carrera
Sabemos por Esopo que la tortuga ganó la carrera. Sabemos por la crisis actual en la que vivimos que la liebre perdió la carrera. Qué difícil para la mente moderna, para esa liebre veloz llena de prepotencia que busca su seguridad en una ciencia fragmentada y en una técnica que ha acelerado el mundo hasta límites enfermizos, llevando al colapso a todos los ordenes naturales, que el camino hacia delante deba ser también un camino hacia atrás, admitir que el mensaje intemporal de la naturaleza “se presenta como un viático espiritual de primera magnitud” y que la mirada tradicional, lenta y torpe supuestamente “superada” por la alta velocidad de sus tecnologías es esencial para iluminar de nuevo los signos escritos en los horizontes.
Repasemos pues las claves con los que la liebre y la tortuga avanzan hacia la meta según un esquema de Harry Olmeadow. “Primacía de lo espiritual frente a la primacía de lo material. Ciencias sagradas cualitativas, sintéticas y holísticas frente a ciencias cuantitativas, analíticas y fragmentarias. Formas naturales simbólicas y transparentes frente a formas mudas analíticas y opacas. Punto de vista sacramental frente a punto de vista profana. Relación recíproca y cooperativa con la naturaleza frente a relación explotadora y combativa con la naturaleza. Economías ecológicas y naturales frente a economías industriales y artificiales”.
Con este esquema sólo queremos resaltar la inevitable lucha que surge entre estas dos maneras de entender el mundo, y rescatar a la vez algunos de los fundamentos de la mirada tradicional que pueden servir como indicadores en una educación que enseñe la manera correcta de estar en el mundo en este Occidente moderno. Para poder utilizarlos se necesita un reconocimiento previo de que la raíz de la Crisis medioambiental está un profundo malestar espiritual que “el estado del mundo exterior no sólo corresponde al estado general de las almas de los hombres; también, en cierto sentido, depende de ese estado, ya que el hombre es el pontífice del mundo exterior. Así pues, la corrupción del hombre debe afectar al todo…” Martin Lings. Sin este ejercicio de sinceridad y humildad no estaremos en disposición de empezar a curarnos de esta enfermedad del alma que está arrasando con la Madre naturaleza a través de dogmas tan peligrosos como el consumismo, el desarrollo, el crecimiento económico, o el industrialismos que tienen cegado el ojo del Corazón del hombre civilizado.
Una vez más le cedemos la palabra a un indio de las praderas, para entender porque su cosmología sagrada gana nuestra carrera simbólica, aunque en la historia perdiera ante el afán civilizatorio de la codicia: “La Paz…. Entra en las almas de los hombres cuando estos se dan cuenta de su relación, de su unidad, con el universo y todos sus poderes, y cuando comprenden que en el centro del Universo mora Wakan-Tanka (el Gran Espíritu) y que este centro está en realidad en todas partes, está dentro de cada uno de nosotros”. Joseph Epes Brown. Es difícil encontrar en las ciencias actuales, tan llenas de relatividad y de interrogantes, por muy precisas que sean en sus datos, o muy adelantadas como la física cuántica que fue la primera en reconocer la interdependencia fundamental de todos los fenómenos naturales, una visión del cosmos tan integradora y que ilumine de forma tan sencilla el correcto caminar en el mundo, uniendo conocimiento y corazón en una andadura sobre la tierra llena de respeto, asombro y amor.
Volver a las Fuentes
Con esta fábula solo hemos querido exponer que el modo en que concebimos el mundo configura el modo en que nos relacionamos con él o como decía Emerson “el modo de ver la naturaleza que tiene cualquier pueblo determina todas sus instituciones”. Que la visón moderna, esa liebre veloz llena de sí misma es una manera errónea de estar en el mundo a la vista de la actual crisis ecológica, pues nos hace sentirnos separados y por encima de la naturaleza sin apenas relación con lo que nos sostiene y rodea y por lo tanto autorizados a explotarla extendiendo nuestro poder y dominio sobre el universo en un anhelo de progreso,“conquistarla y someterla, estremeciéndola en sus fundamentos” como decía Francis Bacón uno de los padres de la revolución científica, alabando el poder de la tecnología sobre la Naturaleza, o más recientemente uno de los padres de la genética, “guerra colonial contra la naturaleza”.
Por la tanto para tener una relación sana con la naturaleza, no de dominación sino de inclusión integradora, para educar a nuestras generaciones futuras de hombres sobre la tierra, necesitamos una nueva visión del mundo, una nueva ciencia de la naturaleza, una ciencia que ya hemos señalado, existía en las civilizaciones tradicionales y que podría renacer para “abrazar e integrar las actuales ciencias de la naturaleza una vez despojadas de sus postulados racionalistas y reducionistas”. S. Hussein Nasr
Sin esta visión integradora y unitiva que nace de un tempo interior acorde a los ritmos de la naturaleza, y de un silencio contemplativo que la acelerada mente occidental ha dejado en el camino, cualquier educación ambiental servirá, por supuesto, para paliar los efectos de la degradación, que no es poco, pero no para transformar la mentalidad del hombre que degrada; que degrada porque se ha degradado a si mismo de la función primordial que cumplía en el cosmos.
Si queremos realmente enseñar a amar a nuestros hijos la Naturaleza tenemos que despertar de esta ceguera colectiva que niega que no hay otro conocimiento de la naturaleza salvo el conocimiento científico y empezar a recordar que el conocimiento físico de la anatomía de un tigre no agota otro tipo de conocimiento sobre el tigre y que el resultado de esta visión nos hace vivir con las demás criaturas no sólo por necesidad sino también por nuestro propio bienestar espiritual al reconocer el profundo nexo interior que tenemos con el entorno cósmico que nos rodea.
Beatriz Calvo Villoria