Ángeles y demonios
22 enero, 2016La vida buena
6 febrero, 2016A medida que las hoces del Cabriel, empezaron a señalarme que ya llegábamos a la perla que esconde esta reserva natural, una alegría chispeante empezó a manar como torrentes entre las venas de mi sangre. Hacía once años que no volvía a Luz Serena, veinteseis desde que realicé mi primera seshin con Dokusho Villalba y la vida tuvo a bien otorgarme mi primer Amigo de Bien, un Kulamitra, que dicen en el Zen. Aquella primera seshin de diez días y horas interminables de meditación, que prometían acabar con mis tobillos y con mi resistencia, transformaron mi alma para siempre. Con veintiún años recién cumplidos recibí por primera vez la enseñanza que buscaba desesperadamente desde siempre: porqué sufrimos y cuáles son las causas de la felicidad que anhelaba profundamente. Buda y sus Cuatro Nobles Verdades le dieron sentido a un sufrimiento existencial que hasta ese momento no tenía nombre.
Se despertó, ya para siempre, un fuerte anhelo de Despertar, como un regalo del Cielo de la trascendencia que transformó el sentido de mi vida y la dotó de un propósito. Luz Serena se convirtió entonces en mi imaginario, en la primera matriz que me parió a la vida de la búsqueda espiritual y aunque nunca tome refugio en las Tres Joyas del Budismo, pues mi destino confesional se iba a refugiar en otra tradición, la gratitud hacia lo que se ha amado se hizo, como el amor verdadero, eterna y trasciende los tiempos y los espacios de este samsara. Buda sería mi primer maestro, el Gran Cirujano de la Mente que empezó a operar en una aflicción intensa, que no se curaba con la vida sino con la iluminación de la vida.
Veintiséis años después de búsquedas y encuentros Luz Serena aparecía tras una última curva, que aún recordaba como esa bahía amable que permite al marinero volver a tierra segura, el paso hacia el interior. Hacía apenas cuatro meses que había acabado el Experto en Mindfulness en Contexto de Salud de la Universidad Complutense y mi vida se había precipitado en un nuevo ciclo, en el que la palabra servicio para aliviar el sufrimiento presidía mi ocupación en el mundo.
Acaba de perder mi anterior ciclo en un incendio que lo devoró todo, después de 26 años de vivir en las montañas Madrid me recibía con la mano delante y la mano detrás, de nuevo estaba virgen para ser preñada por la confianza en que la vida sabia nos coloca siempre en el lugar adecuado, si la dejamos, y que nos va proveyendo de los recursos, de las pruebas necesarias para no dormir ese anhelo del despertar, único motor real de la vida. Abrí un centro para recordar lo único realmente necesario, Sati lo llamé, y en menos de cuatro meses tenía lista de espera de personas con verdadera necesidad de algo que les parase internamente, que les reconciliase con un combate ontológico que se libra en cada hombre.
Adapté mindfulness a mi propia perspectiva, que es tradicional, y usaba la metáfora de que mis talleres eran el humilde zaguán en el que uno se quita las primeras capas, el abrigo, los zapatos manchados de mundo para prepararse para entrar en moradas más interiores, donde van sobrando cada vez más las capas de ropajes, velos y máscaras con las que la estructura egocéntrica se reviste para sobrevivir a la intemperie del olvido de su auténtica naturaleza, pero que mindfulness era insuficiente para aliviar la raíz profunda de la aflicción que el hombre dormido lleva en su alma, la de quien se está quemando en un océano de fuego sin saberlo. Insistía que un camino de transformación radical necesita de tres elementos: una verdad a la que la inteligencia pueda ir adhiriéndose y que le permita distinguir lo real de lo ilusorio; una vía que permita concentrarse en lo real y un cuerpo ético que conforme el continente de la mente al contenido que pretende realizar y que eso, al día de hoy, sólo se encuentra, desde mi pequeña visión en una Tradición.
Insistía una y otra vez para no llevar a engaño que MF era sólo uno de los ocho elementos del Noble Sendero Octúple del Buda que llevan a la liberación y que no fue diseñado para quitar el estrés, aunque su poder era tal, ya que había sido enseñado para alcanzar las más altas cumbres de la seidad, que aun haciéndolo fuera del marco, podía producir verdaderas revoluciones en la vida del que se acercaba para aliviar el malestar de vivir en una sociedad enferma, pues vive en el olvido de lo único realmente necesario.
Y así fue, varios de mis alumnos empezaron a cuestionarse sus modos de vida, sus relaciones consigo mismos y con los demás, y a medida que acababan las intervenciones de siete semanas me pedían más, pero del mindfulness no se puede sacar más sino se lo reviste de una visión correcta, de un pensamiento correcto, una palabra recta, una acción correcta, una forma de vida correcta, un esfuerzo correcto, una concentración correcta. Incluso puede resultar perjudicial, pues deja la obra alquímica de la realización a medias, y la persona se hace más consciente de su sufrimiento, se sensibiliza al malestar de la cultura en la que vive, empieza a perder la identidad que le sustentaba, pero le faltan herramientas para desarraigar lo que parece indesarraigable, su mente de mono loco de multiplicidades escindidas.
Uno de mis maestros siempre insiste que el sufrimiento que experimenta la mente, la psique, sólo puede conocerse a partir de algo que la trascienda, sin una visión correcta, una sabiduría justa los hombre no pueden superar su subjetividad, su egocentrismo. La voluntad de un hombre en la aplicación de un método como la meditación no puede superar el egoísmo si la inteligencia que le guía no sobrepasara esencialmente a la psique, si en su esencia no trascendiera el plano de los fenómenos, tanto interiores como exteriores. Ese es el papel de las verdades dadas “desde arriba”.
Así que sentí que necesitaba profundizar en la Nobles Verdades del Buda que dio desde la altura de su liberación; fortalecer la raíz de la que manaba el árbol del budismo, del que se había extraído savia de una de sus ramas, pues varios aspectos del mindfulness secular creaban confusión, como el no juzgar la experiencia, la aceptación radical de los pensamientos y emociones aflictivos, que no los transforma en virtudes; el peligro de la compasión sin intelección, excesivamente sentimental…
Sentía temor de despertar a los alumnos, que venían a quitarse el estrés, a la realidad de un océano de fuego, que es estar desperdiciando el don de la existencia para veleidades egoicas, de un felicismo estéril e impermanente sin pertrecharles minimamente con las armas de cierta visión encuadradora del proceso y de un cuerpo de virtud.
Me sentía tan responsable que le pedí al Cielo nuevos elementos doctrinales y metódicos para seguir amueblando mi humilde zaguán de los primeros pasos. Y Luz Serena y Dokusho Villalba volvieron a aparecer en mi vida como respuesta.
La entrada de Luz Serena me recibió con esa humildad del guijarro blanco y mi alegría empezó a tocar tambores sobre el lienzo del corazón. Había nuevos edificios, la carpa ya no estaba, pero ese silencio elocuente lo permeaba todo, ese espacio consagrado al Despertar impregnaba cada hueco y casi corriendo fui a saludar al lugar en uno de los espacios que más me significaban. Camino a la explanada del círculo, donde desde hace décadas se dibuja una y otra vez el futuro templo encontré una figura del Buda y me arrodille ante la belleza de su sonrisa serena, que hablaba en medio de la quietud del bosque del tesoro escondido en cada uno, giré a su alrededor como las agujas del reloj, rondándole por las cuatro direcciones y me arrodillé en devoción ante lo que simbolizaba.
En el círculo volví a sentir la arena roja bajo mis rodillas y allí permanecí en alegría serena hasta que la secretaría abrió sus puertas para recibirnos e iniciar los primeros pasos en un nuevo compromiso. Formarme como Monitora de Atención Plena bajo la tutela de Dokusho Villalba. Acaba de cruzar la puerta de su nuevo proyecto: La Escuela de Atención Plena .
Sesenta y seis personas formábamos un círculo en el que presentamos nuestra motivación, intenté a escuchar a cada uno con atención plena, eran 66 espejos en los que conocerse. Cada historia, cada rostro, cada ser nos devuelve siempre la posibilidad de explorar nuestros prejuicios, nuestras tendencias, nuestras preferencias, nuestros sesgos, la calidad de nuestra empatía y también 66 espejos donde reconocer un único verso, un único reflejo, una humanidad compartida hecha de los mismos anhelos de plenitud y felicidad.
La cena exquisita, la noche hermosa plagada también de sus pruebas, el dormir en común 30 mujeres con sus ronquidos pone a prueba la paciencia y la capacidad de enfoque y desenfoque a voluntad, del que la mayoría adolecemos.
Con las primeras luces del alba corrí, antes de ir a la meditación, a visitar mi otro sacrosanto lugar: una peña que se asoma como balcón salvaje a las hoces, donde encontré un nuevo Buda recordándome lo único realmente necesario, las nieblas dibujaban sumi-es en cada parpadeo de mi retina y el gozo invadió mi corazón ante la belleza serena de el único ambiente apropiado para el hombre verdadero, la naturaleza y si es virgen, éxtasis asegurado.
La primera meditación en el bendito dojo en el que pasé unas cuantas seshins, después de la primera, me hacía sentir en casa. Entrar en un dojo consagrado a la iluminación es volver a casa, es desprenderse una capa de mundo por el mérito de su mera atmósfera. La postura sedente llena de su majestad y belleza estaba repartida en muchos de los compañeros de este nuevo viaje y pasaron volando los minutos mientras la rendija de ojo que hay que dejar abierta me hablaba del avance inamovible de la luz, del amanecer y del paso inexorable de la vida.
Caminamos en fila india, sin dejar huella, como dicen los indios de la praderas, para que el enemigo del olvido no te encuentre, sintiendo el cuerpo levantarse en la bendita fuerza de la ascensión, que proyecta el músculo hacia arriba; sintiendo el cuerpo en la bendita fuerza que lo abaja, y la respiración dotando al movimiento de su fuerza, de su sangre oxigenada. Pasear en Luz Serena después de un año y medio en el exilio de la ciudad me parecía realmente una bendición, un regalo del cielo: silencio, naturaleza, hermanos de camino, un guía, el sonido del recuerdo en la campana.
En la primera sesión se llevó a cabo una breve ceremonia de entrega del compromiso firmado por parte de todos los participantes tras la lectura del texto que recoge los puntos a que nos comprometíamos. Dokusho nos miró a los ojos uno a uno mientras nos pregunta si aceptábamos y uno contestaba con el color de su compromiso: Acepto.
La primera clase me la bebí entera, creo que ni parpadee para digerir cada palabra, muchas de mis investigaciones acerca de la etimología de la palabra mindfulness eran corroboradas, la confusión entre atención pura y atención plena eran diseccionadas por treinta y siete años de estudio y de práctica de Dokusho; Alan Wallace me había puesto en la pista de una confusión de términos producida por lo que un amigo llama el “budismo protestante” de el movimiento vipassana, que como el concilio Vaticano en el catolicismo, quiso acercarse a los laicos, perdiendo en el camino las dimensiones más verticales, que son las que realmente pueden liberan del sufrimiento; pues entrenar la atención, que acontece en el instante en que el órgano del sentido entra en contacto con el objeto de los sentidos, antes de que se produzca la identificación, que implica una separación entre sujeto y objeto y que permite la observación para discernir qué tipo de fenómeno emerge es una practica éticamente neutra, no lleva como la atención plena correcta a la cesación del sufrimiento, pues en esta práctica de la atención pura todas las enseñanzas sobre sabiduría, concentración y ética resultan irrelevantes.
Esa atención pura es muy loada entre los grupos neoadvaitines dando a veces casos de perdida de realidad, en las que las personas entran en una especie de quietismo interior, no exento de gozo, pero que alelados en la textura de un peldaño olvidan a dónde baja y sube la escalera, lo que les hace perder la perspectiva de la realidad en su completud, donde la forma en que ejecutamos el pago de nuestras facturas tiene el mismo valor sacramental que contemplar la vela de una llama. Para Dokusho la atención pura que es más parecida a la definición de MF no es imprescindible para el proceso de la liberación.
Mi perspectiva es más parecida al budismo de la Tierra Pura por eso no todo lo que Dokusho sirvió en la mesa con exquisito tacto secular para distinguir el marco de creencias y practicas religiosas del marco cognitivo-ético en el que la Atención plena fue enseñada lo digerí como alimento, y dejé de lado las visiones que me alejaban de mis objetivos superiores.
Entendía el propósito general de esta nueva Escuela que utiliza la estructura del MBSR de Jon Kabat Zinn con elementos budistas que la profundizan, pero sin desarrollar la doctrina, sino pivotando, sobre todo, en los elementos técnicos, cognitivos y éticos para llevar la atención a todo el mundo y no dejar fuera del regalo, que supone cultivar esta habilidad innata en todo ser human -que es la atención plena-, y que cultivada puede dotar a la vida de una mayor plenitud, a las personas que los elementos doctrinales de las tradiciones pueden dificultarles el acceso por falta de comprensión o incluso prejuicio cultural. Pero difería que para ello haya que quitarle el valor a las formas, ritos, símbolos religiosos, que finalmente forman parte de ese último elemento que abraza los senderos, ya sean óctuples o trinitarios, que es la atmósfera que el símbolo y el rito como especialidad simbólica produce, una atmósfera o ambiente externo que repercute directamente en el ambiente interno.
Quizá es difícil para el hombre profano, el que decide quedarse delante del templo de las confesiones religiosas, sin entrar en sus estructuras doctrinales, sapienciales entender que el hombre espiritual tiene en «lo formal su oratorio, el soporte de su recuerdo y el alimento de su exilio. Que lo formal, es decir; el Libro, la liturgia, el rito, los ciclos anuales y sagrados, la Tradición, las oraciones canónicas transpersonales, la oración interiorizante personal, los objetos sagrados, el templo, el icono, etc. Son receptáculos para la realización del misterio, son la máscara con que el hombre contornea su inmanencia abismal, son puentes lanzados desde el cielo para que ascendamos hacia ese Reino que se extiende más allá de cualquier forma. Son por lo tanto inagotables, fecundos, interminables en su recorrido, inmensos en su extensión intelectual, nunca están cerrados al sentido, sino abiertos a sentidos que ocultan otros sentidos, su lectura no solo garantizan la salvación sino que son la base para cualquier liberación.” Como dice mi amigo Dionisio Romero.
Así que mientras escuchaba a Dokusho presentar la atención Plena fuera del marco religioso del Budismos seguía pensando que la salvación y la liberación no pueden producirse en sus máximas expresiones de “más allá del más allá hasta la consumación última” sin ese soporte formal que las confesiones religiosas han producido durante siglos de actualización del mensaje revelado. Y aunque los ocho elementos del Noble Sendero sean explicitados como esta Escuela ha decido hacerlo, traduciéndolos al común de los mortales como «prácticas coadyuvantes», que como bromeaba Dokusho parece más científico y galano, no es necesario quitarle ni un ápice de su valor a lo confesional por el hecho de que la compasión hacia el sufrimiento inmenso en el que vive lo humano no realizado nos obligue a bajar a la Plaza del Mercado y adecuar nuestros lenguajes.
Que no nos quiten los que buscan más plenitud en la dimensión horizontal de la vida, la belleza profunda de la plenitud vertical, que implica la muerte de una identidad egoica y separada que aborrece la muerte, y un sentido de la belleza en las formas y en las atmósferas con las que ha de vestirse para hacer estallar poéticas como la de la majestuosidad de la humildad que acontece en la postración, la que recorre todas las tradiciones como un símbolo de la objetividad de que no somos nada ante el Misterio de la Budeidad.
La segunda sesión de la tarde fue una bendición, la mente del principiante vino a mi rescate pues hacia tantos años que no contaba respiraciones que me pareció prudente no ponerme a juzgar la conveniencia o no regresar a esa práctica cuando los últimos doce años de mi vida usaban otras pedagogías de concentración de la atención, que yo consideraba más elevadas o más adecuadas para el grado de disipación del hombre contemporáneo. Así que con todo mi corazón, inteligencia y voluntad me apliqué a la tarea para ver que me traía la noticia de este retorno a mi primera infancia.
La teoría de la mañana empezó a ser recordada en cuanto me senté e inicié la primera respiración, recordé que uno de los sentido de sati, para algunos autores es la remembranza de la enseñanza, del dharma, y saboreaba con gozo de comprensión la clave que Dokusho había dado sobre la atención plena como un foco que ilumina los tres tiempos ficticios del pasado presente y futuro, y que la atención plena podía enfocar cada uno esos tres tiempos, aunque en realidad esa distinción era conceptual, porque instante tras instante lo que se desenvolvía ante la atención era un trenzado de tiempos indistinguibles, pues las hebras de uno y otro eran como el trazado de un continuum sin bordes ni fronteras y lo único fijo o motor inmóvil de ese permanente fluir fuera la conciencia como útero, que acoge los hijos de los tiempos.
La técnica consistía en contar respiraciones para aprender a enfocar en la respiración en el cuerpo. Mi cuerpo empezó a respirar y al final de la espiración se anotaba mentalmente uno, y después dos, hasta cinco, pero lo importante no era el número, la nota de pie de página del libro de la respiración que estaba escribiendo estrofas de expansiones y relajaciones en el tórax, en el abdomen, en todo el cuerpo que respiraba, con respiraciones profundas o con respiraciones cortas sino ese texto hecho de sensaciones que hablaban de nuestras restricciones en el diafragma, de nuestra avaricia de aire, de nuestra incapacidad de soltar el que ya no necesitábamos por miedo a quedarnos sin…. la vida, de la impermanencia de ese batir de olas, cambiante, interdependiente…
Bucear con la escafandra de la percepción pura en la siguiente ola de la expiración y ver como soltaba en la playa apacible de la apnea, del espacio de silencio respiratorio lo que sobraba y mentalmente volver a numerar, no perder el hilo que iba cosiendo las perlas, la atención. Cuando se acababa de realizar la quinta respiración, uno contabilizaba que llevaba un ramillete de cinco respiraciones. Aquí es donde empezaba el trenzado de la atención plena con los tres tiempos, la prospección de la atención plena al pasado tenía que recordar a cada momento que llevaba ya un ramo de cinco flores y que las nuevas cinco respiraciones supondrían un segundo ramillete, que solo sabríamos que era el segundo si nuestra atención estaba atenta al pasado de que ya llevábamos uno, y a la vez la atención se desplegaba en el presente de cada elevación y cada descanso del cuerpo, contando cada una en el presente que acontecía, mientras no se perdía la prospección del futuro al que se dirigía la práctica.
Era una experimentación de la teoría que me fascinó tanto que no perdí ni una sola expiración y me alcé con un ramillete de tres ramos que casi envanece a mi ego, al que le recordé que el fuego de sesentaiseis personas meditando tenían el mérito de mi concentración, el fuego que encendimos entre todos era evidente por su luz y su calor. Entré en una interiorización tal que casi no puede soltar palabra en la cena, en el que teníamos ya permiso para hablar.
El alba volvió a desplegar la luz serena en el ambiente y esta vez corrí, antes de la meditación, para tocarle la flauta al amado maestro, Buda seguía allí, rodeado de pinos altos y pequeños y su presencia era tan viva que toqué para él como único espectador, más algún pajarillo que andaba escuchando, que eso también se siente cuando eres de naturaleza silvestre. Toqué cada nota como si fuera única perdiéndome en su sentido, en sus graves, en sus agudos, en su trinar de pájaro o en su imitación del viento, viendo como la posición de los pies, la fuerza de los cuadriceps proyectaba el sonido con más o menos intensidad, toqué hasta que alguien llegó y me dio pudor enseñar tanta desnudez y amor sonoro.
Después de nuevo meditar, atestiguar que la mente del principiante es de las actitudes más difíciles de mantener, el asombro de la primera vez se pierde tras el primer beso, y el beso amoroso del aire tenía lapsus en los que no era atendido, y caer en el olvido lavó mi orgullo del día anterior, en la santa humildad de comprender que jiriki -el poder de uno- está intimamente unido al -poder del Otro-, tariki, la gracia, y que la gracia acontece o no acontece y eso forma parte del misterio.
Después de comer solo quería volver a la roca a dormitar la comida al aire y al cielo, a la roca y la pinada, pero había alguien así que caminé más allá, más adentro, lo suficientemente lejos para no molestar con mi flauta. Le toqué esta vez a la amada Luz Serena las notas de mi nueva vida, mientras descansaba la espalda directamente sobre la tierra y el cielo hacia de manta. Ella me devolvió un poema que salió inspirado como una flecha que no pude detener, pues traducía literalmente la experiencia; tuve que memorizarlo pues no llevaba lapicero para guardarlo:
Luz serena, luz bendita
Que iluminas las sendas de lo intangible
esas en las que el azul límpido del cielo
Estalla apertura sobre el pecho expandido
Ese que al contemplar la belleza de la inmensidad se dilata y acoge.
Luz serena, luz bendita
Que traduces los mensajes del viento
En las hoces viejas del Cabriel
Que arrullando van quejíos sobre las copas
cimbreándolas en éxtasis de roces y amoríos
Cópulas cotidianas entre el Cielo y la Tierra
a lomos del espíritu impetuoso
Que no cesa, que no calla
En un pródigo verbo de aire
que preña más allá de los oídos
Luz Serena, luz bendita
Que enciendes el fuego de la gratitud
en el corazón que se vacía de sí
poco a poco
A golpe de cincel de un elocuente silencio.
Quise leerlo en la despedida del primer módulo, pero me dio pudor y me quedé recolectando las palabras de mi pequeña nacida nueva familia, que hablaban de la experiencia, y todas apuntaban a una misma emoción que es virtud: gratitud, gratitud, gratitud. Mientras los ojos rasgados de Dokusho cosechaban los frutos de una vida al servicio.
En Gasho
Texto: Beatriz Calvo Villoria
Imágenes: Víctor Gibello Bravo. PhotoZen
4 Comments
Gracias Beatriz por tus bellas palabras. Yo soy la persona que estaba en la Roca, para mí también es un sitio muy especial y aprovechaba cada día para ir allí después de la comida. Nos cruzamos brevemente en el camino, llevabas tu flauta y sentí que eres muy especial. Y ahora leyendote me has tocado el corazón, estoy soltando lágrimas, algo que no suelo hacer, por eso te doy las GRACIAS por conectarme con mi alma. Namaste
Muchas gracias por abrir tu corazón ante las palabras del mío, que hermoso es el poder de la palabra, el Bien tiende a comunicarse pues sabe que resonará en miles de cuevas donde dormita el corazón. Tus lágrimas son bendición.
Querida Beatriz, bendita tú por poder describir con tanta belleza y esmero un fin de semana que fue muy sentido y excepcional. Agradecida de haberlo compartido contigo desde y hasta Madrid. Un abrazo de corazón a corazón. Cintia.
Querida Cintia, para mi fue también una bendición que el viaje se iniciase contigo y nuestra nueva amiga gallega, gracias por apreciar mi mirada al contar una experiencia compartida.