
Blanco y negro, Sebastião Salgado.
27 mayo, 2025
Los bosques que nos roban los incendios
4 septiembre, 2025Arden las redes, como arde España, como arde de impotencia el pueblo mal gobernado por ideologías de izquierdas y de derechas, las dos marionetas políticas en manos del tirititero sistema engolfado en el dinero.
Es muy difícil resumir en un pequeño artículo tantas cosas que nos han llevado a esta debacle, pero están más allá de esa paralizante dialéctica de izquierdas y derechas. Cada uno desde su progromo ideológico, con reduccionismos de una verdad que hay saber escuchar en todas partes.
Unos dicen que es el «cambio climático» y con eso eluden todas las responsabilidades de una gestión nefasta, otros dices que es la agenda 2030 y no analizan la multicausalidad compleja que hay detrás de todos estos incendios. Pero si tuviera que señalar una sola es esta:
La desaparición de la cultura rural, heredera de los oficios que mantenían el mosaico que forma España, por parte de políticas españolas e europeas que durante los últimos siglos, las primeras, y los últimos años las segundas han vaciado el 90 por ciento del territorio español que es rural, concentrando en las ciudades a la población que se alimenta, no lo olvidemos de lo que produce esa España vaciada.
La demolición realizada con premeditación y alevosía contra la cultura rural es un hecho, la cultura rural, al igual que las culturas tradicionales, ha perdido su contexto vital, los eslabones de la tradición oral se han roto y la sabiduría se encuentra relegada a unos pocos, que desaparecen día a día. No hay relevo generacional, y el puente que podrían hacer las generaciones más jóvenes, y algunas lo intentan por vocación y linaje, son asfixiadas en una hidra burocrática de mil cabezas, propia del estado de leviatán en el que se han convertidos los gobiernos, tanto autonómicos como estatales.
El mundo rural tan denostado por los ciudadanos, que lo humillaron y lo definieron con adjetivos peyorativos durante siglos, (chismorreo, beatería, analfabetismo, rudeza, trabajo extenuante, sin horizontes; «inculto, tosco, apegado a cosas lugareñas», dice el diccionario de la Real Academia) y que ha sufrido el acoso y derribo por parte de las instituciones de la civitas a lo largo de la historia, es quien nos daba de comer y lo han demolido con normativas dictadas en despachos de cristal y cubriendo los intereses de lobbys que ejecutan presiones como mafias en los despachos de Bruselas.
Los pueblos han sido antipáticos para las ciudades que irracionalmente devoran los recursos de los campos sin reconocer la valía del campesinado que les alimenta, y que, desde la adoración a la máquina, ha dejado de ser imprescindible; mientras, y a su vez, las máquinas han troquelado para siempre la belleza con la que el hombre hacía las cosas para su uso y su placer.
Pero este rapto y delito acaba aniquilando al propio Caín, que muere de éxito en su apropiación del espacio para poseer todas su fantasías materialistas, y, en el desmantelamiento de la cultura que guardaba, la tierra se expone ―por poner sólo un pequeño ejemplo de actualidad, y en la dimensión más práctica― a que todos los bosques se incendien, hecho provocado en último término por la pérdida de los criterios tradicionales de conservación del bosque que los rurales tenían. Las actividades rurales son productoras y mantenedoras de los tesoros naturales que tanto se aprecian desde las ciudades: «El hombre tradicional era el mejor conservador de la naturaleza puesto que, por un lado, era consciente de su valor sagrado que le superaba mientras que, por otro, le mantenía” (Jesús García Varela).
Para muchos, el abandono del campo con todas las consecuencias nefastas para la biodiversidad y para la sociedad en general, que pierde una cultura de referencia para afrontar crisis como la actual, ha sido forzado, incluso diseñado ―y como comenta Félix Rodrigo el diseño de su derrota viene de antaño― por un Estado que fue cobrando fuerza e identidad a lo largo de los siglos. En una época más reciente, tras la pérdida de las colonias, ese Estado quiso convertirse en Imperio, para lo que hacían falta armas y utensilios para el progreso y la modernidad en ciernes, es decir, fábricas y obreros que trabajasen; y esa mano de obra que trabajaba los campos era idónea, si se les quitaba primero esa estúpida autonomía para autogestionárselo todo, que les daba un carácter indómito, una voluntad propia, una inteligencia natural, un sentido moral y una valentía que dificultaba cualquier proceso de adoctrinamiento. Así lo demuestran las sucesivas revueltas que desde el campo ha habido a lo largo de nuestra historia, siempre ante los abusos de un poder ajeno, al que siempre miraron con recelo, pues crecía al amparo de todo lo que ellos despreciaban.
¿Y como lograron modelar esa cultura? Se consiguió a fuerza de decretos, persuasión y represión. Provocando que ellos mismos despreciaran su valía, sus saberes (que abarcaban, medicina y farmacopea popular, oficios, agricultura, ganadería, música, danza…) Parafraseando el análisis de Félix Rodrigo en su libro Naturaleza, Ruralidad y Civilización fue a través de los medios de comunicación de masas, primero la radio, después el cine y posteriormente la televisión: a la par que despreciaban su mundo «retrógrado» y «anticuado», trazaban el camino dorado hacia las ciudades donde, en vez del paraíso prometido, la mayoría de ellos se hacinarían por millares en las deprimentes barriadas obreras, junto a las insalubres fábricas; cambiando la libertad de la autogestión por la sumisión a la máquina, y sus herramientas manuales de medidas humanas por el maquinismo feroz y deshumanizante.
Contaron también con la ayuda de los maestros, como indicaba Caro Baroja en sus Estudios sobre la vida tradicional, que inoculaban en los niños rurales un imagen negativa de su cultura, haciéndoles avergonzarse de sí mismos y renegar de su tradición y les prometían un futuro de posesiones inalcanzables en su medio, gracias a una revolucionario progreso que, a caballo de un técnica superdotada, dejaría para siempre atrás las fatigas del trabajo humano. A esto hay que sumarle también la estrategia, durante el franquismo, para convencerles de pasar del policultivo al monocultivo, que instaura la producción para el mercado a cambio de dinero y acaba con una economía de trueque, encadenándoles al dinero con intereses, por tanto a la banca ―y ya sabemos a dónde le lleva su usura sin control― y que acabó por desagrarizar el campo, eliminando la actividad sobre la que se vertebraba su cultura; quedó así un vacío que acabó llenándose poco a poco con la imitación de la vida en las grandes ciudades.
A todas estas estrategias diseñadas desde «la capital» hay que añadir los defectos que la cultura rural también iba acumulando en su proceso de degeneración, propio de todo lo que nace, crece y muere. Las instituciones colectivas siempre sufren la influencia erosiva del tiempo por la paulatina desconexión con lo real, desmoronándose desde dentro por la esclerosis de unos valores que pierden su dinamismo interno.
«De este modo, por la acción de unos y la complaciente omisión de otros, fue destruida una forma de vida en sociedad, de cosmovisión, de valores, de cultura y de existencia material que, con todas sus carencias y defectos, era incomprensiblemente superior y más civilizada que la ahora existente» (Félix Rodrigo).
Si sumamos esta demolición de los guardianes del mosaico español a la corrupción sistemática de nuestras instituciones políticas que defienden intereses partidistas y personales de los dineros privados que las sustentan, más un comportamiento anómalo del clima, con una causística que daría para otro artículo tenemos la tormenta perfecta
Hay negocio con el fuego, yo he estado en cuatro incendios brutales en Extremadura, ayudando a apagar como voluntaria y vecina de todos ellos y he hablado con todos los implicados, forestales, campesinos, políticos, incluido Pedro Sánchez que apareció para hacerse la foto cuando todo había quedado arrasado. Me pidió que le mandara el inicio de lo que fue después el Proyecto Mosaico y nunca más se supo, al día de hoy, ese magnífico proyecto sigue bloqueado por todas las administraciones y sus particulares intereses.
El dinero lo corrompe todo, es labor de la administración publica mantener lo público, y favorecer que lo privado mantenga lo suyo, porque es rentable, el problema es que la administración es una maquinaria sin alma y escindida políticamente entre CCAA y Gobierno Central. No hay presupuesto suficiente para que los bomberos forestales hagan las labores de mantenimiento, cobren mas y estén todo el año para prevenir con los nuevos conocimientos que tenemos de lo ecosistémico.
Hay cambio climático, pero como dice la revista Nature no de la manera en la que la están instrumentalizando los mismos que buscan nicho de mercado en todo, en las necesidades básicas, como la soberanía alimentaria de los pueblos. Se podrían implementar muchísimas iniciativas, como la de mosaico, como las que proponíamos desde la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, con el programa RUNA, convergencia entre lo rural y la naturaleza.
La corrupción de lo público, es reflejo de la corrupción de lo privado, hay trucos para la recalificación de terrenos quemados ya que la ley obliga a «reponer ambientalmente» en otro lugar, lo que el proyecto urbanistico «destruya». Si lo que destruye el proyecto urbanístico es un suelo yermo por el fuego, reponer eso «ambientalmente» es muy sencillo, por tanto agiliza a la hora de construir. Pero desde el 2009 el negocio del ladrillo pasó de las urbanizaciones a las placas, los molinos y ahora la minería…. Se puede rastrear dónde se están buscando tierras para implementar el nuevo negocio, lejanas, donde nadie vive… https://youtu.be/Qog11ON-quk?si=h4Abok4Q3G_p5oxL
La Cultura Rural ha sido dinamitada por una idea de progreso totalmente antinatural y las sucesivas Revoluciones industriales, incluida la cuarta que ya asoma la cabeza, tiene mucho que ver en la intensa demanda de energía que necesita para implementarse, rastrea sobre muchas fotovoltaicas y molinos de viento y si miramos el lobby que está detrás de todas ellas, y si rastreamos las puertas giratorias veremos a la nueva mafia haciendo negocio sobre la desgracia de todos.
No es de conspiranoicos abrir los ojos y ver que la conspiración forma parte de las sociedades humanas, entre los que eligen el bien y los que eligen el mal. Ni las consignas de izquierda ni las de derecha miran a los ojos del Gran Estado de Leviatan que las utiliza como una dialéctica que distrae del avance de su dominio y controla nuestras vidas en una tecnocracia cada vez más inhabilitante para la vida.
Solo el agua lustral del conocimiento del tesoro que llevamos incrito en lo profundo de nuestro corazón podría capacitarnos para volver a una vida más senclla, vinculada a los ritmos de la tierra y desde esas coordenadas fomentar una sociedad rural que sea capaz de integrar las nuevas necesidades sociales, sin perder su identidad y lo que su tradición empírica y sapiencial ha atesorado en el tiempo. Hacer, por un lado, un diagnóstico de su territorio y recursos, y por otro elaborar acciones desde una perspectiva que afronte los grandes desafíos culturales, económicos y medioambientales que están provocando un cambio de visión en nuestro estilo de vida.
Un posible decálogo sería:
Beatriz calvo Villoria
Si quieres apoyar mi labor de comunicación.
Por un periodismo con Alma





2 Comments
Gracias Beatriz por tus maravillosas palabras , siempre un bálsamo para el alma. 🙏🙏🙏
Gracias queridísimo Francisco, por recibirme siempre con tanto cariño. Un abrazo para nuestra amada tierra de acogida.