
Los bosques que nos roban los incendios
4 septiembre, 2025
Biomímesis
5 septiembre, 2025Me despierto dentro del sueño maravillada por la textura onírica de los sueños. Recuerdo una enseñanza de las Upanishads que contaba Oscar Puyol en una conferencia: la Conciencia usa la mente como una flecha que captura objetos fenoménicos y así los conoce y yo me digo en medio del sueño manducando la enseñanza que he recordado, smriti, y crea, pues en ese estado de onironauta veía como se materializaba de la nada, con una substancia muy semejante a la de la vigilia, por su efecto de realidad, de objeto, la materia de mis sueños.
Surgía una alfombra perfecta, con los mismos colores que tenía una que tengo en el mundo de la vigilia, era una copia exacta, pero etérea, pues se desvanecía para dar forma al siguiente objeto, el siguiente paisaje, y yo atestiguaba la maravilla creadora que no cesaba de hacer surgir las cosas en una extraña simultaneidad con el mundo de los objetos que dormía junto a mí y mi cama.
Percibía entonces que los pensamientos eran muy parecidos a esas imágenes oníricas de alfombras, de casas y montañas, que se sucedían, pues surgían también como olas o como flechas de una matriz genésica oculta. Claramente también eran creados por esa substancia que venía disparada desde la Conciencia y la mente les daba forma, con sus sesgos de individuo particular y único, mientras la conciencia les dotaba de cognosciencia. Sabía lo que estaba pensando, pues la Conciencia era la última responsable de lo que pensaba, era la que les daba la luz de conocerse como pensamiento inteligible, aunque ella estuviera más allá de cualquier formulación. La alfombra onírica era el objeto en mi sueño y el pensamiento era también un objeto, pero más interno, más sujeto, y no había diferencia entre sujeto y objeto en ese mar recreativo del que todo surgía.
Era como si la materia estuviera tramada por la misma matriz que trama los pensamientos y los sueños. Comprendía que todo lo que surge es un aspecto de un campo único de Conciencia o Espíritu al que es difícil acceder. Algo como lo que decía Max Planck: “Toda materia se origina y existe únicamente en virtud de una fuerza. Debemos suponer que tras esta fuerza existe una mente consciente e inteligente, esta mente es la matriz de toda la materia”. Y el hombre, el soñador soñado, sería la quintaesencia del Espíritu Divino que quiere ser conocido y pare por la gracia de su juego divino un encuentro en sueños o en vigilia. Era consciente del regalo.
Intentaba volver desde la punta de la flecha de la mente al origen de la Conciencia, pero un mar de imágenes y pensamientos tejidos en un telar terriblemente tupido, de capas y capas superpuestas me impedían el acceso. Era como un barzaj, un istmo entre dos realidades simultaneas, pero separadas, que me separaba de conocer a la Madre de todo aquello, que, en un momento, prometía ahogarme por su infinitud y su multiplicidad sobreabundante.
No había hueco en el tejido para ver más allá y entonces recordaba que la meditación era la posibilidad de que ese hueco apareciese, y recordaba la enseñanza zen de que al principio de la meditación, la capacidad de observar los pensamientos, es como quien observa una cascada feroz de pensamientos tumultuosos, unidos en una interdependencia imposible, unos con otros, impenetrables al nado, pero que se iban haciendo más calmos, más espaciados, más como una ribera amable del Duero, paseando por la meseta de la calma, y entonces, pensaba, podré sumergirme y nadar corriente arriba, por los distintos planos del Ser, hacia la Conciencia que me llama para ser conocida y amada. Si Dios quiere.
Y recordaba humilde al despertar y ver lo poco que podía, pues era la Gracia la que manejaba el impulso de despertarse en mi sueño ante mis ojos, lo que decían los poetas védicos:
“Los sacerdotes de la palabra suben por ti como por una escalera, oh, tú, el de los cien poderes. A medida que se asciende de una a otra cima, se ve nítidamente lo mucho que queda por hacer”.
Todas estas experiencias gratuitas, son compartidas como testimonio de ese aliento que la sabiduría nos inspira, hay que ir más allá de la mente condicionada, a volver a casa, la de la Conciencia, el Espiritu. Hay tanto por hacer y dejar de hacer, que no podemos perdernos ni los sueños ni las vigilias regaladas. Somos un tesoro oculto de despertares.
Beatriz Calvo Villoria
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