
¿Cómo apagar el fuego que nos quema la piel de la Tierra?
28 agosto, 2025
Despertares
4 septiembre, 2025Tengo una amiga enamorada de un bosque de hayas en la Navarra del norte. Siempre que la visito nos hacemos un baño con sus perfumes, sus aromas. Paseamos en silencio, oramos agradeciendo tanta belleza que envuelve el alma en un recuerdo de un no se qué que se hace presente, y apreciamos, como una liberación en el pecho, la ausencia de ese ruido psíquico que instalamos los humanos allá donde vamos y la presencia de «lo natural», en un estado cada vez más difícil de encontrar, ante las amenazas de nuestra manera de habitar el mundo.
En esta ocasión fui en medio de los fuegos que mordían la piel de la amada tierra que compartimos con tantos seres. Primero agradecí a Dios por haber creado tal maravilla. Segundo saludé al bosque con el máximo reconocimiento de que entraba en un templo natural, tercero le pedí primero al bosque permiso para hollarlo y cuarto le pedí perdón en nombre de mi especie por la destrucción de todos los bosques, que un poco más al oeste estaban desapareciendo, en mano de oscuros intereses y sus mercenarios, malas gestiones, pirómanos enloquecidos, y muchas causas y condiciones que he relatado en el artículo anterior.
En medio del templo una haya bendita estaba jugando con la luz de tal manera que nos detuvimos bajo sus ramas, en forma de brazos, a maravillarnos del envés de sus hojas reveladas por la luz que las atravesaba desde lo alto. Tuve el impulso de besar las hojas, pergamino donde los dioses estaban escribiendo un mensaje que abría mi corazón al misterio, pero estaban muy altas, en eso, un viento apareció de la nada de la que aparecen todas las cosas, convocado claramente por el alma del árbol, mostrando una simultaneidad que no era otra cosa que unidad y el grupo de ramas que contemplaba se abajaron como los brazos de una abuela tierna que quisiera acariciar mi cabezita, como gesto de reconocimiento a mi asombro, rompiendo la barrera entre los reinos.
Al sentirme tan tierna y sutilmente acariciada giré mi rostro y le besé su arbórea mano en señal de respeto. Y ella como los antiguos maestros sufíes la retiro con delicadeza, humilde de saber que la mano que se ha de besar es la del Rey de reyes, a través de un nuevo viento que la devolvió a su altura. Sentí mi cabeza bendecida.
Fue un instante mágico, que me silenció aún dos grados más adentro. Como diría Thomas Merton: «…. en esas ocasiones, el despertar, la inversión de todos los valores, la «novedad», el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cósmica. Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío.»
LLoro porque este no sea el pan nuestro de cada día, ver a Dios en todo lo que se mueve con ojos de una infancia espiritual que nos están robando estas malditas, sí, tecnologías, que necesitan de nuestros bosques para simular una inteligencia, que siempre será artificial y artificiosa, y que a diferencia de la nuestra necesita millones de recursos para alimentar su logorrea.
La nuestra funciona con un par de vatios humildes llenos de posibilidad de Luz y un corazón capaz de enamorarse del mundo entero, de una temblorosa haya, de un rayo de sol que eleva la mirada hacia lo alto sin perder el horizonte de belleza que es capaz de hacer danzar con cada átomo de eso que llamamos Vida.
Beatriz Calvo Villoria
En esta ocasión fui en medio de los fuegos que mordían la piel de la amada tierra que compartimos con tantos seres. Primero agradecí a Dios por haber creado tal maravilla. Segundo saludé al bosque con el máximo reconocimiento de que entraba en un templo natural, tercero le pedí primero al bosque permiso para hollarlo y cuarto le pedí perdón en nombre de mi especie por la destrucción de todos los bosques, que un poco más al oeste estaban desapareciendo, en mano de oscuros intereses y sus mercenarios, malas gestiones, pirómanos enloquecidos, y muchas causas y condiciones que he relatado en el artículo anterior.
En medio del templo una haya bendita estaba jugando con la luz de tal manera que nos detuvimos bajo sus ramas, en forma de brazos, a maravillarnos del envés de sus hojas reveladas por la luz que las atravesaba desde lo alto. Tuve el impulso de besar las hojas, pergamino donde los dioses estaban escribiendo un mensaje que abría mi corazón al misterio, pero estaban muy altas, en eso, un viento apareció de la nada de la que aparecen todas las cosas, convocado claramente por el alma del árbol, mostrando una simultaneidad que no era otra cosa que unidad y el grupo de ramas que contemplaba se abajaron como los brazos de una abuela tierna que quisiera acariciar mi cabezita, como gesto de reconocimiento a mi asombro, rompiendo la barrera entre los reinos.
Al sentirme tan tierna y sutilmente acariciada giré mi rostro y le besé su arbórea mano en señal de respeto. Y ella como los antiguos maestros sufíes la retiro con delicadeza, humilde de saber que la mano que se ha de besar es la del Rey de reyes, a través de un nuevo viento que la devolvió a su altura. Sentí mi cabeza bendecida.
Fue un instante mágico, que me silenció aún dos grados más adentro. Como diría Thomas Merton: «…. en esas ocasiones, el despertar, la inversión de todos los valores, la «novedad», el vacío y la pureza de visión que los hace tan evidentes nos dan un eco de la danza cósmica. Porque el mundo y el tiempo son la danza del Señor en el vacío.»
LLoro porque este no sea el pan nuestro de cada día, ver a Dios en todo lo que se mueve con ojos de una infancia espiritual que nos están robando estas malditas, sí, tecnologías, que necesitan de nuestros bosques para simular una inteligencia, que siempre será artificial y artificiosa, y que a diferencia de la nuestra necesita millones de recursos para alimentar su logorrea.
La nuestra funciona con un par de vatios humildes llenos de posibilidad de Luz y un corazón capaz de enamorarse del mundo entero, de una temblorosa haya, de un rayo de sol que eleva la mirada hacia lo alto sin perder el horizonte de belleza que es capaz de hacer danzar con cada átomo de eso que llamamos Vida.
Beatriz Calvo Villoria