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Pan y circo

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Pan y circo

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Decía el Filósofo Jacques Maritain que «El mal que sufren los tiempos modernos es, ante todo, un mal de la inteligencia.”Recordé esa frase mientras estando en casa de una amiga, en un noveno piso, un alarido como de orcos atravesó las paredes y mis tímpanos. Sorprendida pregunte qué pasaba y ella riéndose me dijo “cómo se ve que eres de campo y de aislamiento”. Eso es un gol y gritan como posesos, pues así exorcizan sus demonios, en un escenario que representa su necesidad de vencer en algún tipo de batalla, ya que la que realmente importa ya la tienen perdida.

Mientras me recomponía del susto de sentir el espacio acústico de toda una ciudad bramando con esa intensidad de eros desatado por una pelota de cuero,  recordé las redes de los gladiadores y como desde el principio de la historia los grandes gobiernos corruptos para esconder su decadencia diseñaban con fasto y argucias arquitectónicas aquellos coliseos para entretener -sacar del centro-, de ese núcleo de la conciencia, donde uno puede saborear lo que realmente está pasando, adentro y afuera-. Espectáculos para manipular las legítimas iras de un pueblo esclavizado, hambriento de justicia, al que, por cierto, le daban pan gratis mientras la sangre corría en un simulacro de sacrificio.

Han pasado los siglos y los coliseos ya no son tan hermosos, pero representan el mismo juego, vehicular la profunda insatisfacción del pueblo contra el equipo de turno que amenaza la identidad de grupo, de tribu, de nación. Los tiranos siguen financiando esos obscenos edificios de corrupción inmobiliaria, sedes de una auténtica mafia mundial de evasiones  financieras. Muros de cemento, imperios económicos construidos a base de negocios impúdicos en el amazonas,  o a base de dinero manchado de sangre y terrorismo, o de explotación de trabajo semiesclavo en países lejanos como Qatar que lucen, colonizando el imaginario, las camisetas de los ídolos.

Pero qué más dan los principios de las cosas, si este circo permite desahogar el odio reprimido, la frustración de saber que este sistema nos está explotando la vida, ordeñando la leche de nuestro tiempo sagrado sobre la tierra. Y en esos coliseos se puede gritar, insultar, berrear como orcos, llegar a la bestialidad de los ultras y golpear y matar si es necesario por ver un estúpido trozo de piel en la red del enemigo.

Trozo esférico de piel que golpean los nuevos héroes: hedonistas, caprichosos, mujeriegos, a los que financiamos sus estadios con nuestro sudor y lágrimas, que cobran obscenamente muy por encima de lo que un hombre de provecho aporta a lo social.

Mientras los problemas reales quedan opacados por los bramidos de un gol, la energía que debía de luchar contra la tiranía se desfoga en un “coitus interreptus” donde la savia de la cólera ante la injusticia no atraviesa el ovulo del coliseo y la sangre de los corruptores nunca llega a la arena. Así nunca nacerá una nueva criatura, una nueva cultura, una nueva era.

Beatriz Calvo Villoria

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«El estado del mundo exterior no sólo corresponde al estado general de las almas de los hombres; también, en cierto sentido, depende de ese estado, ya que el hombre es el pontífice del mundo exterior. Así pues, la corrupción del hombre debe afectar al todo»

Martin Lings

© Beatriz Calvo Villoria